Michoacán, un edén en manos del crimen
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Una mujer le preguntó al farmacéutico: “¿Tiene usted condones extragrandes?”. “Sí, señora –respondió el de la farmacia–. ¿Quiere uno?”. Respondió la mujer: “No. Pero ¿le importa si espero aquí a que llegue algún hombre que lo pida?”... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, es muy exigente a la hora de comprar las cosas que llevará a su mesa. En el departamento de carnicería del súper pidió un pollo y procedió a revisarlo con minuciosidad. Le levantó un ala y olfateó bajo ella. Lo mismo hizo con la otra, e igual con las dos piernas, que también oliscó a fondo. El carnicero le preguntó con impaciencia: “Señora: ¿aprobaría usted un examen como ése?”... “Palomas mensajeras, deténganse en su vuelo. Si van al paraíso sobre él volando están. Dios hace mucho tiempo que lo quitó del cielo, y por cambiarle nombre le puso Michoacán”. Quienes formábamos la coral del Colegio Zaragoza cantábamos eso en la fiesta de cumpleaños de don Luis Guízar Barragán, obispo de Saltillo. Y es que el señor era michoacano, de Cotija, donde en aquellos años más de la mitad de la población se apellidaba Guízar o Valencia. “Vámonos para Cotija, / allí son buenos cristianos: / para no perder la sangre / se casan primos hermanos”. Su Excelencia tenía particularidades en su modo de hablar y de ver por su grey. En vez de decir “hijos” decía “hicos”, y amonestaba paternalmente a los curitas que andaban en líos de faldas, o de pantalones: “Hicos: ya que no pueden ser castos sean cautos”. Aquel paraíso, Michoacán, es ahora un edén subvertido, si me es dable usar una de las rutilantes expresiones de Ramón López Velarde. La delincuencia señorea sobre vastas porciones del territorio michoacano, e impone a los agricultores gravámenes que al final del día –locución de moda– pagamos los consumidores de sus productos, por el encarecimiento que traen consigo esas exacciones. Ahora son los cultivadores de limón quienes suspenden sus actividades como protesta por la falta de seguridad. Igual sucede en otras regiones del país, donde los delincuentes cobran derecho de piso a los comerciantes, transportistas, hombres del campo, prestadores de servicios y, en general, a todos aquellos a quienes pueden extorsionar. Sólo falta que exijan ese pago a los que se reúnen en el Palacio Nacional a las 6 de la mañana en juntas llamadas de seguridad que han resultado ser más inútiles que la carabina de Ambrosio, igual que lo son las corporaciones policiacas y militares encargadas de dar protección a la ciudadanía ante los embates de la criminalidad. “Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido...”. El abrazo al que alude la tradicional ronda infantil ha sido para los delincuentes, no para los ciudadanos... Un conferencista sobre temas de sexualidad habló del dato contenido en el Informe Kinsey. Tal informe, dicho sea entre paréntesis, se originó en la Universidad de Indiana, mi Alma Mater en Estados Unidos. Según aquel dato hubo una mujer que experimentó más de cien orgasmos en un mismo acto sexual. “By golly! –exclamó uno de los oyentes–. (Lo de“By golly!” es un eufemismo usado desde el siglo 18 por los americanos para no decir “By God!”, lo cual sería faltar al segundo mandamiento, que prohíbe tomar el nombre de Dios en vano). ¿Quién fue esa mujer?”. Intervino una dama: “Olvídense de la mujer. ¿Quién fue el hombre?”... Inepcio le preguntó a su esposa: “¿Has tenido un orgasmo en el curso del acto del amor?”. Respondió la señora: “Muchos”. Inepcio se enojó: “¿Y por qué nunca me lo has dicho?”. Contestó ella: “Porque tú nunca has estado ahí”... FIN.
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