Somos seres-para-la-muerte: Desafíos contemporáneos en las celebraciones tradicionales
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Decía un amigo que en los años 80 la muerte fue secuestrada por la SEP. Y es que las tradiciones del 1 y 2 de noviembre en México deberían siempre ser nombradas en plural
Los miedos más profundos del ser humano se presentan frente a la muerte. Entre las reflexiones más notables de la IV Jornada de Estudios de Heavy Metal que tuve la oportunidad de organizar desde el Centro de Estudios e Investigaciones Interdisciplinarios (CEII) de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), con el Seminario de Estudios de Heavy Metal (Erika Salas Cassy), la UNAM Tucson y la Escuela Superior de Música de la UAdeC, en particular con el Dr. Iván Tadeo Ireta, fue la que tocó a la muerte.
Decía un amigo que en los años 80 la muerte fue secuestrada por la SEP. Y es que las tradiciones del 1 y 2 de noviembre en México deberían siempre ser nombradas en plural, considerando un mosaico de manifestaciones diferentes en cada territorio y comunidad. Ahora creemos que los siete escalones y los elementos básicos son reglamentarios, pero cuando tuve oportunidad de viajar por el centro del país y ser testigo de muchas y diferentes manifestaciones en los años 80, incluso estremecerme frente a un altar de cráneos y huesos humanos en el cementerio de Mixquic, me percaté de cómo era algo diverso, de carácter íntimo y comunitario, celebratorio y condolido al mismo tiempo.
No es que esté en contra de los altares monumentales en el barrio de Santa Anita o el Parque las Maravillas en Saltillo. Quiero reflexionar aquí sobre la homogeneización que ha sufrido nuestra cultura, mediante el ejemplo contemporáneo que reescribe el culto sincrético a los muertos.
La pregunta de donde parto es: ¿cuál es nuestra relación actual con la muerte? Más allá de las catrinas de papel maché, a la hora de que llega la huesuda, nos cuesta mucho trabajo aceptarla. El filósofo alemán Martin Heidegger en Ser y tiempo reflexionó de manera fundamental sobre el tema. La muerte nos inquieta y perturba por su imprevisibilidad, su ubicuidad y por el dolor que genera. Y es que, en la sociedad moderna, la muerte nos ha sido arrebatada. El dolor es una experiencia vital. Pone al hombre frente a la nada; la caducidad humana es su condición. No obstante, la contemporaneidad hedonista nos ha alejado de nuestra propia autenticidad, ya que la estructura socioeconómica y simbólica nos aliena de la muerte. Ya no estamos familiarizados con su presencia como se lo era hasta principios del siglo XX: convivíamos con la muerte y sus rituales en la vida cotidiana, familiar, comunitaria. Como explicó Itzel Oceguera, socióloga antropóloga de Nuevo León en su ponencia sobre El metal más allá de la contracultura, ahora tenemos un ritual homogéneo, resultado de lo que Heidegger llamó “la razón instrumental”, es decir, el ser humano funcional para el sistema.
Ya que el sujeto no es funcional para sí mismo, sino para el sistema, queda la desolación propia del miedo a la muerte y la insignificancia ante el abismo, el vacío, que la lógica del consumo no permite asumir ni enfrentar. “Somos capaces de tener una agonía profunda, pero no somos capaces de morir”, señaló, retomando a Heidegger. En el imaginario colectivo occidental, nos relacionamos con ella como agonía profunda, eterna, la agonía de Cristo, que no nos permite llegar a la muerte, pues él mismo resucitó al tercer día. Esto nos arranca nuestra posibilidad de completitud en la muerte.
Ya lo decía Foucault, la experiencia de la muerte se aliena al hospital y luego al cementerio. Tenemos un ciclo y parecería que para el hombre contemporáneo no se cierra. “Cuando yo muero, yo no me entero de mi completitud, pero está el otro frente de mí que la está experimentando... Le completa la experiencia al otro,” concluye Oceguera.
La filósofa neolonense abundó en el significado de cultura: “es un componente dinámico que brinda una estructura que genera la percepción de una unidad homogénea, brinda identidad por medio de la coherencia entre una percepción estética, una concepción moral del yo, y un estilo de vida que exhibe estas concepciones en los objetos que nos rodean.” ¿Cómo escaparnos/rebelarnos ante esta razón instrumental, esta sociedad de consumo mexicana , remasterizada por el 007 y Hollywood, los gobiernos, la religión y las ideologías, que buscan presentar una fachada armónica y unitaria?
El día de muertos se ha convertido en una unidad homogénea. ¿Hasta dónde negociar con el sistema para recuperar la ida al panteón, la limpieza de las tumbas y la toma de la foto con nuestros seres queridos como una comunicación entre planos de la existencia que nos completan?