Nosotras somos la sal de la vida

Opinión
/ 8 marzo 2025

Me gusta ser mujer, me encanta. Soy muy afortunada por ello. Y no me cabe la menor duda de que esta convicción también es un legado de mi madre. Me formó para que el mundo no me diera miedo, me metió en la cabeza desde que tengo memoria, que los únicos obstáculos para que esto no sucediera serían los que yo me inventara. Me dio cátedra, con su ejemplo, de que nunca hay que darse por vencido, también me dejó bien claro, y esto ya se lo he compartido en otros textos, estimado leyente, que yo no era más, pero tampoco menos que nadie. Asimismo, me subrayó que la única forma que había para vivir con la conciencia tranquila era nunca provocarle mal a nadie y hacerme cargo de las consecuencias de mis actos. Casi la estoy escuchando –“piensa bien, ANTES de actuar”.

Mi madre siempre fue una mujer empoderada, no tuvo alternativa. Nació en un tiempo en el que las mujeres eran poco menos que un cero a la izquierda. Pero su rebeldía innata templó su carácter y la adversidad que marcó su infancia y su adolescencia, en lugar de cuartearla, la dotó de una coraza de acero. La veo a la distancia y la admiro y la respeto, a más de amarla, pero no solo por la circunstancia de ser mi madre, sino porque fue una mujer fuera de serie.

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He iniciado con este recuerdo tan sentido, porque estoy cierta de que las mujeres siempre seremos, mientras exista el planeta tierra, las criaturas más valientes y fuertes que lo pueblan. Nosotras somos inapreciables. Siempre hemos tenido un papel preponderante en la historia del mundo, al margen de que hubo tiempos en que éramos absolutamente invisibles. Nuestra contribución ha matizado a la sociedad de la que somos parte. Nuestra influencia ha definido la historia de la humanidad. Con reconocimiento o sin éste, le hemos dado dirección al mundo. Hemos sido “la mano que mece la cuna” –la frase corresponde a poema escrito por William Ross Wallace, en el año de 1865–, es decir, que tenemos un papel trascendental, porque somos las mujeres las que criamos a la siguiente generación. Así de relevante es nuestra influencia.

No ha sido fácil transitar por un modelo de vida diseñado con perspectiva eminentemente masculina, patriarcal, pero el tesón y la perseverancia femeninas siempre han estado presentes. Hubo reinas en los ayeres, y no de ornato. Por ejemplo, Isabel I de Inglaterra. Fue una estadista, bajo su mandato la Bella Albión brilló por todo lo alto. Oradora impresionante. Hablaba seis lenguas y traducía del griego, del latín y del italiano. Estamos hablando del siglo XVI. Y me voy a ir más atrás. Se llamó Enheduanna, vivió entre 2285 y 2250 a.C., ella no fue reina pero sí la primera escritora de la historia conocida por nombre. Era hija de Sargón de Acadia, que reinó en Sumeria, en la ciudad de Ur. Él la elevó a la posición de suma sacerdotisa y le confió la responsabilidad de juntar a los dioses sumerios y acadios para generar la estabilidad que necesitaba el reino para perdurar. Y lo hizo con inteligencia y firmeza, de tal suerte que cambió la percepción que la gente tenía respecto a la divinidad. Se le atribuyen, y este es su legado literario, la creación de modelos de poesía, salmos y oraciones de su época. El experto en cultura babilónica Paul Riwaczek apunta que su obra influyó e inspiró oraciones y salmos de la biblia hebrea, de los himnos homéricos de Grecia, e incluso se aprecia en la himnodia de la iglesia cristiana primitiva.

Ejemplos de reciedumbre y desafío para las de nuestro género abundan. Tenemos a nuestra Juana de Asbaje, la décima musa. Es exquisita, brillante, su poesía. Le entregó alma y vida a su talento, eligió el claustro para hacerlo, dijo verdades de a libra en cada verso que trazó su pluma, reflejó la cultura de una época en la que a las mujeres les estaba prohibido pensar. O se casaban o se metían a monjas. Las mujeres se veían obligadas a inventarse estrategias para ser reconocidas. Ahí está la historia de las hermanas Brontë en la literatura inglesa: Charlotte, Emily y Anne. La primera vez que se atrevieron a publicar una selección de sus poemas, tuvieron que recurrir al uso de pseudónimos masculinos, Currer, Ellis y Acton Bell. ¿Se imaginan si se hubieran dado por vencidas? Las hermanas Brontë no tenían ni posición económica, ni belleza física, algo esencial en su época –siglo XIX– para “hacer un buen matrimonio”. Lo que sí tenían era hambre de conocimiento, eran lectoras desde niñas, y el don maravilloso de escribir. Charlotte escribió Jane Eyre; Emily, Cumbres Borrascosas: y Anne, Agnes Grey. Contra viento y marea.

Otra mujer, pero ésta científica, tiene una frase que la describe de cuerpo entero: “La vida no es fácil, para ninguno de nosotros. Pero... ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo”. Es de Maria Salomea Skłodowska, Y aquí están tres más: “Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más para temer menos”. “Cuanto más mayor te haces, más sientes que el momento presente debe ser disfrutado, tanto como si fuera un estado de gracia”. “La vida no merece que uno se preocupe tanto”. Obtuvo dos Premios Nobel, el de Física y el de Química. Madame Curie. La autoconfianza es fundamental para alcanzar los sueños. Una más: “No es preciso llevar una existencia tan antinatural como la mía. Le he entregado una cantidad de tiempo a la ciencia, porque quería, porque amaba la investigación... Lo que deseo para las mujeres y las jóvenes es una sencilla vida de familia y un trabajo que les interese”. Y esa entrega le costó la salud y luego la vida, a tal grado su cuerpo recibió radiaciones que tuvo que ser enterrada en un ataúd de plomo. Fue hasta 1995 que exhumaron sus restos y trasladados al Panteón de París, en donde yace al lado de su esposo, Pedro Curie.

Hay mucho camino que recorrer, todavía el piso no está parejo. La igualdad de género, más que un asunto del ámbito de los derechos humanos o de justicia, estriba en entender que se trata de una fuerza que ha demostrado plenamente que se REQUIERE para el progreso social y económico de una nación. La educación tiene un papel sine qua non para alcanzar este objetivo. Por otro lado, como dice mi querida y admirada amiga, Eufrosina Cruz, las mujeres –ella se refiere a las indígenas de manera especial, pero con su permiso, yo me dirijo a todas– no somos víctimas. Asumirse en esa suerte, es discriminarse a sí mismas.

Y que VIVAN LAS MUJERES, y también los hombres que nos aman, nos valoran y nos respetan.

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