Saltillo en tinta viva: Eduardo Valverde y la ciudad que no quiso olvidar

Cronista autodidacta, investigador riguroso y defensor de la verdad histórica, su legado periodístico sigue inspirando a nuevas generaciones

Saltillo
/ 10 mayo 2025
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Eduardo Valverde Prado nació en Saltillo, el 13 de octubre de 1898. De raíces tlaxcaltecas, fue hijo de Aniceto Valverde y Virginia Prado de Valverde. Hace unos días conversé con el historiador Arturo Berrueto González y le pregunté por este personaje. Me respondió sin dudar: “Lo recuerdo muy bien. Era un hombre alto, caminaba despacio, un poco encorvado. Siempre vestía de traje, sin lujos, pero bien arreglado. Fumaba una pipa sin cacerola. Muy serio, fue un buen hombre”.

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En el libro Crónica de la Cultura de Coahuila del maestro Federico González Nañez, conocido con cariño por sus alumnos como “El Nibelungo”, publicado en el año 2000 por el R. Ayuntamiento de Saltillo y el Instituto Municipal de Cultura, se ofrece valiosa información sobre este personaje hoy casi olvidado. González Nañez lo incluye en su capítulo XIX La Leyenda y La Tradición en Saltillo, junto a otras destacadas plumas como: José García Rodríguez, Vito Alessio Robles Miguel Alessio Robles y Froylán Mier Narro entre otros.

$!Eduardo Valverde Prado, en su etapa como colaborador de El Diario, donde fundó la columna Del Viejo Saltillo.

Según el escrito de González Nañez, Valverde Prado cursó sus primeros estudios en escuelas públicas y, como muchos jóvenes de su tiempo, comenzó a trabajar para contribuir al sustento familiar. En 1915, ingresó a la Tesorería Municipal de Saltillo en un cargo modesto, iniciando así una vida laboral. Más tarde se integró a trabajar en la administración de correos, puesto que dejó en 1922.

Se trasladó a la Ciudad de México, entre 1925 y 1930 ocupó el puesto de secretario del décimo primer Juzgado del Registro Civil. No obstante, su destino parecía estar ligado a Saltillo, por lo que regresó para emprender una nueva etapa laboral. Dejó atrás la burocracia para asumir otros roles: fue administrador del Teatro Coahuila y más adelante colaboró en el Cinema Palacio, propiedad de don Gabriel Ochoa, dos espacios emblemáticos del entretenimiento local de la época.

Sería en el periodismo donde Eduardo Valverde encontró su verdadera vocación. Comenzó como cronista taurino en el semanario Batatazo, dirigido por Benjamín Cabrera Aguirre, conocido como “Cabrerita”. Posteriormente colaboró en la revista Selecta y, más adelante, en El Diario, donde alcanzó mayor notoriedad entre los lectores saltillenses.

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En este periódico fundó la columna Del Viejo Saltillo, que, aunque aparecía de forma esporádica debido a sus labores como reportero, se mantuvo activa de 1950 a 1961. Su contenido lo consolidó como un apasionado investigador de la historia local.

Tras el cierre de El Diario, Valverde se incorporó al periódico Resumen, dirigido por Óscar Flores Tapia. Allí escribió la columna Perfiles, en la que continuó explorando los temas que más lo motivaban: las costumbres, los personajes y los rincones olvidados de Saltillo.

Valverde fue autodidacta, curioso y perseverantes su estilo, era claro, directo y aderezado con ricos detalles. Gracias a sus escritos, muchas personas conocieron por primera vez anécdotas y personajes que habían permanecido en el olvido.

Solía retomar relatos de otros autores coahuilenses, como Miguel Alessio Robles, pero siempre supo imprimirles un sello propio y documentarlos con rigor. Su objetivo, compartir la veracidad de la historia de su ciudad. Así dejo un legado valioso en forma de artículos periodísticos que, aún hoy, permiten comprender mejor la vida cotidiana de Saltillo.

En 1960 escribió sobre el abandono del reloj de la ciudad. Su llamado despertó la conciencia ciudadana y dio pie a una campaña de restauración del reloj de la Capilla del Santo Cristo. Esta iniciativa contó con la participación de la comunidad local y del Club Rotario.

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$!El historiador Arturo Berrueto evocó a Valverde como un hombre íntegro, siempre vestido con sobriedad y sin perder el estilo.

Algunos de los textos de Eduardo Valverde Prado han sido incluidos en la Revista del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, lo que confirma la vigencia y el valor de su trabajo para las nuevas generaciones. En 1977, con motivo de la celebración del 400 aniversario de la fundación de Saltillo, el periódico VANGUARDIA también rindió homenaje a su legado al publicar varios de sus escritos. Entre los textos difundidos en esa ocasión se encuentran Los amores de Elvirita, Rómula Tejeda, Veladas literarias, Doña Consuelito y Anécdotas de la Revolución Mexicana, entre otros.

Uno de los rasgos más distintivos de su obra fue el uso constante de la historia oral como fuente primaria. Valverde entrevistó a testigos, recopiló anécdotas y testimonios que de no haber sido registrados, se habrían perdido con el tiempo. Esta metodología, hoy ampliamente valorada en el ámbito académico, convierte sus artículos en documentos de gran valor para comprender la vida e historia de Saltillo.

A título personal, debo decir que desde que descubrí sus textos hace años, Eduardo Valverde despertó en mí un fuerte interés por la historia de la ciudad. Por su estilo sencillo, al terminar de leer sus artículos, uno siente el impulso de seguir investigando. Valverde no solo contaba la historia: la sembraba, y muchos hemos seguido el rastro de esas semillas que dejó entre líneas.

En sus escritos se nota un respeto profundo por los hechos. A diferencia de otros cronistas, como Froylán Mier Narro, Valverde prefería la sobriedad a la exageración. Tenía el raro talento de comprobar lo que contaba y de darles nombre y rostro precisos a los personajes del pasado.

Existía, al parecer, cierta rivalidad con Froylán Mier Narro, cuya obra Leyendas de Saltillo (1957), patrocinada por la Compañía Vinícola de Saltillo, recopila relatos tradicionales como El Callejón del Diablo, La Calle de las Barras. A Valverde le incomodaban las imprecisiones en fechas, nombres y hechos, y no dudaba en corregirlas mediante sus columnas, siempre respaldado por fuentes confiables y testimonios directos. Su intención, más que polemizar, era preservar la verdad histórica.

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A continuación transcribo la columna que publicó el 20 de agosto de 1957, titulada “Otra vez Froylán”, donde Valverde corrige a Mier Narro. Más allá del tono crítico, el texto destaca por la abundante información que aporta y por el rigor que tanto defendía Valverde.

OTRA VEZ DON FROYLÁN

“Con motivo de la Feria de Saltillo, que acaba de terminar, la Compañía Vinícola de Saltillo, S.A. ha estado obsequiando unos folletitos con apuntes y recopilaciones del señor don Froylán Mier Narro, relacionados con datos históricos de la ciudad. Lo lamentable es que esos datos estén cuajados de inexactitudes históricas.

Dice don Froylán en sus notas curiosas: “Donde se encuentra el edificio del Banco de Coahuila, en las calles de Allende, Juárez, Victoria y Morelos, que antiguamente se denominaban del Reventón, Nueva, del Curato y del Huizache, se encontraba el mercado Juárez. Le decían el Parián.

Efectivamente, en ese lugar se encontraba el Parián, pero siempre fue llamado el Parián y nunca se denominó Mercado Juárez. Este nombre le fue impuesto al mercado que se construyó en el año de 1902, que por dos veces se incendió y ahora se está reconstruyendo más amplio y en un estilo modernista.

$!Viñeta que adornaba los escritos de Eduardo Valverde en el periodico El Diario que se editó de 1943 a 1961.

Sigue diciendo don Froylán: “Donde hoy se encuentra la Plaza de Toros de Guadalupe, coso donde se lidiaron famosas ganaderías con notables toreros mexicanos y españoles.”

Sí, don Froylán, allí existió hasta fines del siglo pasado la antigua plaza de toros, pero a ésta nunca se le llamó de Guadalupe. Se conocía simplemente por el nombre de Plaza de Toros de Tlaxcala.

La plaza de toros que llevó el nombre de Guadalupe fue la que mandó construir don Jesús María Rodríguez, en los terrenos donde hoy se levanta el Cinema Florida; fue mi abuelo el maestro albañil que dirigió las obras. Entonces no había ingenieros y sentaba 500 adobes diarios, según datos que me proporcionó su hijo, el doctor José María Rodríguez, y aún viven otros familiares.

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En la antigua plaza de toros fue donde se presentó el famoso diestro mexicano, gloria de su tiempo, Ponciano Díaz y como banderillero Pedro Espinosa, tío de Armillita Chico. Sigue diciendo don Froylán: “En donde está el Hotel San Luis, en la esquina de las hoy calles de Abbott y Padre Flores, se encontraba el majestuoso Teatro Acuña, que terminó con un incendio en el año de 1906”.

En realidad, el Teatro Acuña fue consumido por el fuego, pero no en el año de 1906, como asienta don Froylán. Fue en el año de 1902. El incendio se inició minutos antes de las siete de la mañana y al dar el reloj la primera campanada de las siete horas se desplomó. Allí trabajó don Valente Flores como ayudante de pintor con el pintor italiano Hugo Bergamini, días antes del incendio.

Aun cuando el señor Ángel Prado empezó a construir el Hotel San Luis, cierto día me invitó para que viera que aún existía el foro de lo que fuera uno de los mejores teatros de Saltillo, pero se incendió en 1902 y no en 1906.

Dice don Froylán: “En donde existe el Hotel Arizpe Sáinz se encontraba el mesón de Las Diligencias. De ahí salían para todos los rumbos los antiguos carruajes.” Otro error lamentable, pues en donde es hoy el Hotel Arizpe Sáinz existió antiguamente el Hotel Tomasichi, que después estuvo en frente, y por muchos años fue Hotel Sáinz, propiedad de don Nicolás Sáinz, padre de don Nicolás y don Alberto Sáinz, pero de allí nunca salieron diligencias.

Las diligencias salían de lo que fue Posada General, en la esquina de las calles del Mezquite y Reventón, hoy Venustiano Carranza (hoy Pérez Treviño) y Allende. De allí salió para ir a estudiar a México, el llorado poeta saltillense Manuel Acuña, en el antiguo carruaje que lo condujo a la capital de la República y fue cuando escribió Lágrimas, dedicada a su padre, y que dice en uno de sus versos: Y después... a los pálidos reflejos del sol que en el crepúsculo se hundía sólo vi una ciudad que se perdía con mi cuna y mis padres a lo lejos.

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Dice más adelante don Froylán: “En la esquina de las hoy calles de Victoria y Padre Flores, donde está el consultorio del doctor Nordon hasta enfrentar con la calle de Ocampo, se encontraba el Curato de San Esteban. Otro error, pues el Curato de San Esteban aún existe con ligeras modificaciones y esto se puede ver.

Lo que existió en la cuadra de casas a que se refiere don Froylán fue el Convento de San Esteban, más no el Curato y que anteriormente fue de San Francisco, fundado por los hermanos franciscanos. Lo que sucede es que se han escrito muchos opúsculos sobre Saltillo, hace muchísimos años, pero con notorias falsedades que tergiversan la historia de Saltillo”. Hasta aquí la intervención de Valverde.

EL FIN DE UNA VIDA

Una bronconeumonía acabó con su vida. Cosas del destino: murió el 25 de julio de 1975, justo el día del aniversario de la ciudad que tanto amó. No hubo grandes homenajes ni reconocimientos. Fue un hombre sencillo. Nunca contrajo matrimonio. Metódico en sus costumbres, con paciencia y dedicación, supo rescatar la memoria de una ciudad que guarda muchos secretos y que él no quiso que se olvidaran.

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