Serenidad y paciencia, mi querido Solín. Pero ¿como cultivarlas?
Sabe, desde hace mucho tiempo he empezado a ir menos a la tienda a comprar pan. Hay veces que lo hago, pero son raras y contadas esas ocasiones. Prefiero mil veces elaborar el mío en casa. Debo reconocer que a veces no resulta barato; hay ocasiones en que sale mucho más caro el caldo que las albóndigas, pero gracias a esto he aprendido a valorar las cosas.
No debemos confundir nunca en la vida, el costo y el valor de las cosas. Son dos conceptos totalmente diferentes. Puede haber algo que no sea tan costoso en cuestiones monetarias, pero que encierra un valor incalculable que ni todas las riquezas de este mundo serían suficientes. Y eso es algo que he aprendido al hacer pan.
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Precisamente, una de esas grandes maravillas es algo que los japoneses llaman “gaman” (我慢), que no es otra cosa que la idea de que los individuos deben mostrar paciencia y perseverar ante situaciones adversas para así mantener la armonía en los lazos sociales.
Siempre me he considerado una persona un “poquito” impaciente. Soy de esos que no puede esperar para mañana. Si quiero comprar algo, no me importa recorrer media ciudad o la ciudad entera para buscarlo y comprarlo, porque no puedo esperar al día siguiente para volver a salir. Y si por alguna razón no me alcanza el tiempo y encuentro dicha tienda cerrada, arde Troya, porque me entra la desesperación de no poder esperar a que abran la tienda de nuevo.
Incluso me desespero si tengo que esperar a que avance la fila del cine o supermercado. Entiendo muy bien la situación y que hay muchísimas más personas antes que yo, pero internamente estoy que me lleva la fregada. Tanta es mi impaciencia que si quiero ver una serie, prefiero aguardar a que la serie termine totalmente para poderla disfrutar sin el constante estrés de esperar la siguiente temporada o, peor aún, el siguiente capítulo de la semana. Eso es una tortura total para mí.
Es loco, lo sé. Créame, hago mi mayor esfuerzo para mejorar esta parte de mi vida. Por eso trato en muchos sentidos de trabajar en mi paciencia, desde escribir a mano hasta hacer cosas que impliquen mayor dedicación, atención y tiempo. Y la panadería me ha caído como anillo al dedo, en especial el pan de masa madre.
¿Pero qué es eso de masa madre? La masa madre es levadura natural (no voy a meterme en tantas cosas técnicas, porque ese es tema para otro lugar), pero sepa que es un organismo vivo que requiere tiempo para desarrollarse plenamente, igual que usted o yo. Cultivarla implica una espera paciente mientras las levaduras naturales y las bacterias realizan su labor de fermentación. Este proceso puede llevar días o incluso semanas, durante los cuales el panadero cuidadoso observa y espera, alimentando la masa madre con harina y agua en un ritual constante.
Al igual que la creación de una masa madre, cultivar la paciencia en la vida requiere una base sólida. Es la combinación de ingredientes simples: compromiso, aceptación y perseverancia. Alimentamos nuestras vidas con experiencias, retos y aprendizajes constantes, permitiendo que el tiempo y la dedicación den forma a nuestro crecimiento personal.
La masa madre enseña la virtud de esperar. Después de mezclar la harina y el agua, la fermentación toma su curso, transformando lentamente la mezcla en un agente leudante natural. Del mismo modo, nuestras metas, sueños y ambiciones requieren tiempo para desarrollarse. La paciencia se convierte en la aliada que nos recuerda que todo lleva su ritmo y que los resultados más satisfactorios a menudo requieren una espera paciente.
Luego viene el momento de empezar a hacer el pan. Al mezclar harina, agua y sal con la masa madre, se comienza a dar forma a la masa. Nuevamente, la paciencia juega un papel crucial. El amasado requiere un equilibrio entre fuerza y suavidad, una atención meticulosa para que la masa se desarrolle adecuadamente. Hecho esto, llega otro periodo de espera mientras la masa descansa y fermenta, permitiendo que se expanda y respire, transformándose en algo más que una simple mezcla de ingredientes.
La atención meticulosa es clave en el arte de hacer pan con masa madre. Observar los cambios sutiles en la textura, el aroma y el crecimiento de la masa es crucial para su éxito. De manera similar, prestar atención a los detalles de nuestra vida cotidiana nos permite comprender mejor nuestras circunstancias y tomar decisiones más informadas. La paciencia nos insta a ser conscientes, a cuidar de nosotros mismos y de nuestras relaciones, nutriendo así nuestro crecimiento personal.
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El secreto para lograr un pan de masa madre excepcional radica en respetar los tiempos de reposo y fermentación. Esta espera paciente permite que los sabores se desarrollen, creando una complejidad gustativa única. El proceso no puede acelerarse ni apresurarse; cada fase exige su propio ritmo, enseñándonos la virtud de ceder al tiempo y permitir que este sea el verdadero maestro. La vida nos recuerda que algunas de las cosas más preciosas toman tiempo para revelar su verdadera esencia.
Después llega el momento de hornear el pan. El aroma que emana del horno mientras la corteza dorada se forma es una recompensa palpable por la paciencia y dedicación invertidas. El proceso completo, desde la creación de la masa madre hasta la cocción, nos enseña una lección invaluable: los frutos de la paciencia son más sabrosos, más gratificantes y más satisfactorios que cualquier resultado apresurado.
Y finalmente, tras mucho tiempo de preparación y paciencia, y si se hizo bien todo, el pan sale del horno, dorado y fragante, una obra maestra culinaria que corona el esfuerzo y la paciencia invertidos. Este pan es mucho más que un alimento; es un símbolo tangible de la belleza que emerge cuando abrazamos la paciencia en nuestra vida diaria.
El momento en que la masa madre finalmente se convierte en un delicioso pan recién horneado es una celebración de paciencia y dedicación. De manera similar, las recompensas de la paciencia en la vida pueden ser igualmente gratificantes. Ya sea alcanzar una meta profesional, fortalecer una relación o dominar una habilidad, el camino paciente hacia el logro hace que el éxito sea aún más dulce y satisfactorio.
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Todo este proceso demanda que dejemos a un lado la prisa y nos sumerjamos en la tranquilidad del presente. La vida nos enseña que, al igual que la masa, nuestras experiencias requieren tiempo para madurar y alcanzar su plenitud.
En un mundo donde “hacer las cosas en chinga” es la norma, el arte de hacer pan de masa madre nos invita a desacelerar, a abrazar la paciencia y a encontrar belleza en el transcurso del tiempo.
La paciencia no sólo es la clave para un pan perfecto, sino también para una vida plena y satisfactoria. Así como cuidamos y alimentamos nuestra masa madre, debemos nutrir nuestra paciencia, permitiendo que florezca y enriquezca cada aspecto de nuestras vidas. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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