Ofrenda gatuna: 29 ratas, un felino regalo de la 4T a Trump

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Los 29 trasladados no son sino la humilde ofrenda de ratas de parte de unos dóciles gatos para con su amo, Donald J. Trump
Quizás usted, lector que me honra con su preferencia, lectora que me quiere (pero sólo como amigos), lectore que sólo está aquí buscando alguna excusa para funarme... quizás, decía, es usted o ha sido el feliz (¿?) guardián de algún ejemplar de “felis domesticus”, morrongo, gaturro o micifuz.
Aunque mi familia siempre ha acogido con indistinto cariño a chuchos que a michos, yo me di por vencido con los félidos. Pensé que como solterón serían una compañía ideal, sencilla y poco demandante. Pero algo simplemente no funcionó. Y lo intenté más de una vez.
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Hoy, sin embargo, no vivo sin mis “lomitos”. Pero no nos desviemos, estamos para hablar de los que, cual víctimas de maldición egipcia, deciden convertirse en servidumbre de algún micho. ¡Qué onda con eso! ¿A poco si está padre vivir con un animal que, de pesar los 300 kilos que pesan sus primos las panteras, se lo zamparía sin el menor remordimiento?
De hecho, se supone que sus michitos sólo esperan a que usted cuelgue los Reebok para comenzar a degustar sus saladas carnes (o agridulces, no sé cómo ande usted de la diabetes).
Muy chulos, eso sí, no se lo voy a regatear. Los felinos son criaturas muy gráciles, muy convenientes, muy elegantiosas... pero muy cabronas. Uno de sus superpoderes es el de la manipulación. Le parecerá exagerado, pero ese clip clásico del Gato-Banderas con Botas, en donde enternece la mirada para lograr del otro cualquier cosa que desee (así sea su brazo para dejárselo como la espalda del Santo Cristo) es completamente real, un hecho científico bien comprobado, casi una habilidad Jedi.
Uno de los hábitos más odiosos de los dioses del internet, además de utilizar su lengua como papel higiénico (cada quien), es el de tratar de granjearse el perdón, la gratitud o el favor de su “sugar-human” con obsequios.
“¡¿Y a quién no le gustan los obsequios?!”, preguntará algún despistado que jamás haya estado bajo el tiránico régimen felino. Lo que sucede es que siendo animales a los que no llevamos tanto tiempo domesticando como nuestros pobrecitos perros (a los que hemos traicionado incesantemente hasta convertir en unos desdichados adefesios braquicéfalos), pues los gatos conservan mucho de su natural instinto cazador.
Sólo deje un par de gatos en libertad en alguna zona despoblada y en menos de tres generaciones va a tener una auténtica plaga de violentos animales ferales para desgracia del resto de la fauna local.
Bueno, pues siendo animales cazadores, lo mejor que tienen para obsequiarnos los morrongos es algún ejemplar de sus presas, que puede ir desde alguna cucaracha tonta, un pájaro lerdo, un ratoncillo de campo, una señora rata de alcantarilla, el Canguro de los Looney Tunes y su pieza más codiciada, el Carlos Salinas de Gortari.
Usted llega a su impecable casa cualquier buen día de trabajar y lo único que desea es relajarse y quizás recibir algo de terapia de relajación de ronroneo de la única relación duradera de su vida: el gato.
Pero se dirige a su cama, pega un brinco y ¡ewww! ¡El animalote muerto justo allí donde usted posa su atribulada cabeza!
Y su amado “Whiskoncio” al pie de la cama mirándole fijamente en espera de su más positiva y entusiasta reacción. ¿Y qué recibe a cambio? ¡La reprimenda y gritoneada de su novena vida! Todo por haber tenido la feliz idea de compartirle la mejor pieza de su colección... ¡Che ingrato! Por eso se lo va a comer si un día amanece fiambre.
Le sugiero que suspire y recupere la compostura porque esa va a ser la mejor muestra de cariño, humildad, agradecimiento y sumisión que usted va a recibir alguna vez de su gato.
El ahora celebérrimo clan de “Los 29 Trasladados” (no detenidos, no aprehendidos, no extraditados, jamás juzgados: T R A S L A D A D O S, según nos dejó muy en claro don Alejandro “el Nosferatu” Gertz Manero), son exactamente eso: los ratones que en ofrenda le han llevado a Donald Trump −pa’ tenerlo contento− sus gatos de México.
Y ya se cansa don Omar (García Harfuch), secretario de Seguridad, de tratar de convencernos de que esto no tiene absolutamente nada que ver con el endurecimiento de las relaciones comerciales y diplomáticas entre nuestro país y los EU bajo la administración del nuevo tirano mundial.
¡No, por supuesto que no! Es mera coincidencia que esos pinches delincuentes que hoy duermen del otro lado de la frontera tuvieran décadas acumulando polvo de impunidad, viviendo en el cómodo limbo de la justicia mexicana y justo ahora que tenemos al presidente gringo más bravo y autoritario de que se tenga memoria, justito ahora, tuvieron la feliz idea de agarrarlos a todos para armar un combo-narco, colocarle un moño y una tarjeta “con los atentos saludos de la Presidenta con A” (aunque ya nos insisten también que ella no tuvo nada que ver, no vayan a pensar los capos de los cárteles que ella rompió el pacto de impunidad) y mandarlos por DHL a diferentes cortes judiciales de los EU en donde se les requiere a cada uno según su muy particular currículum delictivo.
Este hecho es histórico por muchas buenas y otras tantas malas razones, pero cada una amerita un análisis propio. Son, en serio, tantos aspectos a considerar que espero que nos alcance la vida para siquiera llegar a digerirlos.
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Sin embargo, esta es la primera lectura y la más sencilla de todas (que no invalida ni se opone a todas las que después haremos sobre este mismo acontecimiento, téngalo por seguro): Los 29 trasladados no son sino la humilde ofrenda de ratas de parte de unos dóciles gatos para con su amo, Donald J. Trump, hoy en día el mero dueño de las Whiskas, al menos en lo que a la relación México-EU se refiere.
Con la misma actitud dócil con que un michito busca el perdón de su amo (y buscando recovecos legaloides para saltarse un montón de protocolos constitucionales) el narcogobierno cuatrotero le obsequia al ocupante de la Casa Blanca un paquete de roedores para que aquel pueda presumirle al pueblo norteamericano, cómo hasta las cosas que estaban trabadas desde el siglo pasado ocurren con un simple chasquido de sus dedos.... Porque ni crea que le compartió el mérito al Gobierno de México. Según la narrativa de la Presidencia norteamericana, todo ocurre gracias a su comandante supremo y anaranjado.
¿Y el gobierno de México? Bueno, en su felina condición, esperando de su amo la caricia, las Whiskas y que le cambien la arena, con ojitos de “Puss in Boots”, quiero decir, esperando indulgencia a cambio de esta “espontánea y desinteresada” ofrenda roedora.