Un parque en el olvido

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El sol quemando la piel. La antigua carretera a Arteaga, que atraviesa una parte del pueblo La Aurora. Flota en el ambiente un olor a elote quemado. Con el viento, llegan de lejos los aromas de flores que apenas despiertan, de hierba recién cortada y tierra húmeda.
Para llegar al Parque Ecológico de La Aurora, viniendo de la ciudad de Saltillo, se corta la dirección de la carretera a Arteaga y se toma el rumbo hacia el acueducto que surtía de agua a las fábricas textiles fundadas a mediados del Siglo 19 y que todavía funcionaban a principios del 20. El agua, llamada la Navarreña, hace alusión al dueño del primer molino de trigo, don Juan Navarro, que funcionó cientos de años antes que las textiles.
Hoy por hoy, sin hacer honor al pasado, el acueducto muestra pintas que deslucen la belleza de su arquitectura y denuncian el olvido de la importancia histórica del lugar.
Desde ahí, el desaliento aparece en nuestros rostros. Si este es el camino, ¿qué nos espera al llegar al parque ubicado en calle de tan prometedor nombre: Quinta Arcoiris? En este lugar, nos han dicho, se practica el tiro con arco, un deporte que en México ha tenido auge en los últimos años y que ha llevado a deportistas a ocupar un destacado papel en las Olimpiadas.
Pues el Parque Ecológico luce hecho un desastre, tal y como se prevé al ir a su encuentro. Lo que en un lejanísimo tiempo experimentó cierto arreglo, ahora está completamente abandonado: los andadores, los jardines, el puente que conecta el área de jardín con el de juegos. Debajo de este, en lo que fuera el arroyo, la basura acumulada hace combinación con el resto del lugar. Papeles y basura por aquí y por allá.
Una construcción notable que en otro tiempo pareciera sirvió de restaurante, muestra el vandalismo en sus ventanas y muros. Graffiti, cristales quebrados y puertas desvencijadas. Hay quienes se aventuran a entrar. Se escucha a un pequeño visitante decir que entrará, pidiendo antes permiso a su mamá, a lo que en su imaginación ha dado el nombre de la “Casa de los Zombies”.
Un hombre acompañado de una niña se esfuerza en arrancar el cuerpo completo de una flor de palma. Lo logra y sale corriendo del lugar ante la mirada estupefacta de los paseantes. Uno de ellos comenta: “Ah… sí…, son para comer”.
Son las 3:00 de la tarde. Un grupo de jóvenes canta alrededor de lo que parece fue una alberca, hoy en desuso. Cerca de ellos, una elegante balaustrada que no ha sido objeto, por fortuna, de mayores daños.
Mientras entonan sus canciones, al parque siguen arribando familias que llevan consigo refrescos, aguas, pizzas o pollos rostizados.
Niños y adultos juegan a la pelota en uno y otro rincón del arbolado parque. Hay quienes practican beisbol y otros el fut.
En el área de juegos, los niños más pequeños se aventuran en ellos. No en los gigantescos resbaladeros, no por lo menos a esta hora de la tarde, cuando el sol está en su plenitud.
El cuidado de los árboles se hace evidente gracias a los cajetes en torno a ellos, que denotan la mano amorosa de un jardinero que pasa la manguera de uno a otro árbol. Algunos de estos, habitación de ardillas que entran y salen, haciendo el gozo de niños y grandes.
Árboles centenarios que en esta época de inminente Primavera despuntan ya sus tiernas hojas verdes. Árboles frutales, de flor blanca que nos lleva a preguntarnos: ¿membrillo? ¿peral? Pinos enormes a los que les llevó toda una vida alcanzar las alturas y que hoy observamos desde el reseco suelo.
Un lugar de privilegio desaprovechado. Un lugar que demanda la atención del municipio al que pertenece, Saltillo. Las familias que lo visitan y las que lo podrían visitar, lo merecen, si fuese su espacio más digno, como el pulmón verde que también merece ser tratado de otra manera.