Rusia-Ucrania: Trump fractura el orden mundial al ceder con Putin
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Trump parece asumir, ingenuamente, que Putin respetará los acuerdos y se detendrá ahí... Si se le concede lo que exige ahora, interpretará esta concesión como una luz verde para seguir avanzando, exactamente como hizo Hitler
Vaya tiempos que vivimos. Es posible que la semana pasada sea el principio de la fractura del orden global vigente desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
Una imagen resume esta ruptura potencial: la fotografía del principio, en Arabia Saudita, de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia para poner fin a la agresión rusa contra Ucrania. En la foto, Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos, se sienta frente a Serguéi Lavrov, el canciller ruso y aliado cercano de Vladimir Putin. También están presentes otros representantes de ambos países y los anfitriones saudíes.
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Pero hay alguien que no está en la mesa. Un actor clave ha sido excluido de estas conversaciones: Ucrania, la nación invadida sin justificación alguna. Y eso es un muy mal augurio.
No es casualidad que lo que estamos viendo despierte comparaciones con la Conferencia de Múnich de septiembre de 1938, en la que se intentó alcanzar la paz con la Alemania nazi, pero que terminó marcando el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Las similitudes son inquietantes.
En 1938, la Conferencia de Múnich reunió a Alemania, Francia y el Reino Unido, con la mediación de Benito Mussolini, quien pretendía actuar como negociador neutral cuando en realidad era un cómplice de Hitler. En esa reunión, Hitler exigió la entrega de una región de Checoslovaquia a cambio de una supuesta paz. Sus argumentos eran similares a los de Putin hoy: Hitler afirmaba que la zona era alemana y que la anexión era legítima.
La opinión de Checoslovaquia no importó. No fue invitada a la conferencia que decidiría su futuro, del mismo modo en que Ucrania ha sido excluida de las negociaciones recientes.
El primer ministro británico, Neville Chamberlain, decidió creerle a Hitler. Regresó a Londres con un documento firmado y pronunció su famosa declaración: “Paz para nuestro tiempo”. Chamberlain pensó que Hitler se detendría en Checoslovaquia, pero no entendió que lo movía un impulso imperialista y genocida. Seis meses después, Hitler invadió el resto de Checoslovaquia y, poco después, atacó Polonia, desatando la Segunda Guerra Mundial.
Han pasado casi 90 años, y parece que el mundo no ha aprendido la lección. Así como en Múnich, Donald Trump ahora pretende cederle a Putin un territorio que no le pertenece, un territorio de un país soberano: Ucrania.
Trump parece asumir, ingenuamente, que Putin respetará los acuerdos y se detendrá ahí. La historia dice lo contrario. Pensar que Putin se conformará con los territorios ocupados en el este de Ucrania es incluso más ingenuo que suponer que en 2014 se detendría tras la anexión de Crimea. Putin ha demostrado repetidamente que no tiene intención de frenar su expansión. Si se le concede lo que exige ahora, interpretará esta concesión como una luz verde para seguir avanzando, exactamente como hizo Hitler en su momento.
Si la historia no nos sirve para aprender de ella, ¿para qué está la historia?
Putin ha sido claro sobre sus intenciones y su visión expansionista. Ha declarado en múltiples ocasiones que considera a Ucrania una parte natural de Rusia y que su existencia como nación independiente es un error histórico. No se trata sólo de recuperar territorio, sino de una ambición imperialista que amenaza la estabilidad de Europa y el mundo.
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El destino de Ucrania debe estar en manos de los ucranianos. Pensar que se puede decidir el futuro de un país sin incluirlo en la negociación es un error histórico. Y, dado que Ucrania no está perdiendo la guerra, el intento de Trump de forzar un acuerdo favorable a Rusia es aún más absurdo.
Algún día entenderemos las razones detrás de la postura de Trump y su insistencia en actuar como cómplice de Putin en este momento clave de la historia. Mientras tanto, debemos recordar que la historia nos ofrece lecciones y quienes no las aprenden a tiempo están condenados a repetirla. Esta vez, repetir los errores de Múnich podría tener consecuencias aún más devastadoras.