Las tácticas del miedo. Esa otra plaga de la que jamás nos recuperaremos
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A un régimen cualquiera le conviene tener siempre a su población bajo la amenaza de un enemigo invisible
Uno de los peores estragos de la pandemia, que muy pocos o casi nadie ha tenido el valor de señalar, es que las amas de casa, por puro aburrimiento y desesperación, comenzaron a explorar su veta humorística a través de la aplicación de videos cortos, TikTok.
No estoy en posición de decirle si el mundo habrá de recuperarse de esta tendencia que se propaga más rápido que el mismísimo “viru”, pero si así pinta la nueva normalidad, ya mejor que lleguen los extraterrestres (ojalá traigan a Elvis) y corran de una buena vez los créditos finales de la historia de la humanidad (dirección, Enrique Segoviano).
Pandemia o no pandemia, así se llegue a declarar un día la victoria absoluta y definitiva de nuestra especie sobre el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (con acondicionador), el daño causado a una incalculable porción de la población mundial será sencillamente irreversible.
Mucho me temo que los más propensos al miedo, a la histeria y al pánico no se recuperarán de ésta y jamás retornarán a la vida como la conocían, sino que se instalarán en un modo de alerta perpetuo que acotará la plenitud y el goce de su existencia para siempre (como dijo Metallica, “sad, but true”).
Todo por un virus que, entre sus novedosas particularidades, está la de matar a personas que ya de por sí eran propensas a morirse (wait, what?).
Y dispénseme si ha sufrido alguna baja en razón de esta plaga pseudo apocalíptica, pero la vida es una sucesión de pérdidas (pregúntele al Cruz Azul si no).
Pero ya le digo, lo verdaderamente preocupante (y lo que a la larga será en verdad trascendente) será el daño psico-social infligido sobre todos los seres que deambulamos por este planeta sobre dos patas (¡tú no, Teniente Dan!).
Así mismo, a nuestros gobiernos -no me diga de dónde ¡de todas partes del mundo!- la peste COVID-19 les viene literalmente y parafraseando a AMLOVE, como dedo al anillo.
Por muchas razones, a un régimen cualquiera le conviene tener siempre a su población bajo la amenaza de un enemigo invisible; real o imaginario, eso no es tan importante como su ubicuidad.
Una amenaza silenciosa, sin rostro, sin una estrategia clara e inequívoca para su contención (igual que el narco), justifica que un gobierno:
1.- Se la pase destinando o solicitando partidas presupuestarias para gastarse de manera discrecional, en medidas de dudosa efectividad, pero que nadie cuestionará (igual que el “combate” al narco).
2.- Suspenda las garantías de los ciudadanos y -mejor dicho- tenga una excusa cada vez que se violen los derechos más elementales de los individuos. (“Pues sí, le pusimos una chinga, pero pos es que no traía puesto el cubrebocas”).
3.- Distraiga por completo la atención colectiva. La contingencia sanitaria relaja la vigilancia que permanentemente debemos ejercer sobre la función pública. Y claro, una población preocupada por la supervivencia, es luz verde para que sus “servidores” públicos den rienda suelta a todas sus trapacerías.
Si de nuestros gobernantes dependiera “¡que venga la siguiente pandemia!” Hasta los veo telefoneando a Wuhan, a ver si ya tienen el virus del 2021: “Oiga y esos del caldito de murciélago… ¿tienen servicio a domicilio?”.
4.- Es un argumento para que los servidores se enmascaren. Pasó –otra vez- con el narco, que so pretexto de su combate y la peligrosa vengatividad de los cárteles, los policías comenzaron a encapucharse. Es fecha que no podemos verle el rostro a los uniformados, que pueden detenernos arbitrariamente y hasta matarnos a golpes si se les pone, sin que jamás los veamos a la cara. Si lo de George Floyd hubiese ocurrido en Coahuila, lo más probable es que aun no pudiésemos identificar al policía homicida.
Pues ahora no sólo los polis, sino que funcionarios de todos los niveles andan por ahí con su trapo babeado en la cara, cual ninjas de petate, empezando, por supuesto, por el gran sensei Miguel Riquelme.
Y mi preocupación es que, distraídos como estamos con el COVID y los semáforos y eso, se vuelvan a chingar algunos miles de millones de pesos del erario, nos generen una segunda Megadeuda y luego, cuando preguntemos a la institución bancaria, quién carajos firmó la solicitud de los créditos, nos digan:
“¡Ay, fíjese que no sé, joven! No lo pude ver porque traía puesto el cubrebocas!”.
¿A usted le extrañaría? Sólo que no haya vivido en Coahuila los últimos 15 años.