Ayer se desahogó el primero de los tres debates que sostendrán quienes aspiran a convertirse en la persona que sustituya al presidente Andrés Manuel López Obrador en la titularidad del Poder Ejecutivo Federal. Más allá de su relevancia como ejercicio democrático, lo ocurrido ayer no parece haber aportado gran cosa a convertir esta carrera en una contienda competida.
Y es que si los debates debieran ser los ejercicios definitorios de una contienda política, se antoja difícil que el de ayer haya provocado que la aguja del marcador, en relación con las preferencias del público, se haya movido de forma significativa.
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Habrá que esperar, desde luego, a conocer el resultado de los ejercicios de medición demoscópica que evalúan con seriedad el impacto del debate en el ánimo del público, pero la primera impresión que deja lo ocurrido es que difícilmente veremos un ajuste relevante cuando lleguen las encuestas.
Por otro lado, el formato del debate dejó la impresión de que retrocedimos en el tiempo y volvimos a los formatos acartonados, aburridos y faltos de interés que caracterizaron el primer tramo de esta historia. En ese sentido, sobre todo, el ejercicio organizado por el INE dejó mucho que desear.
Además, los presuntos errores de producción, que llevaron en varias ocasiones a los participantes a poner en duda la imparcialidad del ejercicio y de los organizadores en el manejo del tiempo, son aspectos imperdonables si se tiene en cuenta la experiencia acumulada en el país en esta materia.
La autoridad electoral tendrá que mejorar este aspecto y corregir los errores cometidos anoche en materia de producción. Porque si algo no debiera notarse es justamente la mano de los organizadores. El protagonismo debe estar todo en la cancha de las candidaturas y la autoridad no debe notarse.
Por lo demás, lo que cabría esperar es que los próximos dos ejercicios puedan convertirse en algo más que una fuente de anécdotas y memes que mantengan la contienda en el campo de la frivolidad.
Y es que los debates tendrían que ser, de manera forzosa, el platillo fuerte de una contienda en la cual no se define solamente quién ocupará una posición gubernamental, sino esencialmente qué proyecto de país escogemos los mexicanos de cara al futuro.
Eso no se discutió ayer y para que así fuera contribuyeron, tanto quienes aspiran al cargo, como el formato con el cual se desarrolló el encuentro. Y si eso no cambia en los siguientes encuentros entonces habremos retrocedido en el tiempo a un momento en el cual las contiendas no tienen nada que ver con propuestas, sino con estrategias mercadológicas.
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Cabría esperar por ello que tanto partidos políticos, como candidaturas y autoridades realicen un esfuerzo mayor para convertir a los próximos dos debates en ejercicios que en verdad le aporten a la ciudadanía elementos para emitir, el próximo 2 de junio, un voto realmente informado.
Si no ocurre eso, las elecciones presidenciales seguirán careciendo de un elemento esencial de la democracia: ser oportunidades para la discusión profunda de la agenda pública nacional.