¡Muchachas al poder! Claudia Sheinbaum: ¿Estadista, ‘Juanita’ o Princesa Disney?
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Hace un par de años la actriz Jennifer Lawrence recordaba su rol estelar en “Los Juegos del Hambre”, estrenada en 2012. Tuvo entonces la poca delicadeza de declarar: “Nadie había puesto nunca a una mujer en el papel principal en una película de acción”, asumiéndose como la primera protagonista del género en la historia del cine... ¿En serio?
Lawrence obvió con su temeraria afirmación a verdaderos íconos de la rudeza femenina, siendo las más destacadas, aunque de ninguna manera las únicas, Sarah Connor (Linda Hamilton de la saga “Terminator”) y la Teniente Ellen Ripley (Sigourney Weaver de “Alien”), sin cuya presencia es más que probable que estas franquicias no hubieran llegado a ser lo que hoy representan.
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En el género de terror, de hecho, es hasta un cliché que el personaje sobreviviente sea una chica o “Final girl”, como se le conoce. “Halloween”, “Scream”, “Texas Chainsaw Massacre”, “A Nightmare on Elm Street” son sólo algunos de los ejemplos más conocidos.
Pero la industria, especialmente los grandes estudios como Disney, pretende explotar como si fuera nueva la idea del feminismo en el cine y, sobre todo, como si se tratara de una iniciativa suya. Y para ello inundaron el mercado con productos bastante cuestionables, protagonizados por una horda de chicas rudas capaces de patear el trasero de cualquier rufián aunque triplique su peso, estatura y masa muscular.
Las recientes princesas Disney buscan alejarse de aquel estereotipo de damas en apuros, lo cual está muy bien, pero parece que también tienen la consigna de repeler al público con un discurso prefabricado de autosuficiencia y empoderamiento. Los escritores parecen olvidar que un héroe aprende y crece a base de tropiezos y obstáculos, no a base de estar pontificando.
Al nuevo modelo de protagonista Disney (que incluye las franquicias de Star Wars y Marvel) le falta desarrollo de personaje y profundidad argumental, y es que fue creado para responder a una demanda social que dice que hay que tener igual número de protagonistas mujeres que hombres o, de lo contrario, el mundo está podrido por culpa del patriarcado heteronormativo, falócrata, machirulo-opresor y pitocéntrico.
Estas cintas son productos tan mal concebidos y escritos que desde luego fracasan desde el “tráiler”. Y cuando reportan pérdidas, los voceros de los estudios aducen que el rechazo obedece al machismo conservador y su renuencia a aceptar a una heroína.
En un contexto muy parecido arriba al poder la primera Presidente de México. ¡Vea qué clase de machirulo socarrón soy, que me niego a convertir al femenino el participio activo del verbo “presidir”, como encarecidamente nos ruega la flamante “comandanta en jefa” de las Fuerzas Armadas! Pero mis razones al respecto ya las expliqué en otro texto.
Soy uno de esos que no se suman al alborozo de tener a una mujer al frente del Poder Ejecutivo por vez primera. ¡Vamos! Que tampoco es que me oponga o tenga ninguna objeción, es sólo que dados los antecedentes, no me parece que tenga un valor intrínseco. Puede llegar a significar algo, sí, pero ello dependerá de las políticas y acciones concretas que emprenda la nueva administración.
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Para empezar, debemos sincerarnos (y esto no le va a gustar a la chairiza cuatrotera ni a las feministas radicales): Claudia Sheinbaum no habría sido candidata sin el padrinazgo de AMLO, quien vio en ella al mejor perfil −de entre sus posibles “corcholatas”− para prolongar su propio mandato. Tenemos entonces a una Presidente al gusto del Licenciado Tlatoani, una que está allí por su fidelidad, más que por su capacidad (que no niego que la pueda tener, sin embargo, el mérito que la volvió “la escogida” es su incondicional lealtad para con el camarada López O.).
Y tampoco habría ganado la Presidencia de no haber sido propulsada por todo el aparato y el presupuesto del Estado mexicano, todo el respaldo que le garantizaba la secta obradorista, todas las violaciones al principio de equidad y todas esas ventajas que en este País significan ser candidato del oficialismo. Ese otro hecho duro: Ni el carisma, ni las tablas, ni la trayectoria política de Sheinbaum la hacían materia para una carrera presidencial, en la cual contendió sólo por el deseo de un hombre.
“Bueno”, me reprochó alguien cuando interpuse estas objeciones en voz alta por primera vez: “Pero así ha sido siempre la sucesión presidencial... por dedazo, concertada, definida por el Estado”.
Pues sucede que es precisamente AMLO el mejor ejemplo de alguien que llegó a la Presidencia a pesar del sistema, en contra de los obstáculos interpuestos por el oficialismo y ante la más rotunda renuencia del régimen de entregarle el poder. Eso es algo que jamás podré regatearle al hoy expresidente AMLOVE. Esa victoria es indiscutiblemente suya.
Si con ese “handicap” en contra, la doctora Sheinbaum hubiese logrado la candidatura y el eventual triunfo, jure que iría por mi sombrero para colocármelo y podérmelo quitar ante su indiscutible mérito... Pero no siendo el caso, dudo que se haya roto ningún techo de cristal.
De hecho la doctora Presidente tiene mucho qué demostrar para convencer a todos sus críticos y detractores −lo que me incluye− de que no es una extensión del viejo de La Chingada. Y urge que marque de una vez su postura y distanciamiento, pero por desgracia ni siquiera tiene un discurso propio, está reciclando las mismas ideas y acusa misoginia (que no la es) a quien se atreve a señalar esta umbilical dependencia con el líder moral del movimiento. Así reaccionó ante un simple cartón político (Chavo del Toro, febrero 2022) y podría ser esa la excusa recurrente para escabullirse de la crítica y los cuestionamientos, como la vez que dijo que la entrevista “era muy violenta”, cuando simplemente no era complaciente.
En fin, que AMLO es un maestro en la fabricación de “Juanitos” y “Juanitas” para burlar las más elementales restricciones al poder.
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De manera que Sheinbaum tiene tres retos monumentales de los que no sé si sea plenamente consciente: Debe despejar cuanto antes cualquier duda sobre su autonomía, y es que ni al interior, como tampoco hacia el extranjero, da ninguna confianza un mandatario guiñol.
En segundo lugar, tiene que lograr un papel excepcional. En teoría debe encabezar la mejor Presidencia de la Historia reciente de México, desde que llega con un poder inimaginable, virtualmente sin oposición, con el control de las dos cámaras y recibe el mando de manos de un correligionario, así que ya no puede excusarse con “lo que le heredaron”. Ni siquiera AMLO llegó con tales ventajas. No tiene Sheinbaum pretexto para fracasar en ningún rubro... en teoría.
Y tiene que dotar de un verdadero significado (más allá de los simbolismos o discursos) al hecho de ser la primera mujer Presidente. Ya lo dirán sus acciones, pero le anticipo que darle continuidad a la política de AMLO (de ignorar a madres buscadoras, víctimas de la violencia, mujeres trabajadoras y otros colectivos) sólo refrendará la noción de que su triunfo es totalmente estéril para la mujer mexicana y sólo una fachada para el machismo del titiritero.