Mi peregrinación
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Soy, como todos los hombres, un homo viator, es decir, un caminante. Siempre la vida humana ha sido comparada a un camino, ya de tierra o ya de agua, pues los ríos son caminos que se mueven. “...Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...”.
Hay en cada hombre un permanente afán de caminar, de ir a otros parajes. Eso ha dado origen a fenómenos tan diversos como las Cruzadas o el turismo, y también las “venadas” que nos echábamos en la escuela primaria cuando en vez de asistir a clases nos íbamos a explorar las cuevas de Puente Moreno o a subir el Cerro del Pueblo.
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En los años de mi adolescencia leí un libro que me dejó marcado para siempre. Se llama “El Camino de Santiago”, y lo escribió un profesor irlandés de nombre Walter Starkie. Todo el santo año este santo señor −pues de seguro fue un santo− trabajaba dando clases en una escuela de Dublín. En las vacaciones se despedía linda y bonitamente de su mujer y de sus hijos, echaba dos mudas de ropa en una maletilla, tomaba su violín y se iba a España. El rubio irlandés estaba enamorado de ese país. No hablaba muy bien el español, y a cada paso se metía en líos, pero lo sacaban de apuros su violín y la contagiosa sonrisa que −dicen los que lo conocieron− poseía.
En ese libro de Starkie se habla de las peregrinaciones que en la Edad Media se hacían a Santiago de Compostela, uno de los tres grandes santuarios de la catolicidad del medievo. Los otros dos eran Roma y Tierra Santa. Movido por la lectura de la bella obra me propuse hacer algún día la peregrinación a Santiago. Y la hice.
Otra peregrinación hago, ésta cada año: la de la Virgen de Guadalupe. Soy peregrino guadalupano donde me toque estar el día 12, o algún otro día cercano, si el 12 no es propicio. En diversas ciudades he hecho mi peregrinación particular. Ahora esa peregrinación la hago en el alma.
De ahí mi pregunta: ¿por qué en Saltillo no se ven ya tantas peregrinaciones en honor de la Virgen de Guadalupe? Recuerdo con cariño aquellas que organizaba el padre Luis Manuel Guzmán, la de estudiantes. Salíamos de la Catedral e íbamos por toda la calle de Victoria, y luego por Emilio Carranza, hasta llegar al santuario de la Virgen. También recuerdo la peregrinación de los trabajadores.
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En Monterrey hay peregrinaciones de las fábricas, las colonias, los barrios, los pequeños comercios, los talleres de artesanos, las cofradías religiosas, los colegios y escuelas... No así en Saltillo. Quizás eso sucede porque nuestra ciudad es de raigambre liberal. Aquí el sentimiento religioso fue atemperado por la recia ideología positivista que trajeron a México Porfirio Parra y don Gabino Barreda, y a Saltillo el doctor Dionisio García Fuentes, cuya tumba en el Panteón de Santiago tiene una sola palabra: “Positivismo”.
Quién sabe... En todo caso yo seguiré haciendo cada año mi peregrinación interior. Y mientras Diosito y su mamá la Virgen me lo permitan iré por los caminos de la vida cantando que la Guadalupana es nuestra gran señora; con tal protectora no hay nada que temer.