Perversión de medios y gobiernos
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En nuestro País muchas cosas se pervirtieron al paso del tiempo, en el entendido de que “pervertir” etimológicamente significa cambiar el orden original de las cosas. Una de ellas es la relación que existe entre los medios y los gobiernos.
Aunque en el tema de la separación de poderes propuesto por Charles Louis de Secondat, mejor conocido como el Barón de Montesquieu, en
“El Espíritu de las Leyes”, los medios de comunicación no están formalmente incluidos, como decía Thomas Carlyle, llegaron a constituirse y a denominarse como Cuarto Poder por los niveles
de influencia en los asuntos políticos y sociales de los pueblos, en el entendido de que la información es poder.
En el contexto nuestro, aquí es donde la perversión comienza porque los poderes −incluyendo al cuarto− separados no estuvieron ni están. Y este es el origen de la telenovela que nos deglutimos un día sí y otro también, donde el protagonismo de quien representa al Estado, a través de la confrontación y la urgencia de luces de parte de algunos periodistas y medios, enturbia el panorama de la democracia, de por sí bastante obnubilado.
Hay muchos episodios que dan cuenta de la historia de amor-amistad entre los medios y el Estado. A la fecha sigue ocurriendo y, en el entendido de que la información es poder, se paga más por lo que no se dice que por lo que se dice. La industria del pago de piso que los medios cobran es para dar miedo. Es muy fácil indagar, ahora en la amplia carretera del internet, en fuentes confiables, lo que pagaban y pagan los gobiernos a los medios, por ser “amigos” y llevar la fiesta en paz.
Nada errado estaba el Barón de Montesquieu cuando propone la división de poderes, porque ésta es necesaria. No sólo da credibilidad, sino que equilibra, da confianza e incentiva la gobernabilidad.
¿Cuándo comenzó la perversión? Cuando el periodista y el Presidente –en cualquier momento de la historia– se volvieron amigos. Hoy, el titular del Ejecutivo federal, por muy neutral que se diga, sigue teniendo amistades cercanas en el gremio periodístico, la prueba está que algunos han sido compensados con puestos importantes. En el lado del periodismo, algunos pasaron de servir al poder político a ser serviles con el poder económico, colocando la verdad en un segundo plano.
Y así como administraciones pasadas tuvieron en algunas casas editoras, radiales y televisoras, sus megáfonos de legitimación social, así ahora en los tiempos de la red –entendiendo la evolución de los medios–, sigue boyante la amistad entre el estado y los medios. Y no porque se da, como muchos lo piensan, es lo correcto.
Los medios son importantes porque la comunicación es básica entre la sociedad y el Gobierno, es decir, son mediadores. Si la democracia es el arte de la deliberación pública, ergo, los medios la hacen posible. Su objeto formal es el de comunicar, pero apegándose a los hechos, es decir, a la verdad. Su prioridad debe ser la construcción del bien común.
Tener una continúa referencia al bien, servir a la verdad y buscar que se dé en la misma la tolerancia y el diálogo. Sé lo que va a comentar, pero se requiere la utopía. En ese sentido, ni el periodismo debió hacer ligas con el Estado, ni el Estado debió permitirse ser cercano al periodismo.
En la telenovela que hemos vivido esta semana, obligadamente aparece la pregunta: ¿quién tiene la razón, el periodista o el Presidente?, ¿quién posee la verdad? Umberto Eco autor del famoso “El Péndulo de Foucault” y “En el Nombre de la Rosa”, entre otros tantos textos, afirma que para comprender mejor muchos de los problemas que aún nos preocupan es necesario volver a analizar los contextos en que determinadas categorías surgieron por primera vez.
Y aquí es donde está la clave de interpretación del socorrido y desgastado drama que enfrentan la Presidencia de la República, algunos periodistas mexicanos y algunos sectores de la sociedad; donde bajo el marco de la urdimbre, es decir, el enredo entre el artículo 6 Constitucional, la indiscreción y el abuso gubernamental, el golpeteo político que trae popularidad y ganancias de unos y de otros, ponen en juego el bien común y la verdad. Está bastante claro que unos y otros están en plena campaña política, desgastando la gobernabilidad.
Continuemos con Eco, la respuesta está en el contexto. ¿Y qué es el contexto? Para fines prácticos son las circunstancias que rodean una situación concreta. En el caso presente, tendría que ser lo que ambos personajes han dicho y hecho en el pasado, las organizaciones a las que han servido, las filias y fobias que han tenido y, por supuesto, el lugar que ocupan en el presente reciente. Y en el entendido de que la verdad no es relativa, sino la adecuación de la cosa a la idea –verdad ontológica – o bien de que la idea corresponde a la cosa –verdad lógica–, saque sus conclusiones.
Meternos en el área del relativismo moral, donde la verdad depende de las circunstancias, nunca ha sido una buena salida, porque aquí “ni todo es verdad, ni todo es mentira, todo es de acuerdo, al color del cristal con que se mira”. Atendamos a la veracidad, que es para fines prácticos donde los medios deben asentar sus reales. La verdad es el apego y el respeto a lo real.
Los bloques que representan el Presidente y el periodista no pueden ni deben –aunque lo han hecho con nuestro consentimiento– condicionar la verdad. Mientras tanto, la perversión sigue siendo la constante. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx