‘Palabra de mujer no vale un alfiler’

Opinión
/ 16 agosto 2023
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Hace algunos años fui al Ministerio Público para denunciar a un hombre violento. Tenía pruebas y hasta la confesión del susodicho. Dijeron que no era cosa grave. Él podía acosarme de todas las formas que se le ocurrían: ir a gritar afuera de mi casa, lanzarse hacia mi coche para que le hiciera caso, amenazarme con golpear a mis amigos, perseguirme por toda la ciudad y esperarme afuera de mis trabajos, enviarme cientos de mensajes horribles por minuto a mis redes. Para las autoridades él estaba enamorado y yo histérica. El enojo y la violencia de él eran legítimos. Tenía una razón clara. Mi enojo era irracional y exagerado. Para “tranquilizarme” me dieron una plática de “empoderamiento” y la recomendación de visitar a mi psicóloga. Salí de ahí con una humillación que todavía conservo. En ese tiempo llevaba nueve años de escribir en periódicos y revistas. Tenía un libro publicado y había ganado varios premios de periodismo. Me di cuenta de que a pesar de eso mi palabra no valía nada. ¿Por qué?

La historia de las mujeres y el silencio es tan larga como terrible. Desde la antigüedad, los grandes hombres, los más importantes pensadores que ha dado el mundo, han defendido nuestra inferioridad intelectual. Uno de los más famosos es Aristóteles, quien en su “Política” dice: “El silencio es un adorno de la mujer, pero eso no va al hombre”. Agrega: “En la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece. Y del mismo modo ocurre necesariamente entre todos los hombres”. Para San Agustín, “la mujer es una bestia que no es ni firme ni estable”. Fray Luis de León dijo: “Porque así como la naturaleza hizo a las mujeres para que, encerradas, guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca”. Schopenhauer, uno de los más intensos, explica que las mujeres “no tienen el sentimiento ni la inteligencia de la música, así como tampoco de la poesía y las artes plásticas”.

La lista de filósofos alegando que “por naturaleza” las mujeres gozamos de menos dones en cuestión de inteligencia continúa por varios milenios. Que somos más “emocionales”, pues. Y bajo esas ideas se escribieron las leyes, se fundaron las instituciones y se establecieron las reglas. Yadira Calvo, en su libro “De palabras, mujeres y alfileres” (un título tomado del refrán que encabeza esta columna) hace una documentada investigación sobre el patriarcado en el lenguaje. Ella escribe: “Una de las acusaciones ancestrales ligadas a esa peor estima del habla de las mujeres es la parlanchinería”. Es decir, las mujeres no hablamos, parloteamos. Las mujeres no conversamos, chismorreamos. Las mujeres no denunciamos, lloriqueamos. Lo femenino se asocia con lo ignorante, con lo devaluado. Por eso llevo varios años estudiando a las filósofas, a las poetas, a las activistas, para saber cómo han pensado ellas las cosas; para conocer la historia de sus luchas y sus logros; para entender por qué para muchos, entre ellos las autoridades de gobierno, la palabra de una mujer sigue valiendo menos que un alfiler.

Según la historiadora feminista Gerda Lerner, la exclusión de las mujeres en la educación formal y el espacio público ha sido fundamental para su marginación. Pero hay otro punto no menos importante: ocultarles (ocultarnos) su propia historia como grupo social. Desconocer los antecedentes, los movimientos, hazañas y batallas de las mujeres es sumamente peligroso, porque entonces una se queda sin referentes. No es casualidad la ausencia de nombres femeninos en los libros y programas de estudio. Aquel día que salí del Ministerio sabía que yo tenía razón, pero no encontraba las palabras para expresarlo. Y lo que no se nombra no existe, como dicen. Por eso comencé a leer y luego a escribir sobre quiénes somos y qué hemos hecho. Sé que los problemas no se resuelven inmediatamente con eso, pero es un primer paso. Validar la palabra, legitimar las acciones; para que la vida, nuestra vida, sea diferente.

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