De avaricia y avarientos

Politicón
/ 18 enero 2020
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La avaricia es un pecado mortal, y el que menos se disfruta, excepción hecha de la envidia. El avaro ni de lo suyo es dueño. Igual podría tener un montón de piedras que un montón de monedas.

Los avaros mueren con una rata en la boca. Su muerte es triste siempre: se van con la amargura de no poder llevarse nada de lo que atesoraron. Recuerdo la historia que nos contaba don Fermín González, nuestro inolvidable maestro de cuarto año de primaria en el querido Colegio Zaragoza. Trataba de un avaro que escondía en el sótano de su casa pilas de monedas. Todas las noches bajaba a contemplarlas a la luz mortecina de una vela. Cierta noche un golpe de viento le cerró la puerta, y el avaro no pudo ya salir. Murió de hambre y de sed, y seguramente de desesperación, rodeado de su riqueza inútil. Las ratas tuvieron más alimento que él.

Se contaba en Saltillo la historia de otro hombre, dueño de casuchas que alquilaba a los pobres. Los billetes de las rentas que cobraba los escondía dentro del colchón de su camastro. Un día lo visitó una de sus hijas. El hombre no estaba en ese momento. Al ver el miserable jergón en que dormía su padre fue y le compró uno nuevo. El otro lo quemó en el patio de la infecta vecindad donde vivía el hombre. Cuando el avaro volvió y miró la hoguera quiso lanzarse a ella para salvar algo de lo que estaba ardiendo. Los vecinos se lo impidieron. El hombre se volvió loco, y vagaba por las calles contando con las manos en el aire imaginarios fajos de billetes.

Cada pecado capital tiene una virtud opuesta. Contra avaricia, largueza... Largueza, esto es generosidad, no dilapidación ni despilfarro. Evitemos ser como aquel tipo que se sacó 5 millones de pesos en la lotería. Se desapareció por unos meses, y regresó después sin un centavo. Le preguntaban qué había hecho con el dinero. Y respondía:

-Un millón me lo gasté en mujeres. Otro en vino. Otro en el juego… Lo demás se me fue en puras pendejadas.

Censurable la conducta de este hombre, estoy de acuerdo, pero al menos gozó de su dinero. Las monedas son redondas, y él las echó a rodar. “Bien haiga”, como dice la gente del Potrero para alabar a alguien. En cambio el avaro no disfruta de su dinero, y si tiene familia la condena a vivir en la miseria. Había un usurero que daba de comer a su mujer, por todo alimento, tres huevos cada día: uno en la mañana, otro al medio día y en la noche el tercero. Y le dolían los huevos, dicho sea sin intención segunda. No permitía ni siquiera que su desventurada esposa los friera, pues para eso tendría que usar manteca, y eso costaba: los debía comer duros, y cocidos además en muy poca agua a fin de no gastar mucha lumbre al calentarla.

A consecuencia de esa dieta -huevos a huevo- la señora cayó en estado de consunción muy explicable, y su debilidad la puso a las puertas de la muerte. Mal de su grado el avaro llevó a la infeliz con el doctor, y éste le dijo al cicatero que no debía escatimarle nada a su señora en cosas de la alimentación.

Cuando llegaron a la casa el avaro le dijo a su mujer:

-Ya oíste lo que dijo el médico. En adelante usa toda el agua que quieras para cocer el huevo.

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