Lo siento, es por la inflación
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La historia nos cuenta que al prohibir el cristianismo en Roma, el emperador Marco Aurelio Claudio impidió también la celebración de matrimonios entre los miembros del ejército, pues consideraba que tal unión era contraria a la carrera de las armas. Frente a la limitación impuesta por quien fuera conocido a la postre como Claudio II el Gótico, un médico convertido en sacerdote de nombre Valentín, se dio a la tarea de casar a los soldados con sus prometidas en ceremonias secretas. Cuando el gobernante se enteró de los hechos, ordenó la decapitación de quien había desatendido el mandato. Mientras el religioso esperaba para cumplir su sentencia, se percató que la hija del carcelero era ciega y elevó una oración para que ésta recuperara la vista. Más tarde, al ser conducido al lugar de la ejecución, el condenado entregó a aquella joven un trozo de papel y le pidió que lo leyera; milagrosamente ella pudo ver el contenido de la nota que rezaba: tu Valentín. Así nació –según se dice– la festividad católica que ha impregnado de melcocha al mundo entero y que no ha sido ajena, por cierto, a cualquier tipo de alteraciones que van desde los llamados a la fertilidad femenina hasta la inclusión de un niño regordete y alado, cuya imagen representa al dios del deseo amoroso, bautizado con el nombre de Cupido, hijo de Venus y Marte.
En la víspera, las calles se visten de colores rojo, rosa y blanco; los comercios se preparan para ofertar al enamorado consumidor toda suerte de productos relacionados con la conmemoración de marras; los restaurantes lucen extravagantes decoraciones al tiempo que invitan a los comensales a degustar un menú especial y otros lugares –los más concurridos– se suman con alegría a la celebración ofreciendo en arrendamiento un pedazo de cielo durante tres o seis horas, todo depende del presupuesto.
Aunque hay quienes afirman que el amor está en el aire, el día de San Valentín no tuvo para todos un final feliz. La inmisericorde situación económica por la que atraviesa el país ha terminado por romper el corazón de las y los mexicanos. De acuerdo con una reciente encuesta de HelloSafe, el 57 por ciento de la población no celebraría la mencionada fecha; al respecto, la mayoría de los encuestados atribuyó su falta de planes a la carestía de los productos y servicios. No es ningún secreto, la inflación en México no cede; por el contrario, se robustece a pasos agigantados sin que las medidas implementadas hasta el momento hayan conseguido frenarla. La tasa de variación del índice de precios al consumidor se colocó en 7.91 por ciento, lo que contrasta con el 7.86 por ciento en la que se ubicó al cierre del año anterior. De hecho, el índice inflacionario en México es el más alto que se ha registrado en un mes de enero desde hace 21 años. Como es de esperarse, el panorama en materia económica luce poco alentador. El nuevo decreto emitido con el propósito de fortalecer el Pacto contra la Inflación y la Carestía (PACIC versión 3.0), no ha ofrecido ni por asomo los resultados esperados. Las que más han resentido los terribles embates de la inflación son las amas (en algunos casos amos) de casa, quienes ven con desánimo como el presupuesto familiar se esfuma ante la adquisición de unos cuantos víveres y el pago de las tarifas por servicios. Al respecto, en octubre de 2022, el presidente López Obrador afirmó que la canasta básica (en la que únicamente incluyó 24 productos y no los 85 que considera el Inegi) no rebasaría el precio de mil 083 pesos y se mantendría así hasta febrero de 2023; por supuesto, el referido anuncio se quedó en buenas intenciones. Un botón basta de muestra: el huevo ha sufrido un incremento del 39 por ciento en el precio por kilogramo, en comparación con el costo que registraba en el mes de febrero del año anterior; similar suerte ha tenido la tortilla, el pollo, el plátano y el limón por mencionar sólo algunos de los productos de consumo básico. Así que –amable y única lectora– de osos de peluche, flores o chocolates, mejor ni hablamos.
Aquí en confianza, anoche llegué a casa después de la jornada diaria con las manos completamente vacías; ni una paletita en forma de corazón –de esas que venden por docena en cada esquina– llevaba yo conmigo. Como cada año, el mentado día del amor me pasó de noche. Luego, ante la penetrante mirada de reclamo que tuvo a bien lanzarme la pequeña, pero impetuosa mandamás del hogar, con la frente perlada de sudor frío y voz más que temblorosa, únicamente atine a decir: lo siento, es por la inflación.
Nota: Lo antes expuesto representa la opinión personal del autor
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