México: Estallido de amor filial Guadalupano
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Peregrinar, visitar, pedir y agradecer en tumulto de presencia y alabanza.
La basílica y los santuarios nacionales se convierten en imanes de amor maternal de gente de instituciones, empresas, familias, parejas; de amigos e individuos de todos los niveles y campos de ocupación. Forman un mosaico humano heterogéneo y múltiple.
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En todos esos templos hay una copia de la imagen, maravillosamente retratada en el burdo ayate del indio Juan Diego, ya ahora glorificado.
Recorrer distancias con rezos, cantos y avances esforzados es una decisión unánime. Pone en marcha a millones de creyentes jubilosos. Hay ríos de gente vibrante de entusiasmo. Es una convocatoria de millones de personas. Sueñan el momento en que, bajo sus pies, una banda, de lento avance continuo, les transportará a contemplar, muy cerca y de frente, la imagen venerada.
Es un estilo vernáculo que extiende lazos fraternos en el conjunto de peregrinos, convergentes en el mismo amor, trenzado de esperanza y de fe.
ENCUENTRO DE TERNURA
Lo narra el indio Valeriano en su “Nican Mopohua”. Se capta la cortesía, el respeto, la delicadeza de la conversación entre la Virgen de piel morena y el indio ungido de sencillez transparente y pura.
Hay frases inolvidables cuando, en una de las apariciones, la señora aparecida le dice al indio apesadumbrado que no se aflija: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”.
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La señora del cielo hace al humilde Juan Diego embajador de un gran proyecto. Ella quiere una casita en que pueda mostrar su amor maternal a todos los habitantes de estas tierras, y que acudan a Ella con confianza.
Lo hace que lleve al obispo unas flores de la montaña −en pleno diciembre− como prueba del encuentro. Al desplegar la tilma, se asombra el obispo y todos los presentes al ver en ella el trazo y el color en la figura de la madre orante, esperando el nacimiento del Hijo Salvador.
LA CASITA DE PIEDRAS VIVAS
Se han construido, desde entonces, en todo el territorio nacional, innumerables santuarios a los que acuden con sus ofrendas, sus peticiones y sus agradecimientos, quienes se sienten hijos e hijas en número creciente. Todavía está en obra negra la casita de piedras vivas en que quiere la madre celestial ver a sus hijos e hijas viviendo en paz como hermanos. El estandarte de su imagen fue portado por el sacerdote Miguel Hidalgo el día en que dio el grito de independencia.
RETABLO DE MILAGROS
Quienes reciben favores milagrosos acostumbran entregar pequeños brazos, piernas, ojos, etcétera, de metal, como signos de las sanaciones alcanzadas. En los retablos se observan muletas, pequeñas figuras de camiones, aviones, autobuses, embarcaciones. Anuncian la protección recibida en accidentes de los que resultaron sobrevivientes.
A los que no tienen fe les parece inexplicable o le dan significados equivocados a ese gozo desbordante del corazón mexicano al sentirse amado por “la madre del verdadero Dios por quien se vive”, como Ella misma se nombró en sus apariciones del Tepeyac.
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UN AVIONCITO EPISCOPAL
Luis Guízar Barragán, quien era hace tiempo obispo de Saltillo, para salir de viaje llevaba en la mano un avioncito pequeño de metal plateado.
Unos jóvenes le preguntan: “¿por qué lo está metiendo en su portafolio?”. “Es que me molesté mucho cuando me impidieron tomar vuelo a México en que iba a presentar una ponencia en importante reunión”. Daban la razón que el gobierno había convocado a personas escogidas con urgencia y por eso se cancelaron boletos para reservarles asiento. Yo había encomendado todo a la Virgen de Guadalupe. Llevaré ahora a la basílica este avioncito que vieron. Lo pondrán en el retablo de milagros porque ese avión, que no pude abordar, cayó a tierra en tremendo accidente. Allí quedará el recuerdo de eso que parecía una pérdida y era, en realidad, una liberación...