Mujeres, en el sustento del hogar y en libertad
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Una experiencia sumamente agradable fue haber participado en la presentación del libro “Grandiosas. Ensayos sobre género e historia de las mujeres en Torreón”, de Adriana Vargas y Carlos Castañón. La impresión que me dejó, así como algunas de las reflexiones que acudieron a mi mente vienen a continuación, a fin de compartir la aportación de estos doce ensayos: visibilizar a mujeres que tuvieron un papel protagónico en Torreón. Agradezco la gentileza de Sylvia Georgina Estrada la oportunidad para externar mis impresiones y a la Feria del Libro de Coahuila, evento cultural de trascendencia recién concluido.
Inicia la jornada, y para ellas el día vendrá cargado de un sinnúmero de actividades. Resulta indispensable organizar las horas que han destinado para desarrollar múltiples tareas.
Algunas, que teniendo hijos, comienzan desde las cuatro y media de la mañana. Los animan a levantarse, arreglarse y desayunar, pues ellas mismas comenzarán sus labores a partir de las ocho. Y han de llevar a los niños a casa de la madre o de la suegra, con el propósito de que desde ahí tomen sus clases en línea.
Solteras, otras, se levantan igual de temprano para cubrir jornada de trabajo en cualesquiera de múltiples actividades: cubriendo turno en la fábrica, la que puede estar ubicada en Derramadero o en Ramos Arizpe; como enfermeras o policías, funcionarias o maestras. Cajeras, cocineras, periodistas. En su receso, o en tiempo negociado con la empresa, toman clase en línea, pues se encuentran en la Universidad.
Son el sustento de sus hogares.
Por siglos, su papel fue visto como secundario. Su rol en la sociedad estaba orientado al hogar como la cosa más lógica y natural, pero para la que no había ni siquiera reconocimiento.
La primera figura histórica femenina que presenta “Grandiosas” es María Luisa Ibarra Goribar. Nacida en Saltillo en 1812, era hija de Manuel Ibarra Castaños, próspero dueño de la hacienda de San Lorenzo, en Parras, y su madre estaba emparentada con la poderosa familia de los Sánchez Navarro. Casará con Leonardo Zuloaga, aportando al matrimonio una importante dote, gracias a la cual
se impulsará el desarrollo. Zuloaga se alineará con Santiago Vidaurri y del lado de Maximiliano de Habsburgo, y al
caer éste, se le expropiarán los terrenos. Morirá en 1865 y ella se encargará de los negocios, sobreviviéndole por más
de veinte años. La decisión que tomó Ibarra será determinante para el surgimiento de Torreón como ciudad: cederá extensos terrenos de su propiedad para los
ferrocarriles.
El capítulo dedicado a Hermila Galindo es escrito por la autora Adriana Vargas Flores. Mujer valiente, Galindo forma parte del grupo de mujeres que con tesón y entusiasmo proclamaron el derecho a votar y ser votadas; a impulsar la ley del divorcio y la libertad en la educación sexual.
Otro interesante capítulo se refiere a la creación de la primera guardería en Torreón, en 1949, a cargo del Comité de Damas Pro-Guardería, dirigido por Lucía Aguirre Elguézabal.
Momento histórico. En pocos años se reconocerá el voto femenino, desatándose un boom. La mujer tendrá mayores posibilidades de salir a trabajar.
Me tocó en suerte conocer a dos personajes clave de la cultura en el estado y en el País que aborda el libro: Pilar Rioja y Enriqueta Ochoa, cuando colaboraba con mi inolvidable maestro y jefe Javier Villarreal Lozano en el Instituto Estatal de Bellas Artes y me resultaron maravillosos los giros y paseos de una en el escenario; y las íntimas letras de otra en su poesía. Hoy, en este otoño, cómo no recordar aquí la huella de quien marcó con esta línea de oro mi vida: “Si me voy este otoño...”.
La publicación permite reencontrar en cada una de las mujeres un reflejo de las que somos ahora, en este siglo 21. Como bien lo destacó el director de cine Claude Chabrol: “Todas las mujeres tienen un destino que cumplir... pero que sea su destino”.
Cierro con una imagen: es viernes. Son las seis de la tarde. Por la avenida Nazario Ortiz Garza, en Saltillo, aunque cansadas, caminan alegremente dos guardias de seguridad. Una, lleva el cabello suelto: el viento juega con él; la otra, luce un chongo. Vienen de trabajar. Sonríen, y en esa sonrisa encuentro una íntima emoción: han elegido su destino.