Médicos y pena de muerte
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Para Ricardo Rocha.
Ser humano irremplazable. Nos harás mucha falta.
En la aplicación de la pena de muerte, la oscuridad es casi total. Las cifras proporcionadas por las naciones que la ejecutan no son creíbles. Tampoco se sabe si hay otros países donde se lleve a cabo el acto y no lo publiciten. Un universo de mala información o desinformación rodea el tema. Universo anterior al tiempo fake news: deplorable realidad, realidad humana.
Las preguntas de siempre: ¿y la ética?, ¿y la utilidad del conocimiento?, y, ¿sirve “de algo” el tiempo transcurrido desde el inicio de tan nefando procedimiento?: la pena de muerte se menciona por primera vez en el Código de Hammurabi, escrito en 1750 a. C. por el Rey de Babilonia, el cual se basa en la aplicación de la ley del talión; desde entonces han transcurrido casi tres siglos. En diversos rubros la justicia ha progresado; en muchos se ha atascado o ha empeorado. Avanzado el siglo 21, cuestionar “la utilidad” de la pena de muerte, así como la participación de médicos es necesario.
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Grandes pensadores como Albert Camus –”Reflexiones sobre la Guillotina”– y Arthur Koestler –“Reflexiones sobre la Horca”– dedicaron sendos ensayos sobre el tema. Las ideas de Camus son demoledoras. El estado, sostiene el Nobel, busca legitimar el acto por medio de “su” justicia. La acción, subraya, no funciona por tres razones: en primer lugar porque la sociedad misma no cree en el acto; en segundo lugar “porque no está probado que la pena de muerte haya hecho retroceder a un sólo asesino”, y, por último, porque se trata de una acción “repugnante cuyas consecuencias son imprevisibles”. En un viejo artículo, Koestler comentaba acerca de los hurtos cometidos por ladrones mientras observaban cómo se llevaba a cabo una ejecución.
Por su parte, Koestler, fundador de la Sociedad para la Eutanasia Voluntaria, explica en “Reflexiones sobre la Horca”, tras cavilar sobre la acción de quien será ejecutado, “si el asesino actúa por motivos ajenos a su voluntad última –enajenación mental o contexto social– vengarse de él es tan absurdo como vengarse de una máquina”. Y agrega, “si el criminal mata desde su plena libertad, la venganza aparece no ya como un pecado contra la lógica, sino como un pecado contra el espíritu”. En síntesis, tanto Camus como Koestler apelan a la justicia y a las sinrazones e inutilidad de la pena de muerte. Tanto uno como otro aportaron sendos estudios sobre ética, moral y justicia. Regresar a ellos es menester.
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De acuerdo con Amnistía Internacional –mayo 15–, 2022 fue el año en el cual se ejecutaron más personas. En orden decreciente los líderes son China (“miles”, no hay cifras), Irán (576), Arabia Saudita (196), Egipto (56) y Estados Unidos (18). Las cifras de los primeros cuatro países deben cuestionarse; en EU, nación campeona en doble moral, son negros, latinos y pobres los que enfrentan con mayor frecuencia la pena de muerte.
Hoy es necesaria la presencia de médicos en el proceso. Menuda contradicción entre su oficio y el acto. Son diversas las funciones de los galenos. Evalúan el estatus mental del condenado; en ocasiones llevan a cabo el procedimiento; monitorean los signos vitales antes, durante y después de la ejecución y en ocasiones, en China con frecuencia, retiran los órganos de la víctima para utilizarlos posteriormente en trasplantes. Lo anterior, pese a las condenas de diversas Asociaciones de Médicos en el mundo. Dichos galenos deberían incluir en su currículo el grado Asesino.
Concluyo con Maimónides quien, por cierto, dentro de sus muchos saberes también ejercía la medicina: “Es mejor y más satisfactorio liberar a mil culpables que sentenciar a muerte a un sólo inocente”.