A esta emergencia todavía le cuelga un rato

Politicón
/ 11 noviembre 2020

Joe Biden no es, por supuesto, ningún superheroe. Nada garantiza, tampoco, que su desempeño como presidente de Estados Unidos signifique tiempos luminosos ni para su país, ni para el nuestro. Sin embargo, la declaración que emitió desde Wilmington, Delaware, luego de reunirse virtualmente con sus asesores por la pandemia del COVID-19, fue una breve pero contundente lección de política pública ante una emergencia, la sanitaria, que todavía está lejos de su final:

“Por favor, se los suplico, usen cubrebocas. Háganlo por ustedes mismos, por sus vecinos. Una mascarilla no es una declaración política, sino una buena manera de empezar a impulsar juntos al país (...) Se acabó la elección, es hora de dejar a un lado el partidismo y acabar con la politización de las medidas de salud, como el cubrebocas y la sana distancia”.

Y, como remate, una frase propia de un estadista: “un cubrebocas puede ayudar a salvar miles de vidas. No vidas demócratas, no vidas republicanas, sino vidas estadounidenses”. 

No era para menos: Estados Unidos acaba de sobrepasar la barrera de los 10 millones de casos confirmados de COVID-19 y es evidente que con Biden, intenso promotor del uso masivo del cubrebocas, el manejo de la emergencia sanitaria será distinto. Sin embargo, el cambio de timón, en este caso, viene de una proyectada alternancia en el Gobierno Federal. Para otros países o gobiernos locales a los que todavía les queda buen tiempo en funciones, debería ser suficiente el tamaño del desastre, la cantidad creciente de contagios y la ineficacia de sus medidas para, por lo menos, plantearse un rediseño de sus estrategias. Es el caso de México, por supuesto. Con casi 100 mil muertos a cuestas, la tónica sigue siendo el divisionismo, el encono, el rechazo a las medidas que internacionalmente han demostrado su eficacia y el nocivo cálculo político electorero de una situación que sigue poniendo en riesgo la salud y la vida. Ya quisiéramos aquí una postura como la del discurso de Biden: llamados a la unidad, rechazos a la polarización y al uso político de las medidas sanitarias y un exhorto a actuar responsablemente como colectividad.  

Pero aterricemos en la realidad más inmediata y vayamos al caso de La Laguna. La región se ha convertido en foco rojo nacional por la escalada de casos positivos en las últimas semanas. De hecho, hace unos días fue la zona metropolitana con la mayor prevalencia de contagios en todo el País luego de que el 6 de noviembre Torreón reportara 171 y Gómez Palacio 98, los números más altos en estos municipios conurbados en lo que va de la emergencia sanitaria.

Al hacer énfasis en esos datos, la Mesa de Salud de La Laguna lamentó además, mediante un comunicado, que a pesar de las medidas impuestas tanto por Coahuila como por Durango (que se declaró de nuevo en semáforo rojo la semana pasada), la movilidad innecesaria no se ha logrado contener, lo que sigue poniendo en jaque al ya de por sí afectado y disminuido personal sanitario y lo que sigue elevando, para todos, el riesgo de contagio.

Pero además, la Mesa de Salud hacía hincapié en algo evidente: las medidas restrictivas tomadas de uno y otro lado del Nazas corren, para no variar, por cauces diferentes. Mientras del lado de Durango se ordena una ley seca total, se restringen los horarios del transporte público y se cierran lugares de esparcimiento, del lado de Coahuila las medidas son mucho menos estrictas. 

Pareciera que una emergencia sanitaria no es motivo suficiente para homologar criterios en un territorio tan urgido de cohesión. La Laguna es una zona metropolitana por geografía y división política, sí, pero la vida de sus habitantes se ha regido muy poco con una verdadera visión comunitaria. Miles de ciudadanos van y vienen a diario entre La Laguna de Coahuila y La Laguna de Durango. Y aunque haya problemas comunes, las decisiones que se toman para resolverlos muchas veces chocan y se contraponen entre sí. 

Y mientras tanto, la situación sigue siendo crítica. La ocupación hospitalaria ha pasado de 94 por ciento a 83 por ciento en los últimos días, pero no por la disminución de contagios, sino por la habilitación de más camas para pacientes con coronavirus. Tan sólo en los primeros 10 días de noviembre, Torreón reportó 84 decesos, cuando todo el mes de octubre reportó 100. El reto, sobra decirlo, es mayúsculo y no acabará en el corto plazo. En estos días que corren se está determinando el nivel de tranquilidad con que concluirá noviembre, con el riesgo de que si se logra reducir la curva, las medidas se relajen durante la época decembrina y el 2021 inicie con otro repunte. Ojalá que no sea el caso y que, independientemente de medidas conurbadas o no conurbadas, se impongan la responsabilidad y la mesura. A esta emergencia, como dicen por ahí, todavía le cuelga un rato. 

Manuel Serrato
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