No hay vida sin riesgo, olvidarlo nos costará caro
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La dinámica del libre comercio (ahí donde el Estado permite que florezca) tiende a hacernos beneficiarios de cada nuevo progreso técnico, aportado por individuos que dedican sus vidas a desarrollarlos
El progreso científico, tecnológico, industrial y comercial que la humanidad ha experimentado durante los últimos dos siglos ha traído unos niveles de comodidad material nunca antes experimentados en la historia de nuestra especie.
La sensación de suficiencia a la que nos hemos acostumbrado como consecuencia de ello, podría ser sin embargo, la causa de catástrofes políticas y sociales serias en el futuro próximo si nos equivocamos frente ala aparición de problemas como la pandemia provocada por el Covid-19.
El hecho de que la mayor parte de la población en las sociedades capitalistas esté acostumbrada a tener un ‘refri’ para guardar comida en casa, a presionar un interruptor para que se ilumine el cuarto, y a prender una televisión para ‘matar el tiempo’ libre, son testimonio de una historia de progreso material de la que la mayoría de la humanidad participamos tan sólo tangencialmente.
A pesar de esto, la dinámica del libre comercio (ahí donde el Estado permite que florezca) tiende a hacernos beneficiarios de cada nuevo progreso técnico, aportado por individuos que dedican sus vidas a desarrollarlos, frecuentemente comprometiendo vida personal, salud y fortuna.
Piénsese, por ejemplo, en la cantidad de personas que podían comprar una computadora hace 50 años, frente a la cantidad de personas que llevamos una mucho más potente en el bolsillo hoy en día, en la forma de un smartphone. En 1970, una computadora IBM costaba 4.6 millones de dólares.
Bien podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado como especie, a condición de no olvidar de dónde venimos, que la naturaleza es un juego caótico de fuerzas implacables que implican (siempre) riesgos mortales para nosotros. Si hemos sido capaces de expandir nuestro ámbito de vida – tanto en número de años como en calidad y en territorios –, ha sido porque hemos tenido la lucidez de reconocer estos riesgos, de ponderarlos y de encarar el futuro con coraje y esperanza ante el peligro. En definitiva, no hemos progresado cerrando los ojos, ni escondiéndonos hasta que sea seguro allá afuera.
La actual crisis mundial provocada por el Covid-19 nos pone frente a este hecho, y exige definiciones que nuestra élite política y mediática están imposibilitadas para tomar.
Por un lado, la corrección política actual determina que es inaceptable asumir que lidiamos con una nueva enfermedad con un índice de mortalidad global de aproximadamente 2.14% sin ordenar la detención indefinida de la actividad humana en ámbitos que van de la socialización de los niños en las escuelas (en etapas clave para su desarrollo cognitivo y emocional), a la recreación y el deporte en espacios compartidos, la producción y comercialización de bienes y servicios con los que los trabajadores llevan el pan a sus mesas, hasta las reuniones familiares.
Cabe señalar que la población mayor de 80 años en el mundo equivale a aproximadamente el 1.9% de la población.
Paradójicamente, se nos dice que todas estas nuevas restricciones a las libertades civiles tienen como objetivo “proteger la vida”. También se nos dice que debemos aceptarlas como medidas provisionales de emergencia, aunque nunca se habla del horizonte de tiempo de esta situación de “emergencia”: sea un buen ciudadano, confíe en los políticos y obedezca.
Tan sólo en México, las restricciones tibias (y no siempre implementadas) del gobierno a las actividades normales de la población han dejado a aproximadamente 10 millones de personas en la pobreza desde el inicio de la “jornada nacional de sana distancia” y de la indescifrable política del “semáforo epidemiológico”.
Un aumento de pobreza de casi el 8% de la población en un periodo de año y medio traerá consecuencias sociales graves, de las que tampoco estamos hablando.
En cuanto a las afectaciones a la salud mental de la población en prácticamente todos los grupos de edad y estratos socioeconómicos, las cifras son menos claras; juzgue usted por su propia experiencia y por las de las personas que lo rodean, sobre su estado emocional del último año y medio.
Ante la aparición inevitable de nuevas variantes del virus (que, como en el virus de la gripe común, muta todo el tiempo, año tras año), estamos obligados a reflexionar sobre la pertinencia de aceptar la suspensión de la vida, para mantener la ilusión de que la muerte no existe.
Un segundo periodo de restricciones podría tener implicaciones aún más graves sobre una sociedad ya lastimada por la primera.
En el ámbito político, tenemos que recordar la advertencia de Franklin: “cualquier sociedad que esté dispuesta a sacrificar un poco de su libertad para ganar un poco de seguridad, no merecerá ninguna y perderá las dos”.
Twitter: @CarlosDavila_mx