Mirador 03/06/2026
Amanece el domingo. Amanece el día de ayer.
Empiezo a escribir esto. Pongo: “Amanece el domingo. Amanece el día de ayer...”.
Sobre mi mesa de trabajo hay algo que pertenece al alma: un retrato de la amada eterna, y algo que vivifica al cuerpo: una taza de café que yo mismo me hice en la cocina de la casa donde vivo solo −donde sólo sobrevivo−, tan poca casa ahora, y yo tan poco yo.
Se oye a lo lejos el silbato de una máquina de ferrocarril. Eso me vuelve a la realidad. ¿Por qué todas las cosas se obstinan en volverme a la realidad? Me viene a la mente que el día que comienza es importante. Para mí todos los días son ahora importantes. Cada uno cuenta, siendo que antes cada uno era un cuento. Pero este día tiene importancia muy particular. Desde hace meses lo he esperado. Debo ir a votar. Eso quiere decir que debo ir a salvar a mi país en los términos que me dicta mi conciencia. ¿Por qué mi conciencia se obstina en dictarme tanos términos?
La obedezco.
Iré a votar.
Amanece.
¿Amanece?
¡Hasta mañana!...