Tiempo de gobernar
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México está inmerso en una crisis de dimensiones desconocidas. La confluencia de "choques" externos y factores internos no tiene precedente (El Universal, marzo 19, 2020). La zozobra es tal, que se ha ido generando consenso de que el gobierno será gobierno ahora, o nunca. El manejo de la crisis de la pandemia determinará la gravedad de la crisis general, pues impacta directamente la parálisis económica, propulsada por el COVID-19 y por el colapso del mercado de petróleo. Mucha tinta se ha vertido en analizar la crisis de salud, sus causas, y posibles remedios. No así la crisis económica global, sus implicaciones, y posibles atenuantes para México.
Al igual que otros países, la política monetaria se activó antes que otras medidas. El Banco de México disminuyó la tasa de referencia y es probable que la reduzca una vez más. La insuficiencia de las medidas monetarias es evidente; otros bancos centrales están haciendo más. La economía y el sistema financiero viven una crisis de liquidez no vista. Banxico habrá de ir más allá, esto es, hacia crear una facilidad de liquidez, con una ventanilla ágil que permita inyectar recursos a la economía con gran rapidez. Hasta ahora no lo ha hecho, a pesar de las reiteradas demandas de especialistas, organizaciones empresariales, e instituciones financieras. Hoy debe tenerse claro que, de no actuar, la crisis de liquidez del sistema puede convertirse en una bancarrota muy extendida y, eventualmente, en una de solvencia del sistema financiero. En vez de esperar a que eso suceda, las autoridades monetarias y financieras deben actuar por anticipado y proactivamente.
El actuar del gobierno debe trascender el campo monetario y activar estímulos fiscales. Los análisis señalan una contracción del PIB de México de hasta -7.0% en 2020 (GEA, -5%). No hay acuerdo acerca de la duración de esta contracción económica, que ya está esfumando el ingreso de muchas empresas y familias. Se está destruyendo riqueza de manera acelerada; cuando la crisis ceda, el acervo de capital de la economía será una fracción de lo que era antes de este episodio. Todos los actores económicos serán más pobres, y les llevará muchos años regresar a su situación original.
Lo que no es evidente es la estrategia económica más adecuada para estimular la economía. Las variables críticas son dos: el impacto distinto de cada medida, y la velocidad a la que tendrían efecto. En economía básica, se afirma que la inversión pública es la de mayor impacto (mayor multiplicador) y, por lo general se supone que actúa con gran rapidez. En México hoy, si bien lo primero es teóricamente correcto, el rezago con que se ejerce el gasto es tal que pierde su ventaja conceptual. En estas condiciones resulta más rápido y efectivo inyectar estímulos directamente a los agentes privados: pagos extraordinarios a los empleados, reducciones de impuestos, acelerar las subvenciones del gobierno, y utilizar el sistema financiero para aliviar directamente a empresas y a hogares.
A diferencia de la crisis de 1994-95, los apoyos gubernamentales deben ser a las familias y empresas mexicanas, formales e informales, de todo tamaño, pero sobre todo pymes, que tienen menor resistencia para sobrevivir. Debe evitarse que el diseño de los apoyos desemboque en una especie de Fobaproa 2. Nadie lo propone y nadie lo desea. Para reducir el agobio de la deuda privada, el sector público habrá de tomar temporalmente parte de esa deuda, no de los banqueros, sino de los hogares, de empresas vulnerables, de agricultores, entre otros. Cada apoyo que otorgue el gobierno deberá tener nombre y apellido del destinatario, aunque éstos se canalicen a través de instituciones financieras.
Es indispensable que el gobierno actúe con decisión y cabeza fría. México no puede evitar la crisis; la pérdida de riqueza y patrimonio será muy extendida. El gobierno no podrá contener un aumento del déficit público al inyectar recursos a la economía. No sería su culpa, sino al contrario, sería irresponsable que no actuara con decisión en todos los frentes, en el monetario, en el de oxigenar el sistema financiero, y en el de inyectar recursos fiscales por las vías más expeditas y efectivas. Lo contrario equivaldría a no gobernar.