No llores por Milei, Argentina
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¡Felicidades, Argentina, lo volviste a hacer!
Contra todo pronóstico, predicción o análisis volviste a asombrar a tus hermanos latinoamericanos y al mundo entero. Y no me refiero a la conquista de tu enésima Copa Mundial de “fúbol”, ni a algo tan estúpido como declararle la guerra al Reino Unido por unas islas llenas de ingleses... Aunque a lo mejor no andamos tan lejos.
Justo cuando todos los países del continente (Estados Unidos incluido) nos disputamos por ver quién tiene al peor gobierno encabezado por el mayor cabeza de chorlo, la vieja y confiable República de la Plata nos dice, “¡hold my mate, che boludo!”, y elige al loquito esperpéntico de la ultraderecha.
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Es de agradecérseles porque ya anticipamos todos los ratos de diversión y jocosidad que Javier Milei promete. Claro, las facturas las pagará el pueblo argentino, que al parecer busca la manera más creativa de cometer suicidio nacional.
Los derechólatras o, mejor dicho, los izquierdofóbicos, no advierten el menor peligro en que una personalidad con un decidido desorden mental se haya hecho con el poder del país cuya economía se sostiene apenas en los goles de Messi. Según ellos, un personaje que de tan absurdo no habrían podido concebir los Monty Python, es preferible sobre cualquier cosa que milite, simpatice, se oriente, coquetee o mire para la izquierda.
Porque, ya sabe usted... La izquierda ha destruido todo, absolutamente todo en América y otras regiones del planeta. Todo: la democracia, la economía, la sociedad, la justicia, la fraternidad, las instituciones, la libertad.
Claro, porque la idea de tener una amplia cobertura de salud pública (y no sólo para quien la pueda pagar) es de lo más peligrosa, y lo mismo con la educación. Buscar que los salarios y las jornadas laborales estén reglamentados en beneficio de los trabajadores nos acerca a la peor de las pesadillas comunistas; y la noción de que todos los individuos son iguales, sin distinción de sexo, color o ideología, nos va a conducir hacia la aniquilación de la especie. ¡Pero claro! No hay nada más peligroso que la izquierda.
“¡Un momento!”, podrá decir alguien: “La izquierda no es eso del párrafo anterior. La izquierda se especializa en instaurar regímenes antidemocráticos, autoritarios, estatizadores, intolerantes y peligrosamente ultranacionalistas”.
Y me podrá citar quizás un puñado de casos y probablemente tenga razón. Hay un montón de países con gobernantes “de izquierda” o que se dicen de izquierda que han llevado a sus respectivas naciones a la ruina económica y a todo el sufrimiento que implica la privación de las libertades, el autoritarismo y la sistemática y progresiva destrucción de la democracia.
Sí, nomás que el autoritarismo, la intolerancia, el nacionalismo, la cancelación de la democracia, la represión y todo el paquete de ideas reaccionarias del manual del pequeño dictador también han prosperado en los regímenes que se ufanan de su rancio derechismo.
Especial mención entre estos últimos merece Donald J. Trump, no sólo por haber organizado un golpe de estado para anular las elecciones en el país que supuestamente servía de faro para las democracias incipientes del mundo, sino por ser la suma del ultraconservadurismo más derechoso, con el racismo y la biblia por delante.
No podría haber nada más derefacho que la vulgar, obesa, ridícula, republicana y anaranjada figura del peor cerdo que los gringos hayan llevado a la Presidencia. Y sin embargo, comparte tanto con sus homólogos de la llamada izquierda latinoamericana que resulta inconcebible, cuando no confuso, para el elector promedio.
Y de allí que los abanderados de uno y otro extremo del espectro ideológico acusen dichas fallas como propias de la posición opuesta y argumento para que los voten a ellos y no a la opción contraria.
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Y tal es el caso del recién elegido presidente de Argentina y Pirruris del Cono Sur, Javier Milei, cuyos riesgos potenciales no están en su posición política, sino en la radicalización de su discurso aderezado con su carnavalesca personalidad, herramientas básicas para conectar con un electorado siempre molesto con el desempeño de su actual gobierno.
El encono con que estos personajes señalan a “los culpables” de la desgracia del pueblo, en combinación con su numerito del “underdog”, del “outsider” o, dicho en buen castellano: del inadaptado, del diferente, del que no es como los políticos de antaño; del fachoso, el desaliñado, el desparpajado que tiene todo en contra por atreverse a retar al poder y a los poderosos, es parte de la narrativa del populista moderno. Y nuevamente, no tiene que ver con izquierda o derecha. Incluso Trump, quien se presume magnate y siempre se vendió como figura del “jet set”, tiene su más amplia base de apoyo en las clases populares, obreros, campesinos y hasta desposeídos o “red necks”.
En México, los opositores de AMLO se apresuraron a celebrar el triunfo de Milei sólo porque en apariencia el argentino es opositor a la ideología que supuestamente defiende el Tlatoani. Pero que por marketing político hayan entrado en un pleito parecido a las mentadas de madre que intercambian los luchadores afuera del ring, no evita que se parezcan demasiado.
En esencia ambos tienen soluciones facilonas para prácticamente cualquier problema, además de tener perfectamente identificado al enemigo del pueblo; y ambos dicen velar por la libertad y los intereses de sus connacionales quienes fueron incapaces de hacerse cargo de la conducción del país hasta la aparición de su mesiánica presencia.
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Se parecen tanto que un loquito afirma que contacta a su mascota muerta (su fallecido perro Conan) para consultarlo sobre temas de economía; mientras que el otro, durante sus conferencias −¡oficiales!− muestra con orgullo la foto de un supuesto alux, o duende maya, porque en la vida “no todo es racional y hay que darle importancia a lo místico” (con la agravante de que la izquierda verdadera es materialista, no admite el pensamiento mágico).
Uno y otro, hoy en pleito abierto, no podrían venderse más distinto. Si fueran productos en el supermercado pedirían incluso estar en pasillos diferentes; uno vendría en caja y otro en lata. Pero al revisar sus ingredientes, veríamos que contienen exactamente lo mismo: autoritarismo, soluciones fáciles a problemas complejos, misticismo, intolerancia, fobia a la democracia (sólo es buena cuando les favorece), divisionismo, discurso de odio, nacionalismo. Sólo cambian las etiquetas de “izquierda” y “derecha” que son eso nada más, etiquetas de un mismo producto inútil, obsoleto y altamente tóxico: El populismo.