México ya eligió

Politicón
/ 3 julio 2018
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La mayoría de los mexicanos tomó la decisión. Los demócratas habremos de acatar la voluntad de esa mayoría, coincida o no con la nuestra. Y Andrés Manuel López Obrador deberá gobernar para quienes votaron por él y para quienes votamos por alguien más. México pide a gritos generosidad. Vienen tiempos difíciles -las acechanzas de Donald Trump, empezando por la posibilidad de que rompa el TLC, pueden provocar una crisis económica- y a nadie conviene una polarización. En este sentido, el discurso que el ganador pronunció anoche fue una buena señal.

Ricardo Anaya, por su parte, hizo campaña contra viento y marea, y se comportó con entereza y valentía. Solo la mezquindad puede regateárselo: resistió de pie, sin doblegarse, el brutal ataque de Peña Nieto y sus esbirros. Le echaron encima todo el aparato del Estado en su peor manifestación, pagaron medios para enlodarlo, compraron aliados para traicionarlo, y ni así pudieron destruir su candidatura. Usted, presidente, logró frenar a la mala el ascenso de Ricardo, pero él no le dio el gusto de verlo fuera de la boleta, ni siquiera de desplomarse por debajo de su candidato oficial, quien gracias a usted quedó por los suelos. Mi respeto a Ricardo Anaya; mi repudio a Enrique Peña Nieto.

Todo indica que el triunfo de López Obrador fue tan contundente como se vaticinaba. Lamento que Anaya haya perdido pero me congratulo de la derrota del PRI. Los gobernantes priistas han saqueado a México, han robado a manos llenas, y al menos no podrán seguir haciéndolo otros seis años. A Andrés Manuel le deseo el mayor de los éxitos. Las y los mexicanos nos merecemos algo mejor que la corrupción rampante, la desigualdad abismal y la violencia desbocada de este sexenio.

Mis discrepancias con Andrés Manuel están plasmadas en las páginas de este periódico, y ninguna de ellas atañe a la vertiente ética. Siempre he creído que es un hombre honesto, si bien estoy convencido de que la clave del combate a la corrupción no es el personalismo sino el entramado legal e institucional que incentiva la honradez y desalienta la deshonestidad. Por lo demás, él tiene un mandato y yo no soy quién para exigirle otras cosas; solo hago votos por que ponga en práctica lo que ha dicho muchas veces: que respetará libertades y equilibrios y construirá democracia.

Para quien participó en otra campaña no es este un momento de celebración. Y sin embargo, no puedo ocultar la satisfacción de saber que está llegando a su fin el régimen que Peña y compañía planeaban perpetuar. Lo expulsó México. Lo vencimos millones de mexicanos sublevados ante su cleptocracia, indignados por su sumisión a Donald Trump, los que no nos dejamos manipular por engañifas mediáticas, los que jamás renunciamos a nuestra dignidad. Yo, en lo personal, me siento orgulloso de haber puesto mi granito de arena durante seis largos y aciagos años, siempre en la oposición, desde mi trinchera en EL UNIVERSAL, desde las redes sociales, desde la Presidencia del PRD, desde la Cámara de Diputados. Benditas sean las hemerotecas. Ahí están los testimonios de mi confrontación frontal y sistemática, sin concesiones, al presidente Peña Nieto y su gobierno. Los guardo como se atesora una medalla, de las que aparecen en un cajón sin que tengan que ser entregadas en ceremonias de reconocimiento.

México ha elegido a su próximo jefe de Estado y de gobierno. La representatividad democrática podrá estar en crisis, pero la democracia se reivindica y trueca en magia que acalla a sus detractores cuando la voluntad mayoritaria se impone contra la voluntad del régimen o el veto de una minoría poderosa. Es mérito del Estado mexicano en su mejor connotación, la de la sociedad políticamente organizada. Con esto me quedo: pese a la fuerza corruptora del priñanietismo, nunca nos rendimos a su hegemonía. Por eso estoy esperanzado. Por eso pienso que, pese a todos nuestros problemas, pese a los graves riesgos que enfrentamos, México tiene remedio.

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