Mirador 15/08/2024
El reverendo Amaz Ingrace, misionero, llevó a las Islas de los Mares del Sur las nociones del pecado y el infierno, desconocidas por los incivilizados aborígenes.
Lo primero que el pastor hizo fue ordenarles a las mujeres que se cubrieran los pechos, pues solían llevarlos al aire. Obedecieron ellas: se taparon el busto, pero lo hicieron con la tela con que antes se cubrían de cintura abajo, parte que quedó a la vista. La desazón del predicador fue grande.
En seguida Mr. Ingrace prohibió a los nativos que hicieran el amor en otra posición que no fuera la del misionero. Los nativos empleaban numerosas posturas, y siguieron poniéndolas en práctica, al fin que el ceñudo señor no los veía.
Y sucedió algo extraño. En vez de que el misionero convirtiera a los isleños ellos lo convirtieron a él. Dejó sus incómodas vestiduras clericales y adoptó la desvestimenta de los isleños. Se unió a una hermosa nativa, y a su lado experimentó goces inéditos. Escribió en su diario: “Antes vivía yo conforme a los libros sagrados. Ahora vivo conforme a la naturaleza. En ella hay más de Dios que en esos libros. Procuro ser bueno con todos, incluso conmigo mismo. Ya no pienso en el pecado ni en el infierno. Soy feliz”.
¡Hasta mañana!...