El triunvirato ‘prianrredista’ y una partidocracia de flojera

Politicón
/ 9 diciembre 2020

En “Desde las gradas. El partido que presenciamos”, compilado en sus imperdibles “Instrucciones para vivir en México”, Jorge Ibargüengoitia sentencia que los procesos electorales en el país son tan soporíferos, que la forma más irónica de escribir sobre ellos podría arrancar con la frase: “El domingo son las elecciones, ¡qué emocionante! ¿quién ganará?”. Por supuesto la sarcástica pregunta final alude a la inexorable hegemonía priista que ya llevaba décadas consumada, pero aunque nos estamos refiriendo a un texto escrito en 1976, sabemos que son abundantes las dosis del pensamiento del escritor guanajuatense aplicables a la realidad actual. Vaya cliché de reseña literaria cajonera, pero es así.

Y para ahondar en los estados de la conciencia electoral mexicana, Ibargüengoitia planteó tres escenarios que (con todo y las recientes y no necesariamente afortunadas alternancias presidenciales) a más de cuatro décadas de distancia siguen reflejando la dinámica democrática del país:

El primer escenario es el de un ciudadano que simpatiza o al menos se siente comprometido con algún partido político o candidato y que por motivos ya sea egoístas, personales, imaginarios o idealistas, está decidido a cruzar en su boleta el escudo que más le convenga, sea oficialista u opositor. Una vez depositado su papel en la urna, este ciudadano sentirá la satisfacción del deber cumplido, independientemente del resultado de las elecciones. Aquí se puede hablar, entonces, de voto convencido, voto de base, voto duro, voto cautivo, voto subsidiado o voto coercitivo. Aunque también se podría dar el voto cruzado.

El segundo escenario muestra a otro ciudadano que si bien no tiene definidas sus preferencias, sabe que bajo ninguna circunstancia le concederá su voto al oficialismo; además considera que participar del proceso electoral es un deber cívico, aun cuando la contienda no sea limpia y los resultados estén previamente arreglados. Para este elector, votar por la oposición significa un reclamo al partido en el poder y un recordatorio de que “no todos los ciudadanos están dormidos, ni aplaudiendo, ni queriendo entrar en la repartición de la sopa. Otro beneficio de esta actitud podría ser que se produjera eventualmente un contrapeso en las cámaras, lo que a su vez resultaría en un freno al Ejecutivo”. Este escenario plantea, pues, los denominados votos de castigo, voto útil, voto cruzado o voto razonado.

En un tercer escenario aparece un ciudadano que juzga a las elecciones como una farsa de la cual no quiere sentirse parte. Su juicio es producto del razonamiento, no del desinterés, y justamente por ello se siente en una encrucijada: si decide no acudir a votar, o llegando a la urna anula su voto, corre el riesgo de ser echado en la misma canasta de los indolentes, estúpidos y apáticos, aun cuando él, al no votar por nadie, esté tratando de expresarse legítimamente y con conocimiento de causa.

Ibargüengoitia proponía que para acabar con esa ambigüedad, “el partido de los objetantes, por principio, debe buscar una manera de expresión electoral que los distinga de los morosos y los indiferentes, quienes, creo yo, siguen formando el partido más numeroso del país”. Simple: este escenario habla del abstencionismo, del voto nulo, del voto en blanco y de las muchas campañas para legitimar estas prácticas como auténticas opiniones políticas de reprobación y rechazo a los sistemas establecidos.

De cara al 2021 es evidente que la oposición, ciclada todavía en dar palos de ciego, busca capitalizar los criterios del segundo escenario provocando que el cauce de todas las desilusiones fluya hacia un mismo molino: el PRIANRD, que al igual que los monolitos metálicos que aparecieron en Estados Unidos, Rumania, Inglaterra y Colombia (ahora reivindicados como instalaciones artísticas), brotó así: como una estructura rara, explicable sí en su origen e intenciones, pero de la que se ignoran aún su utilidad, sus alcances, sus pactos y su propuesta. Por separado ni el PRI, ni el PAN ni el PRD estaban dando el ancho como oposición, aun y cuando el gobierno de la 4T, que llegó sin brújula, se las ha puesto fácil al ir ocasionando un desastre tras otro. 

Y si bien esa suerte de triunvirato, de remake de la Triple Alianza o del Pacto por México era predecible, lo interesante será ver cómo definirán candidatos comunes, cómo tratan de conectar con un electorado que los rechazó con todo el peso de su hartazgo y cómo se lavan el olor a ineptitud y corrupción que también ellos despiden. Apelar sin fundamentos y sin reinvención al elector del segundo escenario podría terminar justificando al del tercero, pero también propone un cuarto: uno donde aparezca un elector que se cuestiona, cada vez con más rigor, si esta partidocracia, de auténtica flojera, sigue valiendo la pena, si se justifica a estas alturas el desfile interminable y costosísimo de quienes hoy derraman veneno para mañana ofrecer el antídoto, aunque no lo tengan, como hoy le pasa a Morena y como le ha pasado al PRIANRD. El elector del cuarto escenario deberá entonces bajarse de la grada, dejar de ser un mero espectador. Sólo así parará el círculo vicioso de que, apelando a la desmemoria y al mero fastidio, se sigan ofreciendo como solución los que siempre han sido parte del problema.

PRÓXIMA ESTACIÓN
Manuel Serrato

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