Hasta para eso encontró un atajo

Politicón
/ 25 julio 2020

La última vez que renovamos las placas de su auto, cuando le ofrecieron darle unas especiales para gente de su edad, le respondió al empleado de Control Vehicular: “Ni madres, esas son para los viejos”.

Un día que le hablé para ir por ella, insistió tanto en venir por mí, que no me quedó de otra: “Despacio y con cuidado; acuérdate que cumpliste 15 años hace 60”, le advertí.

Les platico: ¿Su lucidez?, asombrosa, producto de hacer cuentas todos los días y de pastorear a sus hijos tras la muerte de papá.

Con su orientación de taxista, me decía: “No me hagas mapas; nomás dime la calle y con cuál cruza”, y se aventaba unos atajos de padre y señor nuestro.

Su oído le daba lata y aunque no necesitaba anteojos, los tenía que usar porque al renovarle la última licencia fue advertida de que si la pescaban manejando sin ellos, le recogían el carro y no la volverían a dejar conducir.

Tenía un truco: Al aburrirse en una reunión, comenzaba a bajarle el volumen a los audífonos y su gesto adusto se iba suavizando a medida que la inundaba el silencio.

La última vez que renovamos las placas de su auto, cuando le ofrecieron darle unas especiales para gente de su edad, le respondió al empleado de Control Vehicular: “Ni madres, esas son para los viejos”.

El día que fue por mí a la casa me sentó -por supuesto- en el lado del conductor y sabiendo cómo se las gastaba, al abrir la cajuelita de los guantes, brotó un montón de multas de tránsito que metía ahí apenas se las daban los agentes.

“No la friegues, mamá, mira esta: “Conducir a más de 100 k/h en zona de 60. Intento de huida y resistencia de particulares”, le dije tras escoger al azar una de las multas.

Me respondió: “¿Sabes por qué me puso tanta cosa? Porque cuando me dijo que iba a más de 100 por hora le respondí: Ah jijo, ¿a poco trae usted radar integrado?, porque la pistola no la veo”.

No daba “mordidas” y cuando los agentes comenzaban a hacerle plática los paraba en seco: “Aquí están mis papeles, deme la infracción y ya me voy, porque tengo una junta”.

De memoria prodigiosa, solo recordaba los nombres que le interesaban.  

Le heredé esta frase: “¿De qué me sirve saber los apellidos de la Emperatriz Carlota?”

Cuando era niño, me chocaba que lo hiciera, pero luego descubrí por qué lo hacía y desde entonces lo hago igual. El resultado es el mismo: Antes me encabronaba con ella y ahora se encabronan conmigo.

¿Les digo?

Alguien menciona Bulgaria y pregunto: ¿Capital?

Otro presume y repite “García Márquez” y cuestiono: ¿Matrona de los Buendía?, o peor: ¿A qué se dedicaba el papá de Gabo?

Le encantaba jugar al “Marathon” porque decía que reconocer nuestra ignorancia es el principio de la sapiencia.

Cuando le preguntaban por el número de su teléfono, se los decía al revés y al advertirles esto, retaba a que le dijeran cuál era.

La primera vez que me la hizo, me enojé, pero luego, cada vez que veía la reacción de quienes los preguntaban, me atacaba de la risa por cómo los sacaba de quicio.

CAJÓN DE SASTRE

Ayer que fui a verla, no me reconoció. Fue de un día para otro. 

Me llamaron: “Ven lo más pronto posible” y creí que se había muerto.

Sigue viva, pero cuando me miró y no me reconoció, supe que se había ido.

El médico me dijo que de los 7 niveles del Alzheimer, doña Gloria ya está en el 6º, y pensé: Chin…, hasta para ésta méndiga enfermedad, mi viejita encontró un atajo…

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