Historia de dos mujeres

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-De dos mujeres voy a hablar ahora.
-¿De dos únicamente, licenciado?
-¿Quería usted más?
-Bueno, es que...
-Mire: una sola mujer -la que usted quiera, escójala al azar- da material para escribir 50 libros. ¿Y le parece poca cosa que escriba yo un artículo acerca de dos?
-Perdón, es que como usted escribe tanto...
-Sí, pero de política y otros temas igualmente aburridos. Eso cualquiera. En cambio, si escribe usted acerca de mujeres debe escoger una nomás. Eso es lo que aconseja Tirso de Molina, que era cura y sin embargo sabía mucho de mujeres. Dicen que aprendió a conocerlas -vaya usted a saber- en el sacramento de la confesión, ahora llamado “reconciliación”, término que suena menos policíaco y es más políticamente correcto.
-Tiene usted razón, licenciado, perdone mi necedad. Y ¿de qué dos mujeres va usted a escribir hoy?
-Cualquiera da material en abundancia, ya le digo, sea Cleopatra o sea Malole García, que tiene un estanquillo y ha estado enamorada en secreto desde hace mucho tiempo del muchacho que vive enfrente.
-Malole dice usted. Ha de ser de Monterrey.
-De Monterrey es, en efecto. Lo felicito por su perspicacia. ¿Cómo supo usted que esta Malole es regia?
-Por el nombre, licenciado. Malole es diminutivo de María del Roble, y la Virgen del Roble es la patrona de Monterrey. Acuérdese usted de cuando iban los saltillenses a los toros, y al entrar en la plaza los regiomontanos les gritaban aquello de: “¡Ya llegaron, hijos del Santo Cristo!”. El zapatero apodado el Caifas –sin acento-, gran jefe de la porra saltillera, les respondía con su tremendo vozarrón: “¡Sí, cabrones! ¡Venimos a pedirles la mano de la Virgen del Roble pa’l Patrón!”.
-Por favor, amigo mío, no vayamos a escandalizar a alguien con esas herejías
-Me extraña su cautela, licenciado. Peores cosas ha dicho usted. Y a lo mejor ha hecho, si me perdona el atrevimiento.
-Nos estamos apartando del tema, compañero. Yo dije que iba a escribir de dos mujeres, y mire usted a dónde nos llevó la plática. Y eso que ni siquiera le he dicho todavía de cuáles dos mujeres voy a hablar.
-¿Me lo puede decir ahora?
-Con mucho gusto; después de todo usted es el lector, y para usted escribo. Voy a escribir acerca de una muchacha joven y bonita que tenía aquí en Saltillo un salón de belleza allá por los años cincuentas del pasado siglo, y salía sin medias a la calle cuando eso era un escándalo en Saltillo. Y voy a escribir también de su vecina, solterona ella, muy devota de San Juan Nepomuceno. Ella veía por la ventana de su casa los ires y venires de la muchacha que no se ponía medias cuando salía a la calle. ¿Le parece interesante el tema?
-Sí, claro. Pero, la verdad, me pareció más interesante aquella Malole, la de Monterrey; la que dice usted que está enamorada de un cierto muchacho.
-Eso me lo contaron, a mí no me consta.
-Licenciado: perdóneme otra vez. Si escribiera usted solamente acerca de lo que le consta publicaría un artículo por año, cuando mucho, y no cuatro cada día, como hace.
-¡Mire! No había pensado en eso; pero tiene usted razón. En fin, mañana le contaré esa historia de Saltillo, la de la muchacha bonita que salía sin medias a la calle, y la de la soltera quedada que la veía por la ventana. ¿Le parece?
-Sí. Pero me va a dejar en suspenso.
-Le juro que no es ésa mi intención.
(Continuará).