John Dee, alquimista, encontró la piedra filosofal, materia misteriosa con la cual se podía fabricar oro.
A nadie comunicó su hallazgo, pues supo que sería no sólo su desgracia, sino la de muchos. Por ella habría guerras; el género humano se corrompería; la avaricia y la ambición se apoderarían del mundo.
Tomó John Dee la fórmula de la piedra filosofal y la quemó. Echó al fuego igualmente todos los libros que le habían servido para hallarla. Tiempo después se percató, feliz, de que había olvidado aquella fórmula. No podría hacer de nuevo la piedra filosofal.
Sucedió, sin embargo, que de cualquier modo hubo guerras; el género humano se corrompió y la avaricia y la ambición se apoderaron del mundo.
Entonces supo John Dee que las desgracias del hombre no derivan del oro, ni del poder que el oro da. Derivan del mismo hombre. Pensó Dee: “El que nos hizo debió hacer lo mismo que hice yo”.
¡Hasta mañana!...