Las cosas de Prieto
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En enero de 1864 Juárez llegó a Saltillo, cuyos pobladores lo recibieron con cálida hospitalidad. No la encontró igual en Monterrey: cuando fue allá a entrevistarse con Santiago Vidaurri, gobernador del Estado de Coahuila y Nuevo León. Vidaurri le opuso resistencia, y se negó a cumplimentar las órdenes del Presidente.
Volvió don Benito a Saltillo y mandó se prepararan fuerzas para combatir a ese adversario suyo en Monterrey. Al mismo tiempo, sabedor de que Vidaurri andaba coqueteando con los imperialistas, decretó la separación de Coahuila y Nuevo León. Vidaurri, en efecto, había recibido una carta de Bazaine en que lo invitaba a unirse al Imperio, y él había contestado que sometería el asunto a la consideración de los ciudadanos mediante un plebiscito.
Eso indignó sobremanera a don Benito. Hizo publicar un manifiesto en que declaraba traidor a todo aquél que concurriese a dicha votación, y alistó tropas para ir contra Vidaurri. Éste, que ni con el Imperio ni con la República había quedado bien, hubo de huir a toda prisa. Abandonó, pues, la ciudad.
Se trasladó entonces el señor Juárez a Monterrey, y ahí estableció su Gobierno. Hay fama de que en aquella ciudad nació el último de sus hijos, y que su esposa doña Margarita fue atendida del parto por el benemérito doctor José Eleuterio González, llamado cariñosamente Gonzalitos. Otra tradición, sin embargo, dice que Antonio Juárez Maza nació en Saltillo. Sea como fuere, el caso es que el 3 de abril de 1864 don Benito llegó a Monterrey, donde permanecería hasta el 15 de agosto.
Con él iba don Guillermo Prieto. Hombre de inacabables inquietudes, lo primero que hizo don Guillermo fue publicar un periódico con el espantable nombre de “El Cura de Tamajón”, en el que se dedicó a vituperar acremente a todo aquél que no estuviera del lado de los liberales. ¡Qué periódico ése de don Guillermo! Victoriano Salado Álvarez, hombre morigerado y respetuoso, se escandalizó ante los excesos de aquel furibundo pasquín. Dice del tal periódico que era “la sarta más grandes de insultos, groserías, murmuraciones, picardías, falsos testimonios y tonterías reconocidas que hayan salido en aquella época de lucha”. Así se las gastaba don Guillermo.
Y se las gastaba peor. Como se alojaba en casa de un señor llamado don Francisco Villarreal, a quien decían por apodo “El Diablo”, Prieto puso en su periódico que las órdenes de suscripciones se recibían “en casa del Diablo”. Eso disgustó mucho a don Francisco. Y mucho disgustó a la culta sociedad regiomontana que en aquel verano de 1864, el más caluroso que se recordaba en muchos años, anduviera Guillermo Prieto por las calles, según dice el propio don Victoriano, “como perro del mal, con la lengua de fuera, babeando, sudorosa la cara y con la más curiosa indumentaria que vieran ojos humanos”.
En esa curiosa indumentaria lo vemos en un grabado de la época que representa la tertulia en la botica del señor Garza García, a donde los ministros de Juárez iban todas las tardes a charlar. Ahí se ve a don José María Iglesias, vestido con elegante traje gris, camisa de cuello duro y corbata de pajarita. Va entrando a la botica el doctor Gonzalitos, que lleva severo atuendo negro con chaleco y corbata de lazo. Y sentado, sin casaca y sin camisa, en pura camiseta y con trazas de estar sudando como condenado, don Guillermo Prieto desafía toda urbanidad y parece decir: “No ande yo caliente y ríase la gente”.