Mi eterna derrota electoral. Cap. 2: La única victoria también me supo amarga

Opinión
/ 25 junio 2024

Decía que la prerrogativa de seguir empleando el vocablo “presidente” y no la forma impuesta por la corrección,“presidenta”, es la única victoria que me adjudicaré luego de la elección pasada, en la cual crucé puras opciones perdedoras.

Desde luego, el lector morenista, chairo irredento, amlover sin reservas ni pudor (que por alguna razón que no me explico también me leen) celebrará que tal vaya a ser mi único triunfo, la defensa de un coto morfológico que a nadie le importa y que, en cambio, se hayan visto frustradas todas mis esperanzas de ver abortado ese doloroso proceso de desmantelamiento llamado Cuarta Transformación.

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Y está muy bien. Tienen todo el derecho a cebarse con la derrota de la oposición. Quién fuera uno de ellos para contar con una causa de regocijo tan a mano. A veces se necesita:

“Pues no tendremos un sistema de salud como el danés, pero se las metimos doblada”.

Yo como quiera estoy más que acostumbrado a ver siempre, siempre, siempre perder a los candidatos de mi elección. ¿Acaso alguien se imaginó que no había degustado las amargas hieles del sinsabor electorero?

¡Par favar! Si es prácticamente lo único que me ha tocado desde que tuve edad suficiente para meterla... en la urna.

Soy un consumado perdedor en lo político. Llegué incluso a pensar que era yo el que salaba a los candidatos. Pero no, soy yo el que los escoge como cacahuates cantineros.

Tenga en cuenta que crecí en el México del partido único (o sea, sí había otros partidos pero... guiño, guiño); un partido en el poder imbatible en los comicios y que por coincidencia era el mismo que convocaba, organizaba y fallaba las elecciones. Y como jamás, jamás, jamás de los jamases voté por el PRI, pues nunca vi ganar a ninguno de mis candidatos. Lo mío fue descalabro tras descalabro.

Cuando la izquierda mexicana pareció tener una pálida oportunidad de hacerse de la Presidencia, acompañé al “Inge” Cárdenas en sus reiteradas derrotas y, años más tarde, ¿sabe usted a quién más?

¡Exacto! Ni más ni menos que a don Andrés Manuel “El Pejelagarto” López, en cada una de sus fallidas intentonas, lo mismo contra el condenado chaparro bacachero que contra “el Licenciado Peña” (como respetuosamente llama ahora el propio AMLO a Milord Peña Bebé).

¿Sabe entonces... −¡claro que sabe!−: Cuál fue la única vez que un resultado electoral me favoreció? ¿Cuál fue la única vez que crucé en la boleta a un candidato ganador?

¡Así es! Fue en 2018, en la elección presidencial de la que resultó electo nuestro hoy todavía Tlatoani y Santo Patrono de los Otros Datos.

Ahora desearía haberme equivocado una vez más (una más no habría hecho ya ninguna diferencia). Preferiría no haber conocido jamás el placer de la victoria electorera antes que ver todas las promesas de la supuesta izquierda que AMLO enarbolaba, incumplidas, rotas y olvidadas.

¿Pero quién iba a decir que AMLO el rencoroso iba a hipermilitarizar el país (si su promesa iba exactamente en el sentido opuesto); que su blanca bandera de honestidad y combate a la corrupción la terminaría usando para limpiarse el posterior y que lo suyo era el autoritarismo, la falta de diálogo, de transparencia y la venganza?

En serio que el priato había dejado la vara muy baja como para imaginar un régimen más ruin. Por eso nunca hay que decir: “¡Esto no puede ser peor!”, porque siempre, siempre, siempre se puede.

Pero de eso a estar consternado por el triunfo avasallador de Morena del pasado 2 de junio. ¡Qué va! Esa ha sido la constante a lo largo de mi vida adulta: Errarle es mi pasión. Lo mío, lo mío es apostar siempre al caballo perdedor.

Y es que así es la vida y así es la democracia: Una caja de sorpresas a lo Forrest Gump. De hecho me atrevo a pensar que, luego de la decepción tan enorme que el sexenio lopezobradorista me supuso, y quizás ahora que la oposición fue apabullada, tal vez no sea todo tan terrible ni tan malo como me lo temo.

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Falta mucho que ver y que demostrar, pero en estas semanas en su calidad de presidente electa, Claudia Sheinbaum se ha mostrado mucho más seria, profesional, conciliadora, moderada e inteligente que su predecesor en el cargo.

En realidad Sheinbaum siempre ha estado a la sombra y bajo la tutela del todavía mandatario, pero llegará el momento en que pueda desprenderse de semejante chupóptero pegado al cuello para gozar entonces de libertad y autonomía

De momento fue muy bien recibido el primer adelanto de lo que será su gabinete, pues (con la excepción de la impresentable Ernestina Godoy) son perfiles convocados por su capacidad y no por su lealtad, como presumía el Tlatoani saliente.

Puedo estar completamente equivocado y dado mi historial es muy probable que lo esté; pero si de aquel triunfo de 2018 (que celebré como mío) me llevé el chasco de mi vida (la peor decepción política que jamás habré de experimentar) quizás ahora que el escenario pinta tan catastrófico (con un partido de Estado controlando en su totalidad los poderes Ejecutivo y Legislativo), tal vez y sólo tal vez las cosas pudieran resultar moderadamente bien.

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No tengo más razones para sentirme optimista ni para darle el voto de confianza a nadie, salvo una pura especulación probabilística: Que por pura estadística haya llegado a la Presidencia para variar, alguien con ganas de hacer las cosas bien o, por lo menos, no convertir aquello en su reino unipersonal.

Quizás (de nuevo, sólo quizás) doña Clau se percate de que es mejor y más sencillo hacer lo correcto que concretar el plan de venganza transexenal de AMLO en nombre de una dizque Transformación que sólo existe en la cabeza de él y la de sus minions.

Y quizás la doctora se dé cuenta también que es más sencillo traicionar a una sola persona que a toda una nación.

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