Las palabras generan realidades
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La sociedad anda dando tumbos, por un lado, el gobierno apuesta por la cartilla moral, y por otro, acepta la idea de comprar la honestidad
Andamos dando tumbos, eligiendo despropósitos. Estudiantes que desean obtener excelentes calificaciones no por el beneficio del aprendizaje, sino por las recompensas que pueden obtener, por lo premios que sus padres les han prometido, ambos ignoran que el estudio es una obligación y su incumplimiento por irresponsabilidad amerita castigo; o gobernantes que premian económicamente a la gente por “hacer lo correcto”, o por cumplir la ley, todo esto es francamente una enorme estupidez, con consecuencias muy graves.
Como sociedad andamos dando tumbos; por un lado, el gobierno federal distribuye la “Cartilla Moral” (que, dicho sea de paso en 1992, el gobierno de Salinas distribuyó miles de ejemplares a los maestros como apoyo a su formación y docencia), la cual fue escrita hace 75 años por el inmenso humanista y pensador Alfonso Reyes, escrito que deberíamos leer, no por encontrar el ideal en la nostalgia, menos como una herramienta adoctrinadora, sino para asumir de manera libre, la responsabilidad de actuar en consecuencia para crear un país solidario y justo; pero lo apropiado sería leer el texto original, pues la que hoy se distribuye, cambia contextos al omitir frases, palabras y modificar párrafos. Por cierto, a esto se le podría llamar manipulación y demagogia.
Por otro lado, el gobierno acepta la idea de comprar la honestidad, la decencia y el respeto a las leyes (como es el caso de los ladrones de gasolina), ignorando todo sentido ético y moral (que irónicamente evoca la propia “Cartilla Moral”), olvidando que las conductas éticas que conducen al bien, son sencillamente incomparables (a pesar de que sea cierto que la pobreza, la corrupción, la impunidad y los malos gobiernos han sido impulsores de esta realidad).
Damos tumbos porque estamos en medio de infinidad de evidentes vicios morales que, por decir lo menos, denuncian la ausencia de la verdad y de virtudes esenciales.
EL EXPERIMENTO
La teoría de las ventanas rotas refiere el contagio y la expansión de las conductas inmorales, antisociales o incívicas. Comportamientos que rompen con el orden, el respeto y que generan un ámbito de conflicto, tensión y agravio.
Tiene su origen en un experimento que Philip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford:
Primero, el investigador abandonó un automóvil, en las calles del nada afamado barrio Bronx de Nueva York (conocido por el descuido y la pobreza que en él existía).
El coche fue atacado por vándalos dentro de primeros diez minutos del abandono. Luego se observó el arribo de una familia completa -padre, madre e hijo- quienes robaron el radiador y la batería. Dentro de las veinticuatro horas, prácticamente todo lo de valor había sido hurtado. Luego comenzó el vandalismo al azar: las ventanas fueron rotas, la tapicería arrancada. Posteriormente, los niños del barrio comenzaron a utilizar el coche como un parque infantil. Algo más: la mayoría de los adultos “vándalos” fueron blancos “bien vestidos”.
La segunda parte del experimento consistió en abandonar un carro similar al primero, pero ahora en un barrio rico de Palo Alto, en el estado de California. Durante una semana, el coche siguió intacto (lo que se esperaba). Entonces, Philip Zimbardo prendió la mecha: con un martillo rompió algunas partes de la carrocería del auto. Esta fue la señal precisa que detonó el atraco, pues los “cívicos” ciudadanos de Palo se comportaron exactamente igual que los vándalos del Bronx; en pocas horas, el auto quedó igualmente saqueado y destrozado. Una vez más, los atacantes fueron personas blancas aparentemente “respetables”.
NADIE CUIDANDO
Las ventanas rotas, elaborada por James Q. Wilson y George L. Kelling, que apareció en la edición de marzo de 1982 en la revista “The Atlantic Magazine”, afirma que si en un edificio hay una ventana rota y no se arregla de prisa, inmediatamente todas las ventanas restantes terminan siendo quebradas. ¿Por qué? Debido al abandono lo cual envía un mensaje: ¡aquí no hay nadie que cuide de esto, puedes hacer lo que te venga en gana!
Esto lo vemos a diario en el país: lo malo empieza con pequeñas transgresiones, con incivilidad mínima. O, con la corrupción, las dádivas, los subsidios o los programas de gobierno germinando intenciones ocultas.
CLARÍSIMO…
El mensaje es claro: una vez que se desobedecen las leyes y normas que mantienen en armonía a una comunidad, tanto el orden como la propia comunidad, empiezan a deteriorarse, el tejido social se corrompe, el desinterés cunde, se rompen los códigos de convivencia con desenlaces fratricidas. Luego, cada violación adicional se “auto reafirma”, se multiplica. Entonces, las ventanas rotas y sus consecuencias se vuelven incontenibles.
Las conductas incivilizadas –y premiadas– se contagian como virus, se vulgarizan, se difunden y las personas civilizadas se retraen. El gobierno que las provoca las aprovecha. El apocalipsis aparece (como también sucedió con la propuesta neoliberal).
El vandalismo, la deshonestidad, la indecencia y el incumplimiento a las leyes puede originarse en cualquier parte, cuando el sentido de respeto mutuo y las obligaciones de civilidad se erosionan por acciones que anuncian que a “nadie le preocupa”, pero esta realidad podría volverse incontenible cuando se “paga” por cumplir las leyes, teniendo como excusa abatir la desigualdad y la pobreza.
CEDER…
Ceder en las palabras es ceder en los hechos, esta premisa se encuentra estrechamente relacionada con la teoría de las ventanas rotas: si no prestamos atención a lo que decimos y la manera en que lo decimos, empieza el caos; por ejemplo, decir “no pasa nada”, “solamente una vez”, “nadie lo notará”, “o te pago para que hagas el bien” puede ser el inicio de lo peor por venir.
Sin lugar a dudas, este fenómeno se puede extender nuestra alma: si en ella permitimos que entre una brisa de desaliento, un destello de maldad, un espacio de odio, un chispazo de envidia o soberbia, puede significar el desencadenamiento del desasosiego, del desencuentro, de acciones moralmente negativas, de la violencia, que romperán nuestros mejores talentos, lo que bien somos.
Hay que estar atentos de eso que abrevamos, de las compañías, de lo que deseamos. Si no la iluminamos con el conocimiento, la esperanza y la fe, la oscuridad paulatinamente se apoderará de ella, haciéndonos sus infelices y perniciosos rehenes.
Es fácil comprender las razones por las cuales ha proliferado el salvajismo, la violencia y la delincuencia en el país, la manera en cómo el crimen lo ha invadido casi todo… Demasiadas ventanas rotas en su núcleo, en su esencia: en el gobierno, en la familia, en la educación.
SABER PENSAR
Podemos cambiar la realidad de las ventanas rotas, siendo cuidadosos con nosotros mismos: con nuestra personal ciudadanía, con nuestra personal apariencia y conducta, nuestro vocabulario, lo que decimos y eso que callamos. Si somos atentos con los “otros”, si somos esmerados en nuestro trabajo, en el oficio que la vida ha puesto en nuestras manos.
Si conservamos los jardines, si respetamos las señales de tránsito, si somos puntuales, si boleamos los zapatos, si cuidamos el escritorio en el que trabajamos, la pluma o el lápiz, la escuela, el carro o camión en el cual nos transportamos, el hogar en el que vivimos. Ahí está el cambio real.
La solución de muchos de los problemas sociales, en mucho atañen a las autoridades, pero sobre todo a nosotros, a los mexicanos comunes y corrientes, por eso hay que aprender, contra viento y marea, a pensar de manera independiente. Nunca cediendo nuestro pensar a los otros.
Es necesario, entonces, no “martillar” el carro abandonado, no cortar las rosas del jardín público, no ofender. Es menester “avivar” las conductas cívicas y morales en la familia, en la empresa, en la escuela, en la ciudad, en nuestros personales ambientes de convivencia.
Recuerdo la máxima de Kant: “actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal” y en esto consiste el no tener –ni consistir– esas ventanas rotas en nuestros ámbitos, en nuestro país ni tampoco en nuestra “pequeña patria”.
O empeoramos, o mejoramos. La elección es irrenunciable, las consecuencias evidentes. Cuidado con la demagogia que se transforma en acción. Incendiar la mecha puede quebrantar lo inimaginable. Puede transformarnos en personas de descuentos con consecuencias fratricidas. ¡Cuidado con las palabras, ya que éstas siempre generan realidades!
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo