Que las religiones no se vuelvan armas

Opinión
/ 4 febrero 2023

Hay una multitud de factores que influyen para que las personas decidan profesar una religión o creencia. Uno de estos es que alguien vea reflejadas sus costumbres y convicciones en las características que definen a una específica corriente religiosa. En la actualidad existen, aproximadamente, alrededor de 4 mil y 4 mil 300 religiones en el mundo y, de acuerdo con la Secretaría General de Religiones por la Paz, el 80 por ciento de las personas en el mundo se guían por alguna creencia o valor espiritual.

Cada sistema de creencias cuenta con sus propios simbolismos, deidades, rituales y templos –entre otros elementos–; pero si hay un aspecto específico que las corrientes religiosas comparten es la necesidad que tienen, quienes las siguen, de encontrar en ellas un sentido a cosas como la vida misma y de unir lo humano con lo espiritual.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos contempla, en su artículo 18, la libertad que todas las personas tienen de adoptar un pensamiento o una religión y a manifestarlo de manera pública y privada. Esta libertad, junto con la diversidad de religiones que podemos encontrar ahora, permite que los seres humanos tengamos la oportunidad de ampliar nuestras opciones respecto a las creencias a las que decidimos afiliarnos, algo que es positivo.

Dicho esto, en vista de que cada corriente religiosa trae consigo ideologías, comportamientos y explicaciones particulares de diversos fenómenos o acontecimientos, la intolerancia y la discriminación entre personas de diferentes religiones son –desafortunadamente– comportamientos sociales muy comunes. En no pocas ocasiones, se utiliza a la religión como un motivo para llevar a cabo conductas que pueden configurar severas violaciones a los derechos humanos. A manera de ejemplo, el 4 de diciembre de 2017, miembros de la comunidad indígena Wixárika fueron obligados a desalojar su territorio tras no participar en diversos festejos religiosos –característicos de esta comunidad– por ser Testigos de Jehová.

La expulsión –que se llevó a cabo de forma violenta y mediante amenazas por parte de autoridades de la comunidad– es una manifestación clara de una conducta mediante la que se restringe a alguien de sus derechos y libertades. El caso al que hago referencia fue remitido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), y uno de los criterios en la resolución de dicho Tribunal confirmó que el desalojo de los Testigos de Jehová los privó del acceso a la vivienda, al sustento y a la educación –entre otros derechos–, provocándoles una afectación alta.

En realidad, no es necesario realizar una búsqueda exhaustiva para ver manifestaciones de intolerancia y exclusión que se escudan con la afiliación a cierta religión. Es suficiente un vistazo a las secciones de comentarios en nuestras redes sociales para leer lamentables ofensas y descalificaciones que se realizan en nombre de alguna deidad o corriente religiosa.

Por lo anterior, considero que la efeméride en que baso la columna del día de hoy es sumamente importante. Durante la primera semana de febrero, desde el año 2011, se lleva a cabo un evento en la comunidad internacional denominado “Semana Mundial de la Armonía Interconfesional”. Esta celebración anual –creada por la Asamblea General de las Naciones Unidas– consiste en llevar a cabo una reunión entre personas de distintas religiones y representantes de los Estados Miembros, con el objetivo de generar un diálogo y promover una cultura de paz, tolerancia y comprensión entre las distintas religiones y creencias.

Algunos temas sociales discutidos durante la “Semana Mundial de la Armonía Interconfesional” desde su primera celebración son: la discriminación y la intolerancia en contra de personas refugiadas y desplazadas internas; emergencias sanitarias como la pandemia de ébola; sucesos naturales devastadores como el huracán Sandy, entre otros.

Considero que el factor más importante de esta celebración es que trae al frente y nos recuerda que, más allá de las diferencias que comprensiblemente hay entre las religiones –y quienes las profesamos– al final continuamos siendo seres humanos susceptibles a ser afectados por situaciones de la vida diaria, y nos necesitamos los unos a los otros. Por lo tanto, es indispensable que nuestras ideologías y manifestaciones de creencia –cualesquiera que sean– no impliquen un ataque a la esfera de los derechos humanos de otras personas.

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El autor es auxiliar de investigación en el Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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