‘Nosferatu’: Una obra maestra de terror
Se da el lujo de meternos algunos ‘jump-scares’, pero me atrevo a defender que ni siquiera esto abarata la auténtica pieza de arte que es
Tenemos que partir del hecho de que Nosferatu es Drácula.
Allá por los silentes años 20, cuando F.W. Murnau y compañía buscaban incursionar en el cine de terror, su primera opción era llevar a la pantalla la aclamada novela sobre el conde transilvano.
Pero resulta que no pudieron llegar a un arreglo con la viuda de Bram Stoker (Florence). Así que filmaron su muy particular versión de “Drácula” con algunas muy sutiles alteraciones que no engañaban a nadie. El argumento es básicamente el mismo, por lo que doña Florencia −muy a lo doña Florinda− les metió señora demanda por lucrar con el trabajo de su difunto marido y se dio a la tarea de eliminar todas las copias existentes de “Nosferatu. Una Sinfonía del Horror” (1922) y casi lo logró. Fue hasta décadas después que, a través de distintos rollos dispersos de diferentes copias, se pudo reintegrar una versión completa gracias a lo cual conocemos esta obra imprescindible.
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La viuda prefirió ceder los derechos para una obra de teatro que a la postre sirvió como base para la versión fílmica de 1931 de Tod Browning, estelarizada por Bela Lugosi. Pero lo cierto es que “Nosferatu” se apega mejor al texto original que la propia adaptación oficial. No obstante, el clásico de la Universal le dio al mundo la imagen arquetípica del vampiro.
“Nosferatu” se volvió a filmar en dos ocasiones: Una en 1979 (“Nosferatu. El Fantasma de la Noche”) bajo la dirección de Werner Herzog con su actor fetiche, Klaus Kinski, como el conde vampiro e Isabelle Adjani (ya volveremos a ella) como el objeto de su deseo. En esta versión se respetan los nombres de Drácula, Mina Harker, Van Helsing... etc.
Pero otra adaptación se realizó apenas en 2023. Sí, así como lo lee: Hace poco más de un año se produjo otra versión diferente a la que hoy nos ocupa, también titulada “...Una Sinfonía de Horror”, dirigida por David Lee Fisher y estelarizada por Doug Jones, que si no le suena, es uno de los actores de cabecera de nuestra hoy funada gloria nacional, Guillermo del Toro; el mismo que se ha ajustado en todas esas elaboradas creaciones de maquillaje prostético de cuerpo completo para dar vida a seres como el Hombre Pálido o el Fauno de “El Laberinto del Fauno”; Abe Sapiens de “Hellboy” 1 y 2; y su primo, el guachinango romántico de “La Forma del Agua”. Mi sugerencia es buscarla en plataformas (ya está disponible) para verla también y comparar.
No podemos dejar de mencionar otros dos momentos clave en la historia de Nosferatu. Me refiero a la encarnación que hizo Willem Dafoe para “La Sombra del Vampiro” (2000, E. Elias Merhige); una imaginativa fábula sobre la filmación de la película original bajo la premisa de que el actor protagonista, Max Schreck, era un vampiro real. Y el episodio 16 de la segunda temporada de Bob Esponja, “Turno de Ultratumba”, que remata la graciosa peripecia con la aparición del Conde Orlok. Lo menciono en serio, ya que para las generaciones más jóvenes constituye el primer acercamiento que tuvieron con el personaje.
Entonces, sea consciente de que si va a ver la nueva adaptación de “Nosferatu”, básicamente va a ver otra versión de Drácula y, de hecho, Stoker recibe su respectivo crédito al final de esta cinta.
Pero tenga muy en cuenta también que para esta interpretación, el mito del vampiro ha sido despojado de cualquier atisbo de romanticismo, galantería o galanura; de todo rasgo de cortesía, caballerosidad o posible vía de redención. “Nosferatu”, es decir, el Conde Orlock es un monstruo en toda la terrible extensión de la palabra. Apenas se le puede reconocer su condición humana, tanto en su aspecto como en su fuero interno, que parece estar habitado por una bestia sin más consciencia que un instinto depredador.
No hay romanticismo, sin embargo, erotismo sí lo hay, sólo que aquí la seducción no se da por la sutil vía del encanto, sino por una especie de embrujo maligno muy parecido a una posesión demoniaca.
La actriz Lily-Rose Depp (sí, hija de Johnny) entrega una actuación soberbia que si bien, al inicio no me estaba convenciendo del todo, hacia el tercer acto es un verdadero delirio digno de aplauso. Su actuación como víctima de un influjo sobrenatural es escalofriante; uno piensa que hay efectos especiales, pero es pura entrega actoral. Se dice que Depp se basó en el trabajo de Adjani, pero no en lo que la francesa hizo para el “Nosferatu” de los setenta; sino en su inolvidable interpretación en el clásico “Possession” (Andrzej Zulawski) de 1981.
Su personaje es todo lo que una heroína debe ser. A diferencia de lo que el cine woke nos ha querido vender sin éxito, Ellen Hutter salva el día, no porque sea una sabelotodo que está por encima de los demás, ni porque le patee el trasero a hombres que la doblan en peso y corpulencia. Es la heroína porque todo el tiempo está sufriendo una terrible maldición que más tarde se convierte en una amenaza para el mundo entero; tiene luego un pequeño gran momento de revelación que le dicta qué es lo que debe hacer y con valor −pero no sin miedo− lo asume y lo enfrenta. Una maravilla.
La película es muy, muy, muy sensorial, no obstante durante todo el primer acto nos tiene completamente sumidos en la oscuridad. A cambio consigue transmitirnos la temperatura, las texturas y hasta los aromas de cada uno de los espacios en que se desarrolla la acción.
“Nosferatu” coquetea con el “body-horror” de David Cronenberg y un poco con el “gore”. Se da el lujo de meternos algunos “jump-scares”, pero me atrevo a defender que ni siquiera esto abarata la auténtica pieza de arte que es.
Robert Eggers es uno de esos realizadores que se han ganado la luz verde para filmar cualquier despropósito que se le ocurra, por caro o complicado que resulte, gracias a que sus tres entregas anteriores se convirtieron en obras de culto al instante: “La Bruja” (2015), “El Faro” (2019) y “The Northman” (2022). Por eso nos puede ofrecer una cinta tan artesanal, alejada de los convencionalismos y de la aburrida estética de las imágenes generadas por computadora.
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Debo destacar otros dos créditos actorales: Desde luego, el de Bill Skarsgard como la siniestra, terrible, abominable bestia del Conde Orlok (pese a que lo veremos poco y detrás de una caracterización irreconocible, allí está su escalofriante estampa como se la dio por igual al Payaso Pennywise de “Eso” (2017).
Y, en un giro del destino, está Dafoe quien, como dijimos, nos dio ya su propia versión de Orlok-Schreck, interpretando ahora el profesor Albin Eberhart Von Franz (la equivalencia de Abraham Van Helsing) en cuya tradición encontramos nombres como el de Sir Anthony Hopkins o Peter Cushing, selecto club al que tranquilamente se puede adscribir ahora.
Nosferatu abreva de la cinta original y quizás mucho también del “Bram Stoker’s Dracula” de Coppola (1994). Hasta podríamos decir que es un pastiche de todo lo antes citado; pero aun así tiene razones para existir por derecho propio, como las tiene para convertirse en un nuevo arquetipo vampírico, lo cual no sería poca cosa tratándose de un remake de una obra de hace 100 años, la cual por poco no llegamos a conocer a causa de un monstruo mucho más temible: Una viuda enojada.