Tome nota por favor... pero hágalo a mano
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Me acabo de dar cuenta de algo. Es increíble el hecho de como con una silenciosa y peligrosa normalidad, nos hemos ido olvidando del valor que tiene la escritura a mano (para los que me conocen saben que suelo escribir a mano con pluma fuente), la cual conecta nuestra corporalidad con nuestra psique en un ejercicio que potencia todas nuestras capacidades cognitivas.
Y es que, mi muy apreciado lector o lectora, cabe añadir que con la escritura a mano también nos jugamos la comprensión del mundo. Todos los artículos que suelo compartir con usted siempre los comienzo a redactar a mano. Siento que esa acción, que en apariencia puede parecer insignificante, congela nuestra hiperestimulada realidad y nos proporciona el tiempo preciso para poder entender todo lo que nos rodea. La escritura nos permite recuperar nuestro tiempo.
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Pero el problema de este estilo de vida con ritmos acelerados es que hemos introducido esas prisas en todo lo que hacemos: comemos rápido, leemos y escribimos rápido, paseamos rápido; vivimos tan “apurados” que luego nos quejamos de que el tiempo no nos alcanza.
Hoy todo debe estar sujeto a los estándares de la productividad, la rentabilidad, la utilidad y la eficacia. En parte, por eso quizás se escribe menos a mano, porque es un proceso que requiere tiempo y esmero; la tecnología ha automatizado procesos que hace años se llevaban a cabo con calma y que requerían altas dosis de concentración, pero también de placer.
Es esta inmediatez y la búsqueda de continuos incentivos lo que ha mermado nuestra paciencia cognitiva; queremos “todo aquí y ahora” y difícilmente toleramos la demora. Vamos en auto y queremos llegar rápido a nuestro destino, sin importar que haya más personas que también deseen llegar; nos volvemos egoístas y al mismo tiempo ellos también se vuelven de esa forma.
Con esto no me refiero a satanizar la tecnología, sino a impedir que el instrumento nos instrumentalice. En un escenario de urgencias y apremio, la escritura a mano nos conecta con nosotros mismos, con nuestras propias preocupaciones y con el mundo circundante.
Porque algo que también debe preocuparnos es el llamado “analfabetismo funcional”. Nos enfocamos tanto en que las nuevas generaciones sepan escribir, leer y pensar, que no nos fijamos cuanto nos arriesgamos a que no quieran escribir, leer y pensar, porque les estamos dando todo ya hecho.
Y por si fuera poco, nos hemos acostumbrado a estar enfermizamente ocupados. En este panorama de prisas y estrés, escribir a mano se ha convertido en un acto de sana rebelión y lúcida disidencia, en una reivindicación de nuestra libertad y en un reclamo de nuestro espacio de independencia, pero más en un acto ya en peligro de extinción.
La escritura pausada, así como cualquier actividad que detenga nuestros ritmos vertiginosos, se convierte en una saludable y necesaria revolución para reconquistar nuestra atención mercantilizada como un producto más con el que las empresas comercian con total descaro y valemadrismo.
Tomar un bolígrafo y sentir que somos nosotros quienes escribimos, que ejercemos fuerza contra el papel, nos hace dueños conscientes de nuestro cuerpo. La escritura a mano nos une al mundo, nos hace partícipes de él a través de objetos que podemos manipular, con los que nos enamoramos o nos podemos equivocar. Con un teclado, todo se puede borrar sin dejar rastro del error, sin manchas y, en definitiva, sin huella humana. Como decía Aristóteles, “somos animales de hábitos”. La prioridad es crear costumbres sanas que nos ayuden a encontrarnos mejor física y anímicamente, y a desarrollarnos emocional y cognitivamente.
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Hoy, gran parte de las personas tienen una extraña “enfermedad”: “tecnoapendejismo”, es decir, que se apendejan gracias a la tecnología, lo cual debería ser lo contrario. Sufren un enorme estrés y nerviosismo si no permanecen cerca de su celular o están constantemente conectados, pero el problema no es que cuestionemos esto, sino que no cuestionamos los hábitos.
Ya poco falta para que, cuando nazca un bebé, el doctor no corte el cordón umbilical, sino que desconecte el cable del cargador, y el bebé no llore porque le den una nalgada, sino porque no lo dejaron seguir “entreteniéndose” con el teléfono o la tablet.
Pasamos horas pegados a estos aparatejos que ya sufrimos una auténtica adicción que debería ser catalogada por nuestro vecino del norte como auténtico terrorismo comparable con la droga que está de moda hoy en día. La disfrutamos gozosamente mientras encadenamos con ello nuestro estado de ánimo y nuestra inteligencia.
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Somos seres esencialmente narrativos. Nuestra identidad se forja a través de los relatos que nos contamos sobre nosotros mismos a los demás y a nosotros mismos, creados en una red historiográfica que se confecciona a partir de nuestros recuerdos, del siempre evanescente presente y de las expectativas que guardamos respecto al futuro. En otras palabras, nos gusta contar historias y nos gusta que nos las cuenten; prácticamente, nos gusta el chisme.
El ser humano es un ser que se escribe o, en la terminología del filósofo Jean-Luc-Nancy, que se ex-cribe, que se da a la existencia mediante la acción y el uso responsable de la palabra. Hoy por hoy, para poder hacerle frente a esta vida contra reloj que llevamos y contrarrestar este imperio tecnológico, debemos plantear acciones que seduzcan. La verdad es que no sé si la escritura a mano sea una de ellas, pero sí sé que ayuda a conocernos, a tomar conciencia de la realidad y que al escribir reconquistamos con ello nuestra libertad. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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