La Guía de Madariaga

Politicón
/ 25 septiembre 2016
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Entre junio de 1923 y febrero de 1925, el escritor español Salvador de Madariaga (1886-1978) publicó en La Nación de Buenas Aires una serie de artículos que un año después, en 1926, reunió en un libro que vio la luz con el título de Guía del lector del Quijote.

En la crítica literaria sobre la inmortal novela de Cervantes, la Guía de Madariaga es una obra clásica. Con cierta autosuficiencia, el propio autor así lo afirma. En alguna de las primeras ediciones de su libro empieza por decir al lector que su estudio se puede comparar con dos previos muy famosos: Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno, del cual ya presenté aquí una breve reseña, y Meditaciones del Quijote de José Ortega y Gasset; así como con otro par de libros que por esos mismos años fueron publicados: Ensayos de simpatía (Don Quijote,

Don Juan y la Celestina) de Ramiro de Maeztu y El pensamiento de Cervantes escrito por Américo Castro. De los tres últimos espero presentar sendos comentarios en este espacio.

Tan seguro estaba Madariaga de la calidad de su obra sobre El Quijote, la  cual por cierto, en sentido estricto, no es precisamente una guía, si por ésta se entiende una especie de manual con claves para que el lector entienda mejor o disfrute más la gran fábula cervantina, que escribió lo siguiente: “Dejo al discreto lector el cuidado de juzgar las ‘simpatías y diferencias’ entre los (cuatro) libros citados” y el escrito por él.

De entrada, Madariaga comunica al lector que su obra comprende  “dos series de estudios. En la primera se analizan algunos de los problemas que sugiere el genio tan complejo y singular de Cervantes  en su actitud  para con el Quijote y los libros  de caballerías. En la segunda (serie) se estudian algunas cuestiones psicológicas que plantea la obra misma”.

Desde mi punto de vista, en la segunda parte es donde se encuentra la aportación más valiosa de Madariaga. Ésta consiste en el análisis detenido y puntual, a lo largo de la novela, de la curiosa evolución que tanto en sus actitudes como en su conducta registran sus dos principales protagonistas, es decir, Don Quijote y Sancho Panza. Sobre este punto, son muy acertadas las conclusiones a las que llega Madariaga, derivadas de su atento seguimiento de la fábula.

Aunque Madariaga -según lo dice expresamente- renuncia a ver en Cervantes un semidiós, lo considera sin embargo un ser humano excepcional, privilegiado, un intelectual clásico que protesta contra los extravagantes libros de caballerías que “todo el mundo lee” y él aborrece, principalmente  por su falta de verdad.

Madariaga afirma que Cervantes, “quizá debido a su propia experiencia personal”, revela un profundo conocimiento de la compleja actitud de las personas cultas de su tiempo hacia los libros de caballerías, “mezcla de consciente desprecio y de interés subconsciente”. De ahí su firme propósito de darles muerte a esas obras, lo que cree haber logrado con su Quijote.

Sobre el punto, el autor de la Guía escribe: “Es posible que (El Quijote) contribuyera a su decadencia; pero, en realidad, los libros de caballerías no murieron más que en la forma, muerte sólo debida a que cada edad requiere formas nuevas; su espíritu no murió, ni morirá mientras viva la especie humana. Hoy encarna en la película y en la novela por entregas”.

Finalmente, cabe decir que lo más destacable -en mi opinión- del libro de Madariaga es el registro que hace de cómo, a lo largo de la novela, Don Quijote va adoptando la actitud y conducta de Sancho Panza y éste las de su amo. A este curioso proceso lo llama la sanchificación de Don Quijote y la quijotización de Sancho. Así, “mientras el espíritu de Sancho asciende de la realidad a la ilusión, declina el de Don Quijote de la ilusión a la realidad”. Don Quijote va recobrando la razón y Sancho perdiéndola. “Evolución lenta y sutil -escribe Madariaga- que Cervantes prepara y desarrolla con un arte consumado de matices”. (62)

jagarciav@yahoo.com.mx

 

 

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