Lo que el dinero calla: la ausencia de solidaridad por razones económicas

Politicón
/ 27 marzo 2020

Un mundo entero observando el mismo episodio. Bajo la misma pena y bajo el mismo régimen. No pienso decir algo nuevo. La mayoría de nosotros hemos tenido suficiente tiempo para pensar y repensar las causas y los efectos de la pandemia causada por el COVID-19.


Hemos sido sorprendidos por la fragilidad de nuestras sociedades y por la precariedad de nuestros sistemas políticos, económicos y financieros. Hemos visto las injusticias sociales. Hay lecciones de todo tipo. Pero una de ellas es la que más llama mi atención: la precariedad moral de los humanos.


Lo han dicho de muy variadas formas, un primer rasgo es que: los virus no distinguen, no discriminan; no reconocen clases sociales, ni colores de piel, ni profesiones. Tampoco reconocen fronteras ni idiomas. Contagian y matan por igual.


Parecería una perspectiva muy igualitaria de la salud anunciarlo así: cuídense todos, curemos a todos. Sin embargo, cuántas cosas a nuestro alrededor lo contradicen y somos testigos de las terribles condiciones en las que los más desprotegidos enfrentan la pandemia. Y también somos testigos de la ausencia casi absoluta de solidaridad.


Efectivamente, quedarnos encerrados en casa no es agradable, pero nos vanagloriamos de nuestra solidaridad con la humanidad; incluso nos reímos de poder salvar al mundo desde el sofá. Es verdad, la mera idea del encierro, por más voluntario que sea, sigue siendo sofocante.

A nadie le gusta sentirse encerrado. Empero, muchos lo hacemos con las alacenas llenas, en casas o departamentos con más de una recámara, con la seguridad de su cheque mensual, tenemos agua, gas, luz, internet, telefonía, computadoras, televisores. Y un largo etcétera, del que carecen más de 30 millones de mexicanos y muchos millones más de personas en el mundo. Ellos, por el contrario, se han visto sometidos a una explotación laboral que ha consistido en los despidos voluntarios, han tenido que hacer una elección entre perder el empleo y no contagiar a sus seres queridos, o correr el riesgo de contagiarlos, pero seguir trabajando. También otra elección más trágica, si no trabajo no me contagio, pero mi familia no come. ¿De qué moriremos: de hambre o de la enfermedad?


Eso no es todo, el sentido capitalista no tiene límites y elimina toda nuestra solidaridad social. ¿Es en verdad imposible tener empatía con quiénes la necesitan ahora?, ¿es en verdad necesario ir y comprar todos los suministros sin dejar nada para nadie?, ¿es en verdad necesario seguir pidiendo comida a domicilio poniendo en riesgo a todos esos trabajadores en aras de mi comodidad? ¿No salir de nuestras casas de amplias recámaras y baños es, en realidad, nuestra única muestra de solidaridad?


Mientras nos lavamos las manos cada media hora y compramos muchos suministros de jabón, hay quienes tienen que seguir consiguiendo agua a kilómetros de sus casas. Muchos de nosotros hablamos con nuestros médicos por teléfono, aseguramos nuestra salud y descansamos tranquilos. Otros en cambio, saben que es posible que ni siquiera encuentren lugar para curarse en las instituciones públicas. Con la posible aparición de una vacuna, los países más ricos y aquellos con alto poder adquisitivo son quienes las comprarán. Son los hospitales privados los que primero las ofrecerán.


Al final parece que un simple virus nos hace ver todo lo que se discrimina. Un simple virus que es capaz de poner el énfasis en lo más absurdo, lo más cruel, de nuestras sociedades, la ausencia de solidaridad por razones económicas.


Esta es una lección de la que nos debemos avergonzar.

Nació en Acapulco, Guerrero, el 7 de agosto de 1946. Realizó sus estudios profesionales en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México de la UNAM, obteniendo el título de Licenciado en Derecho el 17 de agosto de 1970. Tiene 13 años en la Administración Pública, Federal y Estatal, lapso en el cual desempeñó diversos cargos como son: Director General de Asuntos Jurídicos del Gobierno del Estado de Guerrero, Director Jurídico de la Administración del Patrimonio de la Beneficencia Pública, Director de Normatividad y Control de la Dirección General de Adquisiciones, Director de Legislación y Consulta de la Dirección General de Asuntos Jurídicos, todos de la Secretaria de Salud, y Secretario de Finanzas del Gobierno del Estado de Guerrero. Ha sido académico y catedrático de las Universidades Americana de Acapulco, Anáhuac del Sur, Iberoamericana, ITAM, Escuela Libre de Derecho e Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, además ha participado como expositor y conferencista en instituciones Públicas y Privadas y como representante de México en Foros Internacionales. Asimismo ha participado en diversos trabajos legislativos de los que han resultado importantes reformas a Leyes relacionadas con la Administración de Justicia. Ha publicado diversos libros y participado en revistas. Su actividad en este Tribunal ha sido de 31 años, inició en 1966 como Archivista “G” Transitorio del Archivo Judicial, Taquígrafo “F”, Secretario del Ramo Penal en el Juzgado Primero Mixto de Paz ocupando diversos puestos administrativos hasta el año de 1969 que fue designado Juez “A” de Paz de Cuautepec Barrio Bajo. Después ocupó los cargos de Juez Décimo Quinto Mixto de Paz del Partido Judicial de México Distrito Federal, Magistrado Numerario (1993-1999), y Magistrado de la Primera Sala Civil de 2003 al 2007. Ocupó el cargo de Presidente del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo de Judicatura del Distrito Federal, actualmente es embajador de México en los Países Bajos.

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