México, desde Silicon Valley

Politicón
/ 19 noviembre 2015
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Los últimos han sido días emocionantes. Como parte de mí estudios estuve en mi segunda estancia en los Estados Unidos, específicamente en Nueva York y San Francisco, donde pude escuchar experiencias, metodologías, conocimiento y recomendaciones de diversos expertos y líderes mundiales en materia de creatividad, diseño, innovación y emprendimiento.

También visitamos empresas como las agencias RGA y AQKA, la "radio" iHeartMedia, el “periódico” Huffington Post y Autodesk. Hasta hubo chance de dar un paseo en bici y comer unos burritos de barbacoa en el corporativo de Google.

La experiencia ha sido enriquecedora. Básicamente duré dos semanas escuchando y hablando del futuro. De lo que se espera que suceda con diversas industrias creativas y de cómo desde Nueva York y la bahía de San Francisco se modela y re-modela el mundo. 

Escuchamos y pudimos contrastar lo que sucede en la Universidad de Berkeley o la Miami Ad School con lo que pasa en Brasil, Suiza, Australia o México. Las diferencias son brutales por muchas razones: la cultura, la economía o el tamaño de las empresas con que cuenta cada país.

Hay una pregunta que ronda mi cabeza desde que me levanto: ¿cómo le hacemos para que este ecosistema de innovación, meritocracia y emprendimiento suceda de manera masiva en México?, ¿cómo le hacemos en mi Sinaloa?, ¿cómo le hacemos en Tamaulipas, Guerrero o Chiapas?

No quiero decir que no suceda en algunos sitios del país. Allí están los caso de éxito de Monterrey o Queretaro. Pero los números generales no son alentadores. Los expertos concuerdan: 2016 no se espera mucho mejor que este año por diversas razones internacionales, como el precio del petróleo y la pérdida de aceleración económica en los países emergentes.

Podemos perdernos en estacionalidades e inercias “macro”. Pero en el fondo, sabemos que lo único que puede ir en contra de lo ciclos económicos es la innovación, la inversión y la generación de valor constante.

Nada acaba mejor con los problemas de pobreza e inseguridad que romper la estacionalidad económica y generar ecosistemas virtuosos de innovación y generación de valor.

Es lo que veo en el legendario Silicon Valley: una competencia despiadada por emprender y generar el "primer billón". Una cultura que recompensa el fracaso (no demasiado) y que admira el riesgo. Una dinámica apoyada en la tecnología del más diverso espectro y el talento como pieza central. Una meritocracia  intercultural a todo lo que da. Despiada, sí, pero altamente funcional.

Por supuesto San Francisco no es TODO Estados Unidos. A la globalización y la diversidad que he visto aquí y también en Nueva York, se oponen ideas tan anacrónicas como las de Donald Trump. Sí, ese Donald Trump que fue invitado como estrella a Saturday Night Live para recibir un cheque de un falso Peña Nieto por el muro fronterizo.
 

 
Platiqué acá con un egresado de Stanford que me contó su historia de esfuerzo: hijo de inmigrantes sinaloenses, graduado en finanzas y ahora en una sociedad de bienes raíces que le permite una vida que cualquier mexicano envidiaría del otro lado del Golden Gate. Todo producto de la inteligencia, el esfuerzo académico, el trabajo duro y las relaciones públicas. 

No dudo que en México contamos con ese talento, pero hemos fallado seriamente en brindarle a nuestros jóvenes las condiciones y oportunidades para aspirar a una verdadera movilidad social con honestidad.

Por más que lo neguemos, la única movilidad social efectiva que existe en México ahora es la que proporciona la política y el crimen organizado. Pero el precio es alto: tenemos instituciones regidas por la corrupción y cifras de asesinato juvenil que nos ubican como uno país violento a nivel mundial.

Abundamos en mirreyes y buchones, tanto que los volvimos figuras cool y ejemplo a seguir. Ese no puede ser el camino.

Nos quejamos a diario que el gobierno no hace lo que le toca. Escucho en los cafés a los empresarios el lamento de siempre: que lo único que piden que es que el gobierno no estorbe y los deje hacer. Reclamos que luego son incapaces de proferir frente a los funcionarios.

Sin duda a nuestros gobernantes les falta mucho. De nuestra debilidad y corrupción institucional sobra diagnóstico. Por eso creo que los empresarios consolidados, los emprendedores y la sociedad civil deben asumir el liderazgo en esta coyuntura.

Si vamos a tener un presidente débil hasta el 2018, más nos vale apuntalar a los auténticos liderazgos políticos, empresariales y civiles. Necesitamos otras voces y otros discursos para recobrar la esperanza.

No hay más alternativa para generar un cambio profundo que empoderar a los que saben y tienen los recursos y la voluntad. Construir instituciones para alinear los incentivos económicos y sociales. Si sabemos que el gobierno de Peña Nieto lleva la marca de la corrupción, empujemos entonces desde la ciudadanía, la empresa y las poquísimas instituciones que tenemos a la mano.

Hay que reconocerlo, hay algunos atisbos para el optimismo: la resolución de la Suprema Corte sobre el caso de la mariguana enseña cierta independencia que promete; la evaluación educativa logra una eficacia de más del 90% según cifras oficiales. Contrapeso de poderes y mejor educación siempre son buenas noticias.

Pero aún así mi apreciación es que vamos lento, muy lento. Y en esa demora se nos van a ir dos o tres generaciones. Un bono demográfico completo que no se merece aspirar a sueldos de 6 mil pesos y la posibilidad de ser reclutado por el narco.

Hay una ventana de oportunidad que se puede aprovechar ahora y estar listos para ese futuro que no espera a nadie. La innovación no es una alternativa, es una certeza. Cuesta trabajo, talento y recursos, pero nunca falla. Las historias de éxito lo confirman.

Todos los libros que he leído al respecto coinciden en el carácter colectivo de la innovación. Nadie innova en la soledad, sino que lo hace siempre en el progreso de lo alguien más ya hizo. Contrario al cuento popular de aquellos individuos que han cambiado el mundo solos, lo que existe es un asunto colaborativo y progresivo. Innovar es hacer comunidad.

Por eso innovar tiene que dejar de ser rollo y volverse realidad. La innovación es el modo concreto de generar riqueza y repartirla. La buena noticia es que depende mucho más de empresarios, universidades y emprendedores que de altos funcionarios.

Los medios independientes seguiremos, sin duda, poniendo los acentos en nuestra clase política y proponiendo mecanismos para mejorar. Hay que seguir señalando la corrupción y evidenciando las canalladas.

Pero también hay trabajar en esa otra conversación que urge: la que construye, la que genera, la que comparte. La innovación es una de ellas y, por los dividendos que genera, acaso la más importante.

Durante mi estancia, encontré a decenas de mexicanos trabajando en las cocinas de los corporativos con un entusiamo y una dignidad admirables. Quisiera volver para verlos en los espacios ejecutivos. Líderando al máximo de sus capacidades. Usando todo el potencial que ahora desperdician.

Nuestra generación tiene la obligación ética de trabajar en ese sentido. Innovar es proponer nuevas ideas que generan valor en todos los sectores. Ahora lo importante es comenzar.

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