Patrimonio urbano y zonificación: ¿preservación o pérdida de identidad?
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Marco D’Eramo, físico, sociólogo y periodista italiano, publicó en 2014 un aterrador artículo sobre la realidad de las declaratorias de patrimonio urbano. Lo tituló “UNESCOcidio”. Y es que, a título de este organismo internacional, se cometen grandes maquillajes en el patrimonio construido, de tal manera que, según él explica, la conservación rige sobre cualquier cambio convirtiéndolo en un “no lugar”. Es el urbicidio.
Con una formación inusual, el también fundador de la New Left Review en donde publicó este artículo (fascinante revista que cuenta con 140 números desde 2000 hasta el 2023, y se puede consultar en línea), cita a otro fundador, pero del movimiento futurista en Italia, Filippo Tommaso Marinetti. En su defensa por una vertiginosa modernidad, Marinetti declara en el Manifiesto futurista de 1909: “Queremos librar a Italia de su gangrena de catedráticos, arqueólogos, guías turísticos y anticuarios. Durante demasiado tiempo, Italia ha sido un mercado para tratantes de segunda mano. Queremos liberarla de sus innumerables museos, que la asfixian como si fueran cementerios”. D’Eramo señala que, al contrario de Marinetti, no tiene nada en contra de los museos. Simplemente, se opone a la museificación como categoría universal que subsume la vida entera de una ciudad y una sociedad. Cuando una ciudad se vuelve patrimonio de la humanidad, está condenada a perecer.
Pero ¿qué implica una declaratoria de patrimonio cultural de la humanidad? A ojos de los gobiernos, de la turistificación y el capitalismo, incluso de muchos grupos que auténticamente temen la pérdida de su “esencia”, implica garantizar la preservación a partir de la importancia artística, histórica y cultural. México tiene 29 sitios de patrimonio cultural inscritos en la UNESCO, pero también el gobierno federal reconoce bienes de valía por medio de las declaratorias de Monumentos Artísticos, reguladas por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura para siglo XIX, XX y XXI, y anteriores, así como de Zonas Arqueológicas, bajo la competencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
No obstante, D’Eramo se enfoca en las declaratorias de ciudades y destaca la noción modernista de zonificación, atribuible al capitalismo posmoderno. La zonificación es un concepto (racional) de la planificación urbana que implica clasificar por usos y construcciones permitidas, así como segregar los usos que se consideran incompatibles en un cierto sector geográfico, con el fin de preservar su “carácter”. La zonificación, afirma, “se basa en la monofuncionalidad: no se duerme donde se trabaja, no se sale de juerga donde se duerme, no se hacen negocios donde se va de juerga. De esta forma, la ciudad queda segmentada en distritos («turístico», financiero, comercial, residencial, industrial) que nunca se cruzan o coinciden (nunca encontrarán un bar en un barrio residencial estadounidense).” El italiano concluye que el problema es que las ciudades se levantaron con un objetivo diametralmente opuesto: lugares de interconexión y articulación entre las diversas actividades humanas.
¿Quién no recuerda la tiendita de barrio, el zapatero o el sastre que ha tenido que cerrar para dar paso al Oxxo y a grandes supermercados con la misma oferta de producto, frente a la mayor variedad y sabor local que encontrábamos antes? Y no estoy hablando de hace mucho, pero paulatinamente nuestras ciudades se han transformado. Añadámosles la gentrificación, incluso de los mercados, donde todo se vuelve decorado homogéneo, mientras los habitantes originales ya no pueden pagar las altas rentas y deben mudarse fuera, para que sus nuevos habitantes puedan pedir su comida por aplicaciones móviles.
Las declaratorias son entonces, en el sentido del teórico francés Roland Barthes, como fotografías que anuncian una muerte futura. Pero además, obligan a la unificación y el maquillaje, como ha sucedido con el programa Pueblos mágicos en México. Dado que implican el acceso a recursos, los gobiernos estatales y municipales aspiran a ellos, aunque todos los pueblos mágicos terminan pareciéndose entre sí y perdiendo precisamente su carácter, sin decir que son proyectos que sólo benefician al núcleo urbano más consolidado y dejan fuera a los que no entran en su perímetro.
En la gestión del patrimonio urbano, me pregunto ¿a qué aspiramos realmente cuando buscamos estas declaratorias? ¿Cómo construirlas sin caer en este magnicidio del capitalismo global, dando cabida al comercio de proximidad, en diálogo con las comunidades y respeto a sus usos y costumbres?