Por un 2024 con salud y amor

Opinión
/ 31 diciembre 2023

¡Feliz Año Nuevo 2024 les deseo a mis 4 lectores! ¿Qué espero yo de este año? El don de vivir, antes que todo, y con él la salud, otro regalo inapreciable. Si el dador de la vida me conserva esos bienes procuraré vivir bien para merecerlos. También espero recibir el tesoro del amor. Recibirlo y -más importante aún- saber dar mi amor a quien lo necesita. Espero tener felicidad, que no se manifiesta en una permanente y extática sensación de absoluto bienestar -eso no existe-, sino en pasajeros momentos de dicha: el goce de estar en casa; el diálogo cordial con uno mismo; la compañía de los amigos verdaderos; los mínimos, magníficos deleites que ofrece la vida cotidiana: el café de la mañana; la sensación del trabajo bien cumplido; la reunión que en familia se disfruta; el anhelado viaje; el trato con los seres queridos; los momentos agradables pasados con el libro, el periódico o la tablet; el descanso merecido después de la jornada; todas esas inadvertidas maravillas que la rutina nos impide valorar. También espero saber sentir lo sagrado que hay en la naturaleza, pues creo que en ella el Misterio creador de todas las cosas nos entrega su tarjeta de presentación. Quisiera ser parte de la alegría de los demás, y no de su tristeza. Espero ser causa de concordia, no motivo de inquinas o resentimientos. La vida está hecha de ratos buenos y de malos ratos: procuraré sonreír un poco más y quejarme un poco menos. Procuraré en el futuro ser puntual, aunque no haya nadie ahí para apreciarlo. Y, finalmente, como escritor ya me hice mi propósito de Año Nuevo: al redactar mis textos usaré menos adjetivos, a fin de que mis escritos salgan más tersos, pulidos, claros, fluidos, llanos, limpios, transparentes, fáciles, naturales, depurados, inteligibles y sencillos... El brujo estaba trajinando con sus calaveras, sus peroles humeantes, su lechuza, sus cuervos y sus yerbas. Un feo sapo se detuvo en la puerta. “Es tu antiguo novio -le dijo el brujo a su señora-. A pesar de lo que le hice todavía el pendejo viene a buscarte”... La muchacha llamó por el celular a su mamá. “Mami -le dijo-. Hablo para decirte que me acabo de casar”. “Está bien –respondió la señora. “Y que la próxima semana voy a tener un bebé” -añadió la chica. “Está bien” -contesta la mamá. “Mi marido pertenece a un culto diabólico -le informó la muchacha-. Y es adicto a las drogas, especialmente al fentanilo”. “Está bien” -volvió a decir la señora. “No tenemos dinero -siguió diciendo la muchacha-, y no sabemos dónde vivir”. Ofreció la señora: “Vénganse a la casa. Pueden ocupar nuestra recámara. Tu papá dormirá en el sofá de la sala”. Preguntó con asombro la muchacha al ver la buena voluntad de su madre: “Y tú ¿dónde dormirás?”. Replicó la señora: “Por mí no te preocupes. Tan pronto termine esta llamada me voy a caer muerta”... El alto y fuerte mocetón, joven labriego, casó con muchacha de la ciudad. Cuando volvieron de la luna de miel alguien le preguntó al fornido muchacho cómo le había ido. Respondió él, intrigado: “Susiflor es muy rara. Cuando me vio por primera vez sin ropa, rezó”. “¿Cómo que rezó?” -se extrañó alguien. “Sí, -confirmó el grandulón-. Dijo: ‘Dios me proteja’”... El señor de edad más que avanzada le gritó lleno de regocijo a su señora: “¡Lugarda! ¡Ven aprisa! ¡Corre! ¡Vuela!”. Se apresuró ella, y cuando llegó a la recámara vio que su añoso marido mostraba orgullosamente izado el lábaro propio de la juventud. Se precipitó, gozosa, hacia él –hacia su marido- a fin de disfrutar de aquella inusitada novedad que hacía muchos años no se presentaba, pero el veterano la detuvo. “¿Qué haces? -le dijo con enojo-. ¡Ve rápidamente a traer el iPhone y tómame una foto! ¡De otro modo mis amigos del café no me lo van a creer!”... FIN.

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