Mirador 13/10/2020

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La villa de Arteaga, pueblo mágico, mágico pueblo cercano a mi ciudad, Saltillo, es lugar pródigo en personajes de toda índole y de algunas índoles más.
Ahí vivió -sólo un ejemplo entre muchísimos- aquel buen hombre que nadie hasta la fecha sabe si tenía poco seso o mucho.
“Está tonto de la cabeza”, decía de él alguna gente. A lo mejor no tanto.
Se decía albañil de oficio, y a quienes llegaban a vivir en Arteaga les ofrecía construirles una casa en el aire, para que no tuvieran que comprar terreno. Los recién llegados, divertidos, le decían a qué altura la querían -50 metros. 100- y le daban con gusto el adelanto de 20 pesos que pedía “para hacer los planos”.
-¿Cuándo comienza la obra, maistro?- le preguntaban, chocarreros.
Y contestaba don Juanito -así se llamaba aquel a quien creían tonto- al tiempo que se embolsaba el dinero:
-Cuando me suba usté los materiales.
Más tontos que él son otros -y otras- que corren con fama de cultura e inteligencia.
¡Hasta mañana!...