¿Amigos? Me sobran los dedos
“Queridos amigos, no hay amigos”, Aristóteles. Es una frase que, aunque suene contradictoria, engloba en sí toda la verdad absoluta en cuanto a esta gran sabiduría se refiere.
Actualmente existe un afán enorme de prostituir las palabras, de utilizarlas tan libremente, que pierden todo sentido y valor. Abusamos tanto de ellas que el decirlas en una expresión verdadera ya no tiene caso; simplemente se vuelven inútiles.
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Y la palabra “amigo” no es la excepción, es una de las que más abusamos; casi siempre nos referimos a cualquier persona como nuestro “amigo”, incluso si es alguien con quien acabamos de relacionarnos o conocer, que ese es otro tema aparte. Pero nada está más alejado de la realidad que esto.
Para empezar no podemos referirnos como “amigo” a cualquier hijo de vecino; la amistad es un proceso largo y tedioso. ¿Por qué digo esto? Porque implica trabajar constantemente en ella.
No podemos afirmar que la amistad se crea así como así; no es algo instantáneo ni proviene de una reacción espontánea. Como dirían en mi barrio “no son enchiladas, mijo”.
De hecho, la amistad, la verdadera amistad, no difiere mucho del sentimiento del amor. Cuando dos personas se enamoran, al principio todo es perfecto, maravilloso, “miel sobre hojuelas”, dicen.
Pero luego pasa esa etapa del enamoramiento y llega el momento en que empezamos a ver a la otra persona de manera diferente. Esa etapa es la que me gusta llamar “desconocimiento”, porque irónicamente nunca vamos a llegar a la etapa del conocimiento. Jamás vamos a “conocer” realmente a alguien, sólo vamos a empezar a “desconocer” aspectos de su vida. “No sabía esto”, “no conocía lo otro”. Llegado este punto, es donde muchos se quiebran o siguen adelante.
Si continuamos llegaremos a otro estado: el del “autodescubrimiento”. Aquí empezamos a descubrir por nuestra propia cuenta a la otra persona, y eso sólo se logra con la convivencia constante. Con la amistad es lo mismo: al principio, mismos gustos, mismos pasatiempos; luego nos enteramos de cosas que no sabíamos, que jamás hubiéramos pensado de nuestro “amigo”.
Después, sin darnos cuenta, empezamos a ver que compartimos ideas similares o totalmente dispares, y llegado a este punto tomamos una decisión: seguir con la relación o terminar.
Si decidimos terminar, es todo, fin de la discusión; pero si deseamos continuar, si vale la pena continuar, entonces empieza otra fase: la de “sembrar”.
A mí me gusta usar la analogía del árbol. Cuando decidimos plantar un árbol, primero elegimos el tipo de árbol que queremos, tenemos nuestro tipo ideal, el que deseamos. Es igual con nuestro amigo, buscamos a alguien con quien nos sintamos cómodos.
Después elegimos el terreno donde vamos a sembrar la semilla, donde vamos a empezar a crear esa amistad. ¿Y cómo? Alimentándola. Igual que cuidaríamos esa planta. Hay que frecuentar la amistad, hablándole, estando en contacto siempre. Hasta aquí no es muy diferente del amor, como les dije; es irse “enamorando” mutuamente. Porque sí, esto debe ser recíproco. Si no te quieren, no te quieren.
Finalmente, si todas las cosas salen bien y los astros se alinean a nuestro favor, esa semilla crecerá y crecerá y en un gran arbolote se convertirá. Al final esa será una gran amistad y, al igual que un gran árbol, dará grandes frutos.
La amistad hay que trabajarla todos los días, todo el día. Qué bien se siente poder decir “tengo un montón de amigos” o “a donde vaya, hago o tengo un amigo siempre” e incluso poder llamar a cualquiera “amigo”, pero no siempre puede ser así y nunca va a ser así de fácil. Tenemos que aprender que para lograr esto debemos dedicar tiempo. Porque, al igual que con el árbol, nos llevará toda una vida.
Si trabajamos lo suficiente y nos esforzamos correctamente, podremos entonces, y sólo entonces, poder decir que de verdad tenemos un “amigo”.
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Y ahí nos daremos cuenta de que con un verdadero amigo, no se tiene que ser “amigable” o “cortés”. Como menciona el buen Slavoj Žižek, “la señal de la verdadera amistad es que puedes ‘ofender’ al otro sin que sea ofensivo, porque existe esa confianza”.
Esto va a ser la señal inequívoca de que la semilla se plantó correctamente y el árbol creció fuerte.
A un “amigo” puedes decirle que se calle si ya te tiene hasta la madre, puedes hacerle bromas sin importar lo pesadas que sean, porque tienes una intimidad con él o ella que no tienes con nadie más, y por eso son “amigos”.
No le digo que tengamos muchos o pocos “amigos”, me refiero a tener los adecuados, y si eso se limita a unos cuantos que podríamos contar con una mano y nos sobrarán dedos, que así sea entonces, porque seríamos privilegiados.
Eliminemos a la de ya esta tendencia de llamar “amigo” a cualquiera, porque el ser “amigo”, ser uno de verdad, es sinónimo de hermandad, es haber logrado entrar en ese círculo personal y fraternal que muy pocos pueden lograr.
Por eso, igual que con el árbol, es muy importante saber que hay que regarlo, más no regarla, dándole este gran título a quien no lo merece o no se lo ha ganado aún. Esta es la más grande de las riquezas y el mayor de los tesoros que debemos cuidar con todo recelo.
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De ahí que a lo largo de todo este texto, haya puesto entre comillas la palabra “amigo”, porque no es más que un invento, un nombre que se ha colocado sólo para referirse a la recompensa obtenida por haber trabajado la verdadera amistad.
Porque, como dijo también Aristóteles, “el verdadero amigo es ‘otro yo’, el verdadero amigo habita en ti y tú en él, y por eso, queridos amigos, no hay amigos”.
Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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