'Don quijote o el amor'
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Así es el título del ensayo: “Don Quijote o el amor”, que sobre la inmortal novela cervantina publicó en 1926 el periodista y escritor español Ramiro de Maeztu (1874-1936).
De hecho se trata de una serie de textos publicados inicialmente en el diario La Prensa de Buenos Aires, algunos de los cuales fueron transformados, según afirma el autor, tanto en aspectos de redacción como de fondo.
Ramiro de Maeztu, autodidacta de altos vuelos, fue escritor incansable. Destacó como miembro de la llamada Generación del 98 junto con Pío Baroja y Azorín, a quienes identificaban como el Grupo de los Tres. La evolución de su posición doctrinal lo llevó hacia un firme tradicionalismo católico. Fue diputado a Cortes y en 1936, sin más, fusilado por milicianos republicanos al inicio de la guerra civil española.
Como dato significativo, vale la pena señalar que al publicar Ortega y Gasset, en 1914 sus “Meditaciones del Quijote” las dedicó a Maeztu. Luego, quizá debido a la militancia de Ortega en el bando republicano, en ediciones posteriores suprimió tal dedicatoria.
En 1903, cuando se hacían los preparativos de los numerosos y grandes festejos conmemorativos del tercer centenario de la publicación, en 1605, de la I Parte de El Quijote, Maeztu sacudió al mundo intelectual de su tiempo al dar a luz un célebre artículo en que llamó “decadente” al libro insigne y “apoteosis de nuestra decadencia” a dichos festejos. Como es de suponer, “Este juicio adverso produjo una gritería hostil” contra el escritor y periodista, según él mismo dio cuenta.
Tuvieron que pasar más de dos décadas para que Maeztu explicara, el publicar en 1926 “Don Quijote y el amor”, qué realmente quiso decir entonces.
Según el autor, El Quijote ha de verse como el libro que marca la decadencia española. Dice que “la calificación de decadencia no afecta en modo alguno el valor literario de una obra, ni aun su valor moral o ético”, ya que “sólo expresa su momento vital”.
Lo explica así: “No entiendo que se pueda leer el Quijote sin saturarse de la melancolía que un hombre y un pueblo sienten al desengañarse de su ideal; y si se añade que Cervantes la padecía (la melancolía) al tiempo de escribirlo, y que también España, lo mismo que su poeta, necesitaba reírse de sí misma para no echarse a llorar, ¿qué ceguera ha sido ésta, por la que nos hemos negado a ver en la obra cervantina la voz de una raza fatigada, que se recoge a descansar después de haber realizado su obra en el mundo?”
¿Y a qué se debió esa fatiga? A los gigantescos sacrificios que hubo de realizar la nación española a lo largo de todo el siglo XVI para llevar a cabo su magna epopeya en el mundo, y que tan magros resultados le produjo, al verse despoblada y sus hijos pobres y con hambre. Sus excesos en iniciativas e ideales fueron muy superiores a sus posibilidades y fuerzas. Vino entonces la decadencia, que se ha de entender no en sentido de reproche, sino de definición.
Sin embargo, “Don Quijote es el prototipo del amor, en su expresión más elevada… (como) Todo gran enamorado se propondrá siempre [sin importar fatigas] realizar el bien en la tierra… y querrá reservarse para sí las grandes hazañas de los hechos valiosos”. Es la tesis central de Maeztu. (73)
jagarciav@yahoo.com.mx