Matrimonio y desigualdad: la doble carga de la liberación femenina

Opinión
/ 14 marzo 2025

Nadie debe ir al matrimonio si no va verdaderamente enamorado, pues sólo el amor puede ayudar a sobrellevar las fatigas que el matrimonio trae consigo.

Mi padre se iba a casar. Corrían los años treinta del pasado siglo. Le preguntó mi papá a mi abuelo: “Padre: ¿realmente es el matrimonio una carga tan pesada como dicen?”. Don Mariano le pidió a su hijo: “Trae una libreta y un lápiz, y anota lo que te voy a dictar”. Hizo mi papá lo que su padre le pedía, y se dispuso a escribir. Mi abuelo le dictó: “Primer día. Un kilo de maíz, 15 centavos. Un kilo de frijol, 20 centavos. Medio kilo de arroz, 15 centavos. Un cuarto de tomate, 5 centavos. Un litro de leche, 30 centavos. Y un peso para ir juntando lo de la renta de la casa”. Escribió mi padre, entonces joven, lo que su padre le dictó. En seguida le dijo don Mariano: “Ahora dale vuelta a la página y escribe. Segundo día. Un kilo de maíz, 15 centavos. Un kilo de frijol, 20 centavos. Medio kilo de arroz, 15 centavos. Un cuarto de tomate, 5 centavos. Un litro de leche, 30 centavos. Y un peso para ir juntando lo de la renta de la casa”. Otra vez mi padre escribió aquello. “Ahora −repitió el abuelo−, dale vuelta a la página y escribe. Tercer día. Un kilo de maíz, 15 centavos. Un kilo de frijol, 20 centavos. Medio kilo de arroz, 15 centavos. Un cuarto de tomate, 5 centavos. Un litro de leche, 30 centavos. Y un peso para ir juntando lo de la renta de la casa”. Con extrañeza mi papá volvió a escribir aquello. Le indicó su padre: “Ahora dale vuelta a la página y escribe. Cuarto día. Un kilo de maíz, 15 centavos...”. El joven casadero lo interrumpió, impaciente: “¡Papá, ya me cansé!”. Le contestó su padre: “Y nada más estás anotando, hijo”... La historia de familia contiene una lección: el matrimonio, en efecto, es una pesada carga. Tan pesada, decía con cinismo Alejandro Dumas, que se necesitan dos para llevarla, y a veces hasta tres. Por eso nadie debe ir al matrimonio si no va verdaderamente enamorado, pues sólo el amor puede ayudar a sobrellevar las fatigas que el matrimonio trae consigo. En nuestros días esa carga es aún más pesada, como lo prueba el hecho, ya generalizado, de que los dos esposos deben trabajar para poder hacerle frente. De tal situación ha derivado una nueva injusticia para la mujer. La supuesta liberación que le permite trabajar ha duplicado sus tareas, pues a más de la que cumple fuera de su casa sigue haciendo las labores domésticas, en las cuales muchos varones no participan todavía en la medida en que lo deberían hacer. Antes de la llamada liberación femenina la mujer hacía un trabajo; ahora tiene dos. Ojalá se inicie un movimiento de liberación masculina que haga que los esposos no tomen a desdoro ser llamados “mandilones” por ayudar en las faenas domésticas y en el cuidado de los hijos. Ojalá los hombres, igual que las mujeres, también trabajen en su casa... Un tipo de bajísima estatura acudió a la Comisión de Derechos Humanos y presentó una queja: quiso entrar en un club nudista, y su solicitud fue rechazada. Sostenía el quejoso que ese acto era una clara discriminación contra él por su condición de petiso, o sea chaparro. El comisionado hizo llamar al director del club. Le dijo: “Ustedes negaron a este señor el ingreso a su club nudista. ¿Lo están discriminando por ser corto de estatura?”. “De ninguna manera, señor comisionado –respondió el interrogado–. No se trata de ninguna discriminación. Lo que pasa es que si lo admitimos va a andar metiendo las narices donde no debe”... Un individuo le dijo al juez que se quería divorciar de su esposa. Alegó para fundar su causa: “Tiene la costumbre de fumar cuando hacemos el amor”. Replicó el juez: “Algunas mujeres fuman durante el acto del amor, y eso les parece a los hombres algo muy sensual”. “Sí −admitió el individuo−. Pero mi esposa me pide que me voltee bocabajo para usarme de cenicicero”... FIN.

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