Libera(te)
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De nada sirve hablar mal acerca de lo que aquella persona hizo
Sin mayor preámbulo, lo transporto a ubicarse en aquella situación donde lo hirieron, lo decepcionaron, lo acuchillaron con el filo de las palabras y lo hicieron sentir como todo, excepto como un ser valioso. Tómese su tiempo, pues muchas veces justificamos este tipo de situaciones con tal de engañarnos y no pensar en ello. Desde donde me encuentro, y aún sin que me haya leído todavía, ya siento lo que usted sintió; ya sentí su decepción, su rabia, su angustia, y lo acompaño en aquel dolor que, estoy segura, no se merecía sufrir. Usted no merece sufrir. Así que póngase cómodo, mi querido lector, pues espero me permita robarme su atención por un buen rato y poder hacerle dar cuenta de alguno que otro dato acerca de su valor.
A todos, lamentablemente, alguien nos ha volteado la moneda; alguien que sabía perfectamente cómo hacernos trizas y llegar a lo más profundo de nuestra vulnerabilidad lo usó en nuestra contra; alguien en quien confiábamos de verdad. Ante semejante situación, tendemos a reaccionar lo menos consciente posible, pensando que enojándonos por días, tratando indignamente a quien nos hirió, difamando acerca de su persona y hacernos la eterna víctima son algunas de las maneras “correctas” de afrontar lo sucedido, pues sabemos que no nos merecíamos lo que nos pasó. Sin embargo, cegados por el dolor, no abrimos los ojos para darnos cuenta que estamos haciendo exactamente lo mismo de lo que nos quejamos. No nos damos cuenta que un animal herido es incapaz de sanar a otro. Es precisamente en este momento donde debe hacerse presente la capacidad más valiosa que tenemos los seres humanos: el perdón.
De nada sirve, mi estimado o estimada, conservar una posición de rabia durante tiempo indefinido; créame, al otro no le importa y a uno sólo le daña. De nada sirve hablar mal acerca de lo que aquella persona hizo, pues sólo seguimos reproduciendo veneno. De nada sirve esperar a que a uno le rueguen por disculpas o esperar a que el mundo entero se venga abajo sólo porque algo negativo le sucedió. Nunca será la solución actuar de la manera en que actuaron con uno, cayendo en una de las más grandes incoherencias que nos han enseñado: la venganza hacia el otro. Perdonar para liberar, querido lector. Quizás el otro no lo “merezca” y quizás usted piensa que si perdona lo tomarán como alguien que no se sabe defender, que no se da su lugar o que le gusta tropezarse con la misma piedra; sin embargo, cuando aprendemos a poner en práctica esta habilidad, nos damos cuenta que efectivamente, tal vez el otro no lo merecía, pero usted sí.
Usted sí merece estar tranquilo, usted sí merece que le sane la herida. Usted sí merece superar sus demonios, limitantes, traumas y percances –cuidado, pues hay quienes disfrutan arrastrar a uno con los suyos por el simple hecho de no “darle el perdón”. Usted sí merece una disculpa por exponerse voluntariamente a un sufrimiento innecesario. Que su calidad humana no se vea afectada por otra que se ha abandonado en el miserable pensamiento de perjudicar. Que la religión tenga un efecto bello en sus seguidores y que por fin se ponga en práctica todo lo que se dice de Cristo, de su ejemplo de perdón, reconciliación y bienestar con uno mismo para así estar bien con el resto. Perdona, no por el bienestar ajeno, sino por el propio. Sólo así es posible continuar el trayecto, pues con el perdón llega, eventualmente, una oportunidad para empezar de nuevo.