Manuel E. Santillán y Emilia Charles: la correspondencia de unos enamorados en Saltillo y Parras de la Fuente en el siglo XX

Historias de Saltillo
/ 17 octubre 2024
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Durante el primer cuarto de la década de 1900, cuando la correspondencia postal era la forma, el fondo y la sustancia de las comunicaciones a distancia, una serie de cartas y postales preñadas de romance circularon en Saltillo y Parras de la Fuente. Este es un acto de espionaje a la intimidad a esas cartas y postales

Me encantaría decir que esta es una historia de amor, pero es más bien un acto de voyerismo epistolar en donde, por mera causalidad, el romance protagoniza. Y es que pocas cosas hay más deliciosas que leer correspondencia ajena que lo hace a uno embarrarse de la intimidad, secretos y confesiones proferidas con la inocente confianza de que nadie inapropiado llegará a descubrirlas.

Así que estamos tú y yo siendo cómplices desvergonzados que espían, con más de 100 años de distancia, lo que escribió un tal Manuel E. Santillán. Un hombre enamorado en la primera mitad del siglo XX cuya correspondencia vive en 13 documentos pertenecientes al fondo Garcés Velázquez salvaguardado por el Archivo para la Memoria de la Universidad Iberoamericana de Saltillo.

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Las tres cartas y 10 postales van de 1915 a 1924. Algunas fueron escritas en Saltillo y enviadas a Parras de la Fuente. Y viceversa. Una incluso provino del extranjero. En 12 de esos envíos hay un misterio. Un enigma que bien puede quedar en la falta de un simple dato, pero para quien se urge de saberlo de todo, de pronunciar cada sílaba entre añejo cortejo, se vuelve una tortura que no quede claro. Me refiero al nombre de la destinataria.

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Ya sea porque méramente es omitido, porque él le habla con el atrevimiento de la segunda persona en una época acostumbrada a la formalidad del usted. O porque cuando aparece un indicio es un apodo, de esos que uno otorga brutalmente diosificado, creyendo que al renombrar cosas o personas, entonces comienzan a pertenecernos.

Lo diré a continuación es estrictamente una conjetura personal. Un arriesgue dispuesto para echar a correr la imaginación, provocar el espíritu rectificador de la historia y para ser parte de los diálogos del pretendiente con su amada... ¿o debería decir amadas?

Manuel tiene tres formas declaras de referirse a quien recibe sus cartas. La primera señorita. Que poco nos ofrece más allá de que es una mujer, probablemente y, por la usanza de entones, soltera.

En esta “categoría”, el 11 de 1915, un papel manchado, ligeramente roto y perforado, el puño del hombre dice:

“Antes de empezar mi carta, le suplico me perdone que por primera vez me permita llamar su atención, pero razones poderosas me obligan a hacerlo, máxime, cuando tengo que hacerle una declaración que ni el tiempo, ni la fuerza de voluntad han podido evitarlo. Sí, es justo que dé expansión a mis sentimientos, y no me puedo soportar la duda que durante tanto tiempo me ha martirizado. He sufrido tanto que he tomado la determinación; ha llegado la hora de hacerle ver que Ud. es el ángel que me sacará del caso en que me encuentro, y aunque quede mal ante Ud. le diré que me avergüenza: mi orgullo ha sido de ardiente fuego. Le he elevado un templo en mi alma para adorarle. No se asuste Ud. de comprender el amor que le consagro, puesto que no he experimentado lo que se siente cuando se ama de veras. Ante su dulzura y las cualidades que le adornan me demuestran que Ud. es el ideal que por mí será adorado de veras, y que a la par ha disipado la niebla en que por tanto tiempo he estado sumergido. Le suplico me perdone la forma en que me he expresado, pues careciendo de conocimientos intelectuales no me es posible transmitir mi pensamiento al papel, o darle forma a mis ideas; pero créame, esta declaración es la voz del corazón la que me dicta, ¿por lo tanto le encontrará eco en su alma? A Ud. le corresponde determinar”.

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La segunda categoría corresponde a una serie de postales y tiene una ligera variación en la nominación del ser amado: “nena” o “nenita”. En esas el tono se intensifica y una llama notoria arde en la tina. A ratos rememora las cartas de Juan Rulfo a Clara Aparicio. Y otras, muy pocas roza la picardía de James Joyce y las cochinadas que le dijo a Nora Barnacle.

Algunos de los mensajes son los siguientes:

23 de mayo de 1924. “Nenita: La decisión más grande de mi vida es la esperanza de que tú seas mía. Sí, mía, pero antes cumpliendo con los mandatos de Dios y después con las leyes que me rigen, para así poder vivir tranquilo y feliz, consagrados el uno con el otro. Y ya olvidados de esta humanidad que se revuelca en putrídicas orgías (...). Hijita: ter voy a escribir lo que dice un poeta: Nuestras almas, dueña mía, serán águilas. Cruzará inmensidades al impulso de los vientos”. El firma con su nombre y agrega las siglas ECHS, sobre las que platicaremos más adelante.

En agosto de 1921, Manuel envió una postal en donde se ve una pareja sobre una banca de madera. Las ramas de un árbol se extienden detrás. Ahí ruega a Dios por ver a su amada y pide perdón por ser tan breve. En el reverso se extiende diciendo que no se ha podido encontrar con una tal Julia para recoger un encargo de la susodicha amante le ha enviado. Después le repite lo triste que está sin ella. “Nenita, no seas ingrata”.

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Para junio le dedica un poema en octosílabos y rima consonante. Además, jura fidelidad y dicha hasta que la “parca impía” los separe uno del otro.

El 7 de octubre de 1924 le dice: “Si nunca dejas de quereme como me quieres, y si sigues siendo tan buena conmigo, seremos felices por siempre”. El 15 del mismo mes es más directo: “No te olvido, nena”.

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En otra postal sin fecha clara, bajo la firma de “tu amante”, Manuel suelta los versos: “Quisiera ser la sombra de la noche para verte dormir sola y tranquila y luego, ser la aurora y despertarte con besos de luz en tu mejilla”.

Tenemos hasta ahora, la señorita anónima; la nena y sus diminutivos; y la tercera opción... Emilia Charles.

El primero de enero de 1921, en una postal que contrata por su sobriedad a comparación del resto, el enamorado le desea un feliz cumpleaños a esta mujer frente a quien se identifica como “tu Manuel”. La siglas de las que hablamos antes en una epístola tres años después, ECHS, sirvan para completar la relación entre ambos.

No encontré más correspondencia entre ambos. Queda claro que la hay. Debería haberla. Las respuestas de ella cuanto menos.

Al inicio de este artículo, cuando mencioné que Manuel podría haberle escrito a una o tres personas diferentes, no un artilugio periodístico o del lenguaje para hacer que leyeran más sin ofrecer algo a cambio. La posibilidad está hasta que se demuestre lo contrario.

La historia nos enseña todo el tiempo que las reinterpretaciones, los hallazgos inesperados, la reescritura que lo creíamos inamovible es parte natural de nuestra identidad y en vez de contrariarnos, nos completa.

Ahora, es raramente fácil suponer por qué Manel le extendía semejante afecto. En el mismo Archivo de la Ibero hay otros 14 documentos que hacen referencia a la señorita Emilia. Algunos son de hombres quejándose porque ella no los ama ni los corresponde por diferentes imposibles. Sin descripciones más exactas sobre su personalidad, su modo de vida, su físico o algo que nos permita dibujarla mejor, uno puede complementar por qué los prospectos de entonces andaban que se morían por ella.

Otros documentos de índole legal o familiar. El más doloroso, sobre la muerte de su padre, don Cosme Charles.

Aunque en las cartas entre Manuel y Emilia se deducen intenciones de boda, no encontré información que confirmara si se casaron o no. Ya fuera por el civil o alguna iglesia. Tampoco si qué paso a detalle con cualquier de ellos.

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Yo por mi parte, haré lo único que me queda. Imaginar qué fue de esa relación. Iré a platicarle a mi gente de este hallazgo. Quizá escribir alguna carta ficticia fingiendo ser ella sin la necesidad de publicarse. Tal vez un cuento. Me quejaré de las nuevas formas de comunicación y cómo el internet y la instantaneidad han arruinando irremediable cosas como el correo postal. Le dedicaré líneas a mis amigos y familia. Porque estoy en una lucha constante contra el olvido. Pero esa una obsesión muy mía.

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¿Tú qué harás con esto, cómplice del voyerismo de la intimidad ajena?

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