Salir del clóset: la interminable lucha de la comunidad LGBT
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Las leyes de la naturaleza han demostrado que, de todos los animales en el planeta, el único que practica la homofobia somos los humanos. Pero no siempre fue así. En el pasado hubo algunos momentos en que se aceptó o toleró la homosexualidad. Civilizaciones antiguas como griegos, romanos y sumerios lo hicieron e Incluso, durante la antigüedad, la propia Iglesia católica llegó a celebrar ceremonias litúrgicas entre personas del mismo sexo, bajo un antiguo rito conocido como “adelphopoiesis”, palabra griega que significa creación de hermanos.
Pero con el paso de los siglos todo cambió y la persecución sistemática a los homosexuales se volvió una constante y hasta de herejía fueron acusados. Algunos estudiosos de la historia creen que esto se agravó durante la Edad Media, época en que la Iglesia dominaba cada aspecto de la vida de las personas. Siglos después, ya en “épocas modernas”, los homosexuales dejaron de ser herejes para convertirse en delincuentes o enfermos mentales.
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Mañana se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBT, mejor conocido como Día del Orgullo Gay, pues un 28 de junio, pero de 1969, se dieron los disturbios de Stonewall, en Nueva York, que marcaron el movimiento de liberación homosexual. La lucha ha sido larga. Y es que fue hasta 1990, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) negó que la homosexualidad fuera una enfermedad, desorden o perversión. La fecha se eligió como el “Día Internacional de Lucha contra la Homofobia”, un intento por combatir los crímenes de odio, la violencia, prejuicios y estereotipos, hasta la falta o ausencia de derechos como el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho a la adopción.
Pero la homofobia persiste y aún enfrenta el rechazo, odio y discriminación de mucha gente. La mayoría de ellos lo hace basándose en dogmas y prejuicios religiosos. Su argumento casi siempre es “la Biblia dice”; otros, los más “informados”, dicen que se trata de algo que va contra las leyes de la naturaleza y que la propia naturaleza lo abomina, pues de acuerdo con ellos, la evolución separó a las especies en macho y hembra.
Pero vamos por partes. Sobre los primeros creo que son selectivos con la homosexualidad que combaten, pues no los he visto pronunciarse en casos de pederastia homosexual de sacerdotes de la Iglesia; de los segundos expongo que desde 1700 ya se habían descrito conductas sexuales no reproductivas en el reino animal y en 1970, Konrad Lorenz padre de la etología y Premio Nobel de Medicina, lo reporto en diversos artículos científicos.
Estos estudios de las conductas biológicas permitieron tener un panorama más amplio de las diversas orientaciones socioafectivas que se establecen en la naturaleza y que no eran exclusivas de los humanos. Lorenz demostró que en la naturaleza existen especies hermafroditas que pueden llegar a procrear sin necesidad de aparearse. Algunos de ellos son caracoles, lagartos y peces.
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Sobre quienes en público o en privado los combaten con ferocidad, también la ciencia ha evidenciado probables deseos homosexuales reprimidos por vergüenza o por miedo y que estos se pueden expresar en forma de homofobia. Es eso que Freud llamaba una “formación reactiva”, la batalla furiosa contra sentimientos silenciados. Individuos que luchan de manera vehemente su propia guerra personal.
Hay infinidad de casos de políticos y líderes de opinión que combatían con ferocidad a los homosexuales y sus derechos, pero que terminaron siendo descubiertos en escándalos de homosexualidad. En defensa de la tragedia a la que se enfrentan diariamente gays, lesbianas, bisexuales, transgénero y queers, he escrito decenas de artículos denunciando los abusos a los que son sometidos, el dolor de ser excluidos, olvidados. Esto me ha costado recibir ataques −siempre anónimos− en donde me dicen que quizás lo hago sintiéndome víctima de la homofobia. Otros incluso me han invitado a de plano “salir del clóset”.
A ellos les digo que estoy muy feliz con mi heterosexualidad y que, si fuera de otra forma, no tendría problema en aceptarlo. Pero de la idea esa de “salir del clóset”, ni hablar. Y es que, para salir, primero hubiera tenido que entrar y yo no lo puedo hacer por una razón muy sencilla: No quepo, estoy muy gordo.