Recuerdo de Navidad
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Nos conforta el recuerdo de un hombre bueno como fue el padre Carlos López. A él dedico una modesta evocación en estos días en que suenan las ‘Campanitas de Navidad’
El padre Carlos López fue un amable sacerdote, y peculiar. Rezaba muy de prisa, de modo que el rezo del rosario, que en otras voces era lento, en la de él se iba muy aprisa. Y es que él usaba una especie de taquigrafía oral que le permitía abreviar las palabras, hacer de tres vocablos uno solo. Así por ejemplo, en vez de decir: “Bendito sea Dios”, decía: “BentoseaDios”. Eso ahorraba tiempo y energía.
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También gustaba el Padre Carlos del esplendor de la liturgia. Cuando presentaba el Santísimo a la adoración de los fieles hacía que los monaguillos sonaran las campanillas a todo lo que daban. Una vez los dichos monagos no se presentaron al oficio. Su ausencia no alteró el ceremonial del buen sacerdote: alzó la custodia y con ella bendijo al pueblo al tiempo que iba diciendo en el micrófono:
-¡Talán talán! ¡Talán talán!
Cada año el padre Carlitos presentaba en la benemérita radiodifusora XEKS su programa “Campanitas de Navidad”. La estación era propiedad de su hermano, don Efraín, que daba todas las facilidades para la celebración de aquel programa filantrópico. El sacerdote pedía a la gente donativos a fin de alegrar la Navidad de los niños pobres. Entonces había relativamente pocos, no como ahora, de modo que los regalos alcanzaban para todos.
A los artistas les solicitaba su colaboración el Padre Carlos, y cada uno daba de sí lo que podía: cantaba uno, recitaba otro, y hasta había algunos que iban al programa a bailar, aunque eso no podía apreciarse en los aparatos de radio de aquel tiempo. Tampoco en los de ahora se habría podido captar la esencia de tan benéfico arte coreográfico. Lástima.
Uno de los colaboradores más asiduos del padre Carlitos era el maestro de canto don José Ángel Cárdenas, quien además parecía apóstol, por su profusa cabellera blanca. Tocaba el piano para que los cantantes entonaran villancicos propios de la temporada. Alguna vez uno de ellos pretendió entonar la sentida canción “Amor perdido”, melodía que andaba muy de moda. Don José Ángel -previa consulta con el padre Carlitos- le informó que dicha composición no era propia de la temporada.
-Bueno –se resignó el cantor-. Entonces la dejo pa’l programa de Semana Santa.
Porque también en ese tiempo el padre Carlos presentaba un programa alusivo.
Recuerdo con mucho afecto al padre Carlos López. Me parecía un poco Fernandel en su caracterización de Don Camilo, aquel cura en eterna lucha con el alcalde comunista -Gino Cervi- en una pequeña aldea italiana. Como don Camilo, el padre Carlos era también alto y fuerte; igual sufría las debilidades de los hombres; igual se empecinaba con tozuda terquedad en encaminar a todas las almas hacia el cielo, a lo mejor por ver si de ese modo podía encaminar la suya.
Todo era entonces más pequeño en Saltillo, y más humilde. La buena voluntad lo hacía todo. Supongo que habría maldades -desde Caín las hubo; aun antes de Adán se vieron ya-, pero quizás eran maldades a la medida de la ciudad, y por lo tanto no eran demasiado grandes. En cambio, la bondad lucía mucho, y con poco se daba buen ejemplo a los demás. No digo que todo tiempo pasado fue mejor; pero presiento, según andan las cosas, que tampoco será mejor todo tiempo futuro. Así las cosas, nos conforta el recuerdo de un hombre bueno como fue el padre Carlos López. A él dedico una modesta evocación en estos días en que suenan las “Campanitas de Navidad”, aunque quizá ya no con la claridad de las del padre Carlitos.