Lecciones matrimoniales
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En esta columnejilla vienen hoy dos chistes colorados, quizá los más sicalípticos de todos los relatados en el año. Su narración haría ruborizar a un Cardenal renacentista, motivo por el cual no son aconsejables para personas pudibundas, cándidas o de integérrima moral. Mejor harían esas personas en leer “Pureza y Hermosura”, de Monseñor Tihamér Tóth... Susiflor le hizo una confesión a su mamá: la noche anterior había hecho el amor con su novio. “¡Santo Cielo! –exclamó consternada la señora–. ¿Por lo menos tomaste medidas?”. “Ay, mami –replica Susiflor–. ¡En esos momentos quién va a acordarse de medirla!”. (Ni cinta métrica debe haber llevado la imprudente. ¡Lo que es la falta de curiosidad!)... Sigue ahora el cuento llamado “El dedo más útil en el matrimonio”... Don Geronte, señor de edad madura, llamó a su hijo y le habló con muy solemne acento. “Hijo mío: dentro de unos días vas a contraer matrimonio. Bueno será entonces que sepas algo que te será de mucha utilidad en la relación matrimonial. Mira: cada dedo de la mano corresponde a determinada etapa de la vida, y cada uno expresa algo correspondiente a esa edad. Tomemos, primero, el dedo llamado gordo, el pulgar. Es el dedo del optimismo juvenil. Alzas un pulgar, o ambos, y eso es señal de bienestar, afirmación de que las cosas van muy bien. El dedo índice, hijo, es el dedo de la realización personal. Lo levantas en alto para decir: ‘Soy el número uno’, o lo adelantas para impartir tus órdenes: ‘Fulano, haz esto’; ‘Mengano, haz aquello’. El dedo de en medio es el dedo más útil en el matrimonio, necesarísimo en la relación matrimonial. Pero de ése te hablaré después. Ahora te diré del dedo anular. Ese dedo no sirve para mucho. Lo usamos solamente para llevar la argolla de casados. Y, finalmente, el meñique. A pesar de ser el más pequeño, ese dedo sirve para mostrar que hemos llegado a la cima del poder y del éxito: al tomar la taza de té o de café erguirás el meñique en gesto de distinción y de elegancia que mostrará tu posición social”. “¿Y el dedo del matrimonio, padre?” −preguntó el muchacho ansiosamente. “¡Ah! −respondió el señor−. Es el más importante, y debes aprender a usarlo. Mira: en la noche de bodas le demostrarás una vez tu amor a tu mujer. Dos veces se lo demostrarás, pues eres joven y te poseen las ansias del amor. Ella te pedirá una tercera vez y tú, a fuer de caballero enamorado, esforzarás tu celo en cumplir esa demanda. Sacarás fuerzas de flaqueza y a duras penas satisfarás la petición. Pero ella no quedará contenta. Ignorante de que la naturaleza nos pone limitaciones a los hombres te pedirá una cuarta vez. Tú ya no podrás atender esa solicitud como atendiste las otras anteriores. Entonces, hijo mío, es cuando interviene el dedo de en medio. Cuando no puedas ya cumplir las demandas de tu señora esposa llévate ese dedo a la sien derecha y dile a tu mujer: “¿Estás loca? ¡Grábate aquí en la cabeza que no soy una máquina sexual!”... FIN.
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